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OTAN sin rumbo claro

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(Para El País)
En su desesperado afán por superar las sucesivas crisis existenciales que ha sufrido desde que terminó la Guerra Fría, la OTAN cree haber encontrado un remedio en la ampliación a nuevos miembros y en la asunción de misiones en cualquier rincón del planeta. Prefiere interpretar las llamadas a su puerta como pruebas inequívocas de su atractivo y su relevancia mundial, sin pararse a pensar que tal vez se esté convirtiendo en un gigante desfigurado, encargada de tareas para las que, sencillamente, no está capacitada.

Interesada, por encima de todo, en perpetuarse, parece no darse cuenta del desdén con el que es tratada por su principal miembro (Washington nunca respondió al ofrecimiento aliado para actuar conjuntamente tras el 11-S). Vista desde Estados Unidos, la OTAN es poco más que un cajón de sastre del que echar mano ocasionalmente: muy lejos de la visión de un yugo que ungía en un mismo destino a ambos lados del Atlántico. Hoy, para quienes apuran sus opciones para “hacer del siglo XXI el siglo de América [sic]”, la Alianza es un mero instrumento subordinado a otras agendas. Por si no bastara con recordar cómo Washington está gestionando el despliegue de su escudo antimisiles en Europa, de espaldas a las preocupaciones de sus principales socios europeos, podemos añadir ahora su insistencia en ampliar el club a Ucrania y a Georgia. En su visión hegemónica, lo relevante es consolidar su influencia a costa de Moscú, ocupando el vacío de poder que provocó la caída de la URSS. Y éste es un proceso que no se va a detener porque algunos europeos no se sientan cómodos.

Más miembros no significa más fortaleza. Los nuevos socios son “importadores netos de seguridad”, que recargarán la agenda aliada sin aportar nada más que su territorio como nuevo colchón amortiguador con Rusia. Vista así, la inminente ampliación aprobada en Bucarest no es necesariamente una buena noticia. La OTAN vive, desde hace mucho tiempo, del pasado y de las carencias de los demás (léase UE y ONU), sin entender que la seguridad aliada no puede hacerse a costa  de la inseguridad europea y que la Alianza no es el policía mundial que necesitamos.

Afganistán es un buen ejemplo de esto. Francia anunciará un incremento sustancial de sus soldados, preparando su reentrada en la estructura militar de la Alianza, pero no cabe imaginar que los demás sigan ese camino hasta el punto de desplegar los medios suficientes para doblegar por la fuerza a los taliban. La solución del entuerto afgano es política y la OTAN es, por definición, una organización militar. Algo no cuadra.

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