Nubarrones sobre Cumbre Iberoamericana de Cádiz
(Para Radio Nerderland)
La tensión entre España y América Latina con motivo de las expropiaciones de YPF en Argentina y Red Eléctrica de España (RED) en Bolivia puede ser la puntilla que haga fracasar la prevista Cumbre Iberoamericana de Cádiz el próximo mes de noviembre.
Sin duda, las diferentes percepciones de las decisiones argentina y boliviana y de la posterior reacción española por parte de los diversos países de América Latina, van a afectar su decisión sobre si participar o no en la Cumbre.
Pero, más allá de los casos YPF y RED y del propio éxito o fracaso de las cumbres anuales, lo que se encuentra en crisis es eso que se ha dado en llamar Comunidad Iberoamericana de Naciones (CIN), que no ha encontrado nunca su papel en el complicado entramado de organismos internacionales. Y en unos tiempos en que se han puesto en marcha otros mecanismos de cooperación regional entre los países de América Latina, y con un Gobierno español que ha recortado las cifras de cooperación al desarrollo hasta extremos impensables hace unos meses, y que se encuentra desnortado en política exterior, parece imposible que la CIN lo encuentre.
El iberoamericanismo: extraño producto
La celebración de la primera Cumbre Iberoamericana el año 1991 constituyó, sin duda, una originalidad en unos momentos internacionales de enormes mutaciones y con una diplomacia española deseosa de hacer valer lo que consideraba su principal valor añadido en el escenario internacional: sus relaciones con América Latina. España como puente entre América y Europa decía la propaganda española de la época.
Esto, unido al propio interés de los países americanos de superar la vieja retórica de la hispanidad, o la aún más anacrónica de la madre patria, ayudaron a que comenzara a perfilarse una comunidad de contornos imprecisos y contenidos más bien difusos de la que los países lusófonos, Portugal y Brasil, también formaban parte.
Desde entonces, se han ido consolidando algunas instituciones «iberoamericanas», y las propias cumbres se han ido realizando anualmente pasando por casi todos los países, siendo perceptible en los últimos años un evidente desinfle de estas citas anuales que, no solo no consiguen atraer a una buena parte de los mandatarios iberoamericanos, sino que además se saldan con declaraciones bastante inútiles y con escaso peso en el escenario internacional.
A la última, celebrada en Asunción (Paraguay) el año 2011, faltaron la mitad de los 22 mandatarios invitados, entre ellos Dilma Rousseff de Brasil y Cristina Fernández de Argentina. Resulta significativo que de las cumbres solo se recuerden las anécdotas, como el enfrentamiento entre el presidente venezolano Hugo Chávez y el rey Juan Carlos con el «¿por qué no te callas?», o los debates sobre si asistirá Fidel Castro o no. Poca contribución a la historia universal, nos tememos.
Aparentemente, la diplomacia española tenía un gran interés en la Cumbre de Cádiz de noviembre de 2012, coincidente con el fin de los actos conmemorativos de la Constitución de Cádiz, pero las actuaciones del Gobierno parecen estar haciendo todo lo posible para que la cumbre fracase.
Primero fueron los cambios en el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, que a última hora incorporaron de modo unificado la cooperación internacional y para Iberoamérica, resucitando la antigua SECIPI. Luego han sido los tremendos recortes de la ayuda al desarrollo que, aunque tratan de mantener compromisos con los países americanos –precisamente hasta finalizar este año como «atractivo» ante Cádiz, pero recortados después- han sido claramente percibidos como un cambio radical de la política de cooperación que afectará a las relaciones con la mayor parte de países.
Y por último, las reacciones apresuradas y compulsivas de nuestras instituciones frente a la decisión del gobierno argentino en el caso YPF. Que se haya suspendido la participación del Consejo General del Poder Judicial en la XVI Cumbre Judicial Iberoamericana que se celebraba en Buenos Aires estos días, es una torpeza que poco colabora a unas relaciones equilibradas y sensatas. Y en este juego de despropósitos, la sugerencia de que el rey Juan Carlos se dirija directamente a Cristina Fernández para convencerle de que participe en la Cumbre de Cádiz como gran novedad, no puede calificarse sino de ocurrencia en unos momentos en los que el poder de convicción de la monarquía está bajo mínimos dentro y fuera de nuestra fronteras.
En el caso de RED, la reacción del Gobierno español ha sido menos compulsiva, pero sus portavoces siguen confundiendo los intereses de Estado con los de las empresas privadas. Y esta aparente prudencia tal vez tenga que ver con el pánico que está afectando a nuestra diplomacia sobre que se haya abierto la veda de las expropiaciones.
¿Y después de Cádiz?
Por ello, más allá de las cumbres, reuniones y otros eventos, lo que está en cuestión es un modelo de relación entre los países de las dos orillas de esta comunidad iberoamericana que se adapte a las necesidades del presente y, sobre todo, del futuro.
Muchos países de la región perciben que han sido las empresas multinacionales de base española –que no empresas españolas- las que se han beneficiado durante estos años de esta relación. Es significativo que en el contencioso YPF, tan solo Colombia y México hayan dado un apoyo explícito al Gobierno español. Además, en épocas en las que muchos inmigrantes latinoamericanos están regresando desde España a sus países de origen por falta de oportunidades, y en los que se recorta la cooperación para el desarrollo y se invierte poco en los organismos e instituciones iberoamericanos, o en los que el conjunto de países de América Latina miran más hacia el oeste, China y Japón, que hacia Europa, ¿qué pertinencia tiene esto de lo iberoamericano? Lo cultural claro, pero también ahí los recortes han sido duros y, nunca mejor dicho, son malos tiempos para la lírica.
Pese a todo, frente a lo que creen algunos, no pensamos que nadie en América Latina tenga interés en boicotear la Cumbre Iberoamericana de Cádiz. Simplemente, no ven su utilidad en un mundo que necesita algo más que bonitas fotos de familia. De familias, además, no del todo bien avenidas.