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OTAN, Rusia y la seguridad europea

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(Para Radio Nederland)
En el escenario de seguridad europea el ritmo de los acontecimientos parece incrementarse últimamente, sobre todo por lo que respecta a dos actores muy significados: OTAN y Rusia. Sorprende que quien debería ser el principal protagonista de su propio destino —la Unión Europea— apenas deje oír su voz, como si no hubiese alcanzado aún la mayoría de edad para hablar por sí misma. Al igual que ocurre en el ámbito económico —donde ha vuelto a quedar de manifiesto la inexistencia de mecanismos comunitarios de gestión de una crisis que afecta a todos—, en el terreno de la seguridad la UE está dejando que otros decidan por ella.

Nadie va a esperar a que se apruebe finalmente el Tratado de Lisboa o cualquier alternativa que surja en el horizonte, sino que, como reiteradamente muestra la historia, hay un interés manifiesto por parte de Washington y Moscú en aprovechar el vacío de poder y la falta de voluntad política comunitarias para ocupar los espacios disponibles en beneficio propio. La Unión no sólo corre el peligro de que otros aprovechen su debilidad actual para obtener posiciones de ventaja, sino el de que esos movimientos terminen por crear aún más inestabilidad en su propio espacio geográfico, enfrentándola a situaciones que no pueda manejar adecuadamente o que incluso deriven en mayores amenazas.

Mientras la UE “no sabe, no contesta”, la OTAN celebra en Budapest una reunión informal de sus ministros de defensa. Este encuentro estaba inicialmente diseñado para debatir sobre su propio proceso de transformación y modernización, con vistas a aprobar un nuevo concepto estratégico que sustituya al vigente (de 1999) y, supuestamente, actualice la razón de ser de la Alianza Atlántica cuando en la primavera del próximo año se cumplan 60 desde su nacimiento. Sin embargo, la realidad ha impuesto una agenda distinta a los veintiséis ministros presentes. La situación en Afganistán no hace más que deteriorarse y la OTAN percibe, con inocultable temor, que su propia validez está en cuestión en un marco de guerra contrainsurgente para que la que no está preparada. Las reticencias para implicarse militarmente más a fondo son obvias y llevan a posturas divergentes, con Francia y Alemania, por un lado, proclamando su decisión de aumentar sus contingentes sobre el terreno, y con Canadá, por otro, anunciando ya su retirada para 2011. En paralelo, la Alianza comienza a tomar conciencia, tras los episodios de violencia vividos en Abjazia y Osetia del Sur este pasado mes de agosto, de que su oferta de futuro ingreso a Georgia y Ucrania es desestabilizadora y, en todo caso, sólo sirve a Washington pero no a los intereses europeos. Por si esto no bastara, hay que añadir la creciente preocupación por las señales de desagrado que emite Moscú ante el avance aliado (escudo antimisiles incluido), que el dúo Putin/Medveded interpreta en clave de asedio insoportable.

Es esa Rusia —que renace como una potencia regional interesada en frenar ese asedio, en garantizarse un espacio de influencia en su “near abroad” y en desembarazarse del liderazgo estadounidense— la que, por boca de su presidente, acaba de remachar en su reciente visita a París que ningún país puede monopolizar la gestión de la seguridad mundial (en clara referencia a EE UU) y que la OTAN no sirve ni como policía mundial ni como garante de la seguridad europea. Además, siguiendo la línea que ya Putin viene expresando desde hace tiempo, Moscú desea sentirse parte plena de Europa y entiende que la seguridad continental sólo puede garantizarse a partir de la creación de un pacto paneuropeo (que lleva asociada la directa desaparición de la OTAN). Sin caer en ningún tipo de encantamiento ruso, es preciso reconocer que la seguridad de Europa no puede construirse contra Rusia. Por tanto, si bien es cierto que Moscú es parte del problema (por su deriva autoritaria, su tendencia al chantaje energético, su visible rearme…), también lo es que forma parte importante de la solución.

La UE, mientras tanto, presenta síntomas de inacción inquietantes. Niza no sirve como marco de actuación para hacer frente en común a las amenazas existentes… pero hoy no tenemos nada mejor, ni previsiones de que algo sustancialmente superior vaya a surgir de inmediato. La PESC/PESD está ralentizada y la crisis económica en la que estamos sumidos no va a facilitar su pronta activación, ni en términos presupuestarios ni de voluntad política. Esta sensación de incapacidad para garantizar la seguridad de sus miembros está provocando una estampida, en la que cada uno trata de resolver sus problemas en solitario. Unos deciden tomar atajos que los ponen en manos de Washington o de la OTAN (véase Polonia y República Checa). Otros piden más OTAN (con Gran Bretaña y hasta Francia a la cabeza), demandando una ampliación sin fronteras que integre a todos los que lo deseen (Georgia y Ucrania entre ellos). Y todavía otros, como Alemania, se oponen frontalmente a tal ampliación irrestricta, conscientes del riesgo que supone incomodar aún más a Moscú (de quien Alemania seguirá dependiendo algunos años más en el terreno energético).

En estas circunstancias se repite la imagen bien conocida de una Unión sencillamente desaparecida (y no en combate precisamente). Ni la táctica del avestruz (esperando que escampe), ni la confianza en otros actores externos (por muy aliados que sean) pueden servir como respuesta a los retos que tiene ante sí una Unión que aspira a ser un actor de relevancia internacional. Antes de aspirar a ser alguien en el mundo, con autonomía suficiente para determinar el ritmo y la orientación de las dinámicas que nos afecten, es necesario mostrar la capacidad suficiente para ocuparse de sus propios asuntos. Y, hoy, la UE no lo está haciendo.

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