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Nuevo gobierno palestino, ¿nueva etapa en Oriente Próximo?

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(Para Radio Nederland)
Desde la aprobación del nuevo gobierno de unidad nacional palestino por parte del Consejo Legislativo, el pasado día 17, no dejan de sucederse los movimientos en la zona. Aunque esto no deba interpretarse necesariamente como una señal positiva, que haga posible el desbloqueo inminente del largo y amargo conflicto en Oriente Próximo, obliga al menos a prestar atención a las dinámicas en marcha para tratar de adivinar los pasos siguientes y las intenciones de los diferentes actores en juego.

Por lo que respecta al propio gobierno palestino, todos parecen momentáneamente interesados en mostrar su satisfacción por el resultado alcanzado. Si a Mahmud Abbas le sirve mantener su puesto como interlocutor de Israel, y presentarse como una barrera contra el extremismo (rechazando hasta doce candidatos presentados por Hamas para ocupar la cartera de Interior), mucho más le sirve de momento al Movimiento de Resistencia Islámica el acuerdo alcanzado. Mantiene a Ismail Haniya al frente del gabinete, ocupa nueve carteras (por sólo cinco de Al Fatah), logra un sustancial apoyo político y financiero por parte de Arabia Saudí, rompe su imagen de intransigencia al admitir como socio a su principal rival en los Territorios, y todo ello sin ceder un ápice ante Israel. Ni ha tenido que reconocer su existencia, ni ha renunciado a la lucha armada, ni se siente explícitamente obligado por los acuerdos alcanzados anteriormente por la Autoridad Palestina (AP) con Tel Aviv.

En todo caso, ni Hamas ni Al Fatah parecen dispuestos a cejar en su empeño de imponer su dictado en Gaza y Cisjordania, como lo demuestran los hechos violentos que desde el pasado miércoles ya han costado la vida a alguno de sus militantes. Las espadas siguen en alto, alimentando una espiral que, además de lo que aporta Israel con su estrategia de fuerza (interesado en seguir permitiendo el rearme de las fuerzas de seguridad leales a Abbas), se nutre del antagonismo entre quienes creen contar con el apoyo mayoritario de una frustrada y desesperada ciudadanía y quienes no aceptan perder los privilegios de los que han gozado al menos desde el arranque de la AP en 1994.

Mientras tanto, la Liga Árabe anuncia para el próximo día 28 una cumbre en Arabia Saudí, orientada al parecer a resucitar la propuesta que ya formularon sus 22 países miembros en Beirut en marzo de 2002: reconocimiento expreso de Israel y normalización de relaciones, a cambio de su retirada completa a las líneas previas a la guerra de 1967. Aunque la inoperancia de la Liga ha quedado demostrada en multitud de ocasiones, ahora el impulso saudí (principal facilitador del acuerdo que ha llevado a la formación del actual gobierno) puede favorecer un puntual consenso sobre una cuestión que obligue a Israel a mostrar nuevamente sus cartas. ¿Cabe imaginar que el débil gobierno de Ehud Olmert vaya a admitir tal posibilidad?, ¿es previsible la aceptación del derecho de retorno de los refugiados?, ¿es realista suponer que habrá un desmantelamiento global de los asentamientos que siguen proliferando a diario en Cisjordania?

La Unión Europea parece, asimismo, deseosa de mover ficha. De hecho algunos países miembros ya han iniciado los contactos con el nuevo gobierno, aunque limitados, a los ministros de Al Fatah e independientes, y se suceden las declaraciones que apuntan como mínimo a una relajación del boicot a Hamas, en cuanto principal fuerza del gobierno. Conscientes de que el bloqueo al que han sometido a Haniya y sus ministros ha resultado perjudicial para la propia imagen europea entre los palestinos e ineficaz para hacerlos desaparecer del mapa político (¿sorprende saber ahora que, a pesar de todo, los palestinos han recibido desde el exterior- fundamentalmente desde agencias de la ONU, de la UE y de los países árabes- 1.000 millones de euros en 2006, frente a los 800 del año anterior?), les urge modificar su comportamiento.

Incluso Estados Unidos, necesitado de recuperar una cierta imagen de compromiso con la búsqueda de soluciones al conflicto, ha llegado incluso a iniciar los contactos con la entrevista que su cónsul en Jerusalén ha mantenido el 21 de marzo con el nuevamente designado ministro de hacienda, el prestigiado Salam Fayyad. En paralelo, la propia Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, prepara ya una nueva visita a la región. Por una parte, debe entenderse que pretende conocer de primera mano cuáles son las nuevas reglas de juego entre Abbas y Haniya, hasta dónde llega su voluntad política por apaciguar las disputas internas y si están dispuestos a abrir cauces de diálogo con sus contrapartes israelíes. Por otra, es previsible que intente explorar hasta dónde llega la voluntad de las autoridades palestinas para aceptar la oferta que pudiera presentar Israel para la creación de un hipotético Estado palestino futuro.

Estos movimientos, como tantas otras veces, quedan subordinados a lo que Israel decida, en la medida en que no es otro quien domina el ritmo del proceso, su amplitud y su profundidad. A día de hoy, es fácil imaginar que Ehud Olmert está mucho más preocupado por su propia suerte política que por cualquier asunto que afecte a los palestinos. En mitad de una pertinaz lluvia mediática y política, alimentada por sus propios rivales y por una ciudadanía desencantada con su gestión, su futuro se ennegrece por momentos enlodado en una imagen de perdedor, inoperante y hasta corrupto. Poco le ayuda la huelga de funcionarios y del transporte desarrollada el pasado día 21, como muestra de una mala gestión económica que se añade a la política y militar. En estas condiciones, ni aunque ese fuera su deseo (lo que resulta muy improbable), está incapacitado para poder escapar a su propia trayectoria de rechazo frontal a toda concesión significativa a sus vecinos palestinos. Mucho ruido y pocas nueces, en definitiva.

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