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Obama en clave árabe, un paso en falso

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(Para Radio Nederland)

Si lo que escuchamos ayer por boca de Barack Obama es todo lo que Estados Unidos tiene que decir- y, sobre todo, hacer- para contribuir a la emergencia de la democracia en el mundo árabe y a la resolución del conflicto palestino-israelí, poco podemos esperar en términos de mejora.

Su discurso en el Departamento de Estado venía precedido de una alta expectativa- generada por la propia maquinaria estadounidense-, deseosa de trasmitir la idea de que el presidente iba a marcar un giro estructural que colocaría a Estados Unidos nítidamente en el «lado bueno» de la historia.

Escuche la entrevista a Jesús A. Núñez Villaverde.

Por un lado, se apuntaba a la concreción de un ambicioso programa de apoyo a las revoluciones democráticas que, en diferentes niveles de desarrollo, se están registrando actualmente en los países árabes. En esta línea, el primer elemento negativo a destacar es el hecho de que no hubo en sus palabras la más mínima autocrítica sobre el papel desempañado desde hace décadas por Washington- junto al resto de las capitales occidentales-, apostando por la estabilidad a ultranza en esos países, aunque eso haya sido a costa de negar las libertades, la dignidad y el pan a una ciudadanía sometida al arbitrio de dirigentes corruptos, totalitarios e ineficientes. Sin ese ejercicio público de introspección crítica es difícil que, como por ensalmo, se evapore el generalizado sentimiento antioccidental de unas poblaciones que no esperan nada de sus gobernantes locales y, mucho menos, de los occidentales.

Condonación y créditos

Aunque diversos medios creen ver ya materializados a la vuelta de la esquina supuestos planes de desarrollo- tanto en el ámbito social, como en el político y económico-, la literalidad del discurso presidencial no justifica en ningún caso el forzado entusiasmo oficialista. En síntesis, Obama ha ofrecido a Egipto la condonación de 1.000 millones de su deuda externa y ha anunciado la puesta en marcha de una línea de crédito por otros 2.000 millones de dólares- para la que pretende sumar al resto de los miembros del G-8, convocados para la próxima semana-.

La insignificancia de esas cantidades queda de relieve con solo recordar que de los 200 millones de habitantes de la región que va desde Mauritania hasta Siria tan solo 50 millones tienen un trabajo; y que sería necesario que se crearan 15 millones de nuevos puestos de trabajo en los próximos diez años para evitar que el actual nivel de paro aumente, lo que supone un 30-60% más que los creados en el periodo de bonanza de 2002-07.

El resto de sus palabras sobre este tema solo cabe apuntarlo al capítulo de los buenos deseos. Obama asume que el «statu quo es insostenible», pero no se desmarca con claridad del uso de las dobles varas de medida- bien notorias al referirse a Libia y a Siria-, ni se permite la más mínima mención admonitoria a Arabia Saudí- un país donde nada de lo que deciden sus autoridades se corresponde con los valores y principios que Washington dice defender. En ninguna de sus referencias a la defensa de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción, la apuesta por la educación, el fomento del comercio y de las inversiones, la lucha contra las enfermedades o el apoyo a las transiciones políticas en marcha, hubo alguna concreción que permita vislumbrar en qué se puede concretar este supuesto giro copernicano.

Israel y Palestina

No fue mucho más allá, tampoco, en su visión sobre la solución del conflicto que, desde 63 años, enfrenta a palestinos e israelíes. El desequilibrio en el trato otorgado a los dos actores es bien palpable, sin que ese juicio cambie por el hecho de hacer mención a una referencia, tan genérica como neutralizada ya desde hace tiempo, a las líneas de 1967 como la base para acordar la futura creación de dos Estados en tierra palestina.

A los palestinos les ha dejado claro que rechaza el intento de la Autoridad Palestina para provocar el reconocimiento de Palestina como Estado, el próximo mes de septiembre, en el marco de la Asamblea General de la ONU. También les demanda que reconozcan a Israel como un Estado judío (lo que supondría la negación de un 19% de los árabes que habitan suelo israelí). A los israelíes, sin embargo, ni siquiera les solicita, como hizo infructuosamente al principio de su mandato, que cumpla algo tan básico como paralizar toda actividad de construcción en los ilegales asentamientos que salpican Cisjordania (Jerusalén Este incluido). No basta, para compensar ese alto nivel de inconcreción y de desequilibrio, que Obama haya establecido como prioridad útil para superar la parálisis actual la discusión sobre las fronteras definitivas para ambos Estados.

Cuando se podía pensar que Obama pretendía marcar la agenda de la paz palestino-israelí antes de que lo haga en términos mucho más problemáticos Benjamín Netanyahu, una primera lectura de su discurso echa por tierra tal suposición. Por el contrario, todo indica que será Netanyahu, en la visita que hoy comienza a EE UU- con la vista puesta en el discurso que pronunciará en el Congreso el próximo día 24-, quien establecerá con claridad las líneas rojas que Tel Aviv no está dispuesto a permitir que se crucen. Cuenta, más allá de las consabidas tiranteces y golpes mediáticos, con que Washington seguirá respaldando su postura de fuerza en los Territorios Palestinos y que el tiempo corre a su favor. Calcula, asimismo, que nadie se atreverá a relacionarse abiertamente con el gobierno palestino que tiene que surgir del acuerdo de reconciliación entre Hamás y Fatah.

Aupado, al menos momentáneamente, por la favorable reacción popular a su gesto de fuerza con la eliminación de Osama Bin Laden, Obama pretende ahora rentabilizar su recobrada popularidad con vistas al cercano comienzo de la larga campaña electoral para las presidenciales de noviembre del próximo año. Puede que logre mantener altos sus niveles de aceptación en casa hasta el próximo movimiento de los republicanos; pero difícilmente ocurrirá lo mismo en el exterior si no hace algo más que este tipo de discursos. En Palestina, las palabras ya han agotado su potencial de encantamiento. Lo que se necesitan son hechos que obliguen a unos y otros a abandonar sus posiciones maximalistas. Dado que solo Washington tiene influencia real para lograrlo, resulta preocupante que malgaste su capital político mientras el tiempo se agota.

 

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