Olmert en apuros
(Para Radio Nederland)
Lo que más llega a nuestros oídos en estas últimas semanas desde Palestina es una sucesión de globos sonda sobre la próxima reunión -calificarla de conferencia de paz parece, a todas luces, exagerado- que israelíes y palestinos celebrarán en Annápolis (EE.UU.) a mediados de noviembre. También llega, aunque apenas logra impactar en unos oídos cansados ya a estas alturas, la crónica de episodios de violencia alimentados tanto por unos como por otros.
Tal vez sea por ese creciente ruido por lo que no prestamos suficiente atención a lo que le ocurre a los dos líderes, Mahmud Abbas y Ehud Olmert, encargados formalmente de guiar a sus pueblos y de gestionar una agenda tan compleja como la que cada uno tiene por separado, en clave puramente interna, y la que ambos comparten para intentar poner fin a un conflicto que se acerca a los sesenta años de existencia.
Por lo que respecta a Olmert, y dejando a Abbas para una próxima ocasión, su situación es cualquier cosa menos envidiable. En primer lugar, interesa recordar que ostenta el cargo de primer ministro como resultado de un puro azar que llevó a Ariel Sharon, líder natural del nuevo partido Kadima, a una crítica situación física que lo mantiene aún hoy postrado en un hospital. Llegó, por tanto, al liderazgo del partido y del gobierno sin contar con una base sólida de poder personal, sin planes meditados suficientemente y con contrincantes poderosos tanto en su propio partido (su ministra de exteriores, Tipi Livni, ha pedido reiteradamente su cese) como en el heterogéneo gabinete que comanda (con Avigdor Liberman, cabeza del partido Israel Beiteinu y ministro de asuntos estratégicos, y Ehud Barak, líder laborista y ministro de defensa, como los más significados).
Por otra parte, e incluso desde antes de ocupar su actual cargo, no ha podido evitar que su nombre figure demasiadas veces ligado a investigaciones policiales y a procesos judiciales. Esta misma semana ha tenido que someterse al interrogatorio policial derivado de su supuesta implicación en el proceso de privatización del banco Leumi. En 2005, siendo ministro de finanzas se puso en marcha esa operación y existen indicios de que favoreció a un empresario interesado en la compra (aunque luego no llegó a materializarla). Contando con los antecedentes de tantos otros procesos contra altos cargos gubernamentales (Ariel Sharon, Benjamín Netanyahu, Moshe Katsav, Haim Ramon…) y con las enormes dificultades para probar nada sustancial contra él, es probable que Olmert salga formalmente ileso de este caso. Pero eso no impedirá que su imagen siga dañándose a los ojos de la opinión pública israelí, e incluso que empeore aún más su situación en relación con otros asuntos pendientes (como el derivado de la adquisición personal de una casa, por un precio muy inferior al del mercado, a un empresario inmobiliario que, posteriormente, recibió un trato de favor en la adjudicación de varios contratos).
En tercer lugar, pesa sobre su cabeza la responsabilidad principal en la nefasta aventura del pasado verano contra los milicianos de libanés Partido de Díos (Hezbolá), en lo que los israelíes denominan la Segunda Guerra del Líbano. En el pasado mes de abril se dio a conocer el informe preliminar del Comité Winograd- encargado de hacer balance de lo ocurrido, de fijar responsabilidades (civiles y militares) en el desaguisado y de extraer lecciones para evitar que vuelva a ocurrir algo similar en el futuro. Aunque ahora se haya rebajado el interés de la opinión pública por conocer el informe definitivo, e incluso si éste finalmente no llega a identificar personalmente a los se han mostrado incapaces de dirigir al país durante los 34 días del enfrentamiento con Hezbolá, Olmert ya está pagando las consecuencias. Aunque ha escapado al destino de su entonces ministro de defensa, el laborista Amir Peretz, obligado a dimitir ya entonces, Olmert ha quedado identificado como un dirigente sobrepasado por la magnitud del reto y como un ineficaz gestor de los asuntos de seguridad nacional (prioridad máxima en un país como Israel).
Antes de final de año se conocerá el citado informe final y, al margen de que se asignen o no responsabilidades específicas al propio Olmert, cabe imaginar que su principal rival en el gabinete, Barak, utilizará a su favor lo que determine el Comité. Lo más previsible será que Barak pueda sopesar sus opciones electorales y, si nada sustancial cambia de aquí a entonces, decida abandonar la coalición gubernamental para provocar un adelanto de las elecciones que le lleve nuevamente a ocupar la presidencia del gobierno. Sea así o no finalmente, Olmert debe ser consciente que se le ha agotado su capital político.