Myanmar (Birmania): la falacia democrática al servicio de la economía global
En este país del sudeste asiático se están produciendo una serie de movimientos políticos internos encaminados a finalizar con el aislamiento internacional relativo al que ha estado sometido durante décadas. Relativo porque, como se analiza más adelante, varios países han mantenido relaciones comerciales estrechas con el régimen militar birmano vigente desde 1962, a pesar de las sanciones impuestas por la comunidad internacional. A la vista de lo ocurrido en estos últimos tiempos cabe preguntarse si los dirigentes actuales buscan lograr una transición hacia la apertura basada realmente en valores democráticos o si, por el contrario, este proceso está impulsado por los renovados intereses geoestratégicos y económicos de las primeras potencias mundiales en esta nación «desconocida».
El punto de arranque del actual proceso de cambio se produjo el 30 de agosto de 2003, cuando el entonces primer ministro, general Khin Nyunt, diseñó una hoja de ruta que debía desarrollarse en siete pasos(1) para alcanzar la transición hacia una democracia disciplinada. Los objetivos más ambiciosos eran la elaboración de una nueva Constitución, en 2008, y convocar elecciones, en 2010. Si bien en un primer momento se pensó en un proceso real hacia la creación de un régimen civil y democrático, pronto surgió el escepticismo cuando, en octubre de 2004, Khin Nyunt fue depuesto y arrestado, pasando a controlar el poder el núcleo duro de la Junta Militar. Ésta ha dirigido el país desde que se produjeran unos levantamientos civiles en 1988.
Así y, a modo de ejemplo, la nueva Constitución determina el papel dirigente del Ejército y preserva la hegemonía militar, otorgando a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de la no desintegración de la Unión, la no desintegración de la solidaridad nacional y la perpetuación de la soberanía. Asimismo, la convocatoria de elecciones supuso un fraude, tanto en el desarrollo- la Junta Militar designó a los miembros de la Comisión Electoral- como en la elaboración previa- restricciones al normal funcionamiento de los partidos políticos y prohibición a determinadas personas para formar partidos-.
En definitiva, las elecciones de noviembre de 2010, ni fueron libres, ni imparciales. De hecho, el partido de la Liga Nacional para la Democracia (LND) liderado por la premio Nobel, Suu Kyi, decidió no presentarse en protesta por las irregularidades. De esta forma, el partido oficialista- el Partido de la Unión, la Solidaridad y el Desarrollo (USDP)- obtuvo el 59% de los escaños, una victoria abrumadora, teniendo en cuenta que el 25% de los asientos en el Parlamento están reservados para el Ejército.
Sin embargo, a pesar de esas fraudulentas elecciones, algo está cambiando desde entonces, aunque sea de forma insuficiente, en la hermética escena política birmana. Recordemos, por ejemplo, que la Junta Militar se disolvió oficialmente en marzo de 2011 y que el pasado mes de abril se han celebrado elecciones parlamentarias parciales, en las que se disputaban 45 de los 664 escaños (dado que el resto está ocupado por militares y aliados políticos del régimen). El LND, con Suu Kyi a la cabeza, pudo presentarse y obtener 43 escaños(2) . Además, durante el pasado mes de junio, la nueva parlamentaria ha podido viajar al extranjero por primera vez tras 24 años. Su primer destino fue Tailandia, como señal de reconocimiento a la realidad de un vecino que alberga a no menos de dos millones de birmanos (de los cuales unos 200.000 siguen aún hoy establecidos en campamentos a lo largo de la frontera). Posteriormente, emprendió una gira por Europa (Suiza, Noruega, Reino Unido y Francia) en la que ha podido recoger, por ejemplo, el premio Nobel de la Paz que le fue otorgado en 1991.
En ese contexto, ¿a qué responde la intención aperturista hacia Occidente del actual presidente, Thein Shein? La respuesta se encuentra en los intereses de la comunidad internacional, ya que Birmania ocupa una posición geopolítica privilegiada en la zona. La prueba más evidente de ello es el estrecho de Malaca, vía marítima vital para el transporte de petróleo desde Oriente Medio hasta buena parte de los países asiáticos. A esto se suma el reciente descubrimiento de importantes reservas de gas, un recurso estratégico dadas las necesidades energéticas de los dos gigantes de la zona, China e India. Todo ello sin olvidar que es el segundo productor mundial de opio y que cuenta con recursos naturales tan codiciados como la madera y las piedras preciosas.
En lo que respecta a Estados Unidos, son estos factores también los que explican el giro en su política exterior para reforzar la presencia de Washington en Asia y para frenar la influencia de China. Ya la Administración de George W. Bush mostró un creciente interés por la situación interna de Birmania, sobre todo a raíz de la Revolución del Azafrán(3) . No obstante, ha sido Barack Obama el que ha abrazado el papel democratizador en la zona, liderando el esfuerzo de reinserción de Birmania en la comunidad internacional. Para ello, parece dispuesto a sellar la reconciliación y a levantar progresivamente las sanciones. Éstas fueron impulsadas por la Unión Europea en 1996 y, tanto Estados Unidos, como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Japón, siguieron el ejemplo en 1997. Ahora, Estados Unidos ya ha anunciado que abrirá el próximo año una oficina de la Agencia para el Desarrollo (USAID) y la UE hará lo propio en Yangón (Rangún).
Más allá del interés específico en el proceso interno de cambio, Birmania se ha convertido paulatinamente en una pieza codiciada en el tablero donde las potencias mundiales se disputan el control de esta parte del sudeste asiático. Por un lado, China, Rusia, Tailandia, Singapur y la India, que están interesados en mantener el statu quo- es decir, que el Ejército siga ejerciendo el poder en la que medida que asegura los beneficios de la balanza comercial de estos países, incluyendo un gran volumen de negocio del mercado negro, basado en un alto nivel de corrupción en la Administración. Por otro, es cada vez más visible la implicación de las potencias occidentales, interesadas también en obtener réditos económicos, pero tratando de incluir en la agenda propuestas de promoción de valores democráticos, la liberación de presos políticos, la mejora en el respeto de los derechos humanos, la implantación de procesos de paz con minorías étnicas y la ruptura de relaciones con Corea del Norte ante el temor de desarrollar un programa nuclear.
Precisamente, la problemática sobre el crisol étnico es muy peliaguda, puesto que el país cuenta con 54 millones de habitantes repartidos entre diversas entidades representadas en sus correspondientes Estados federados. El 62% son birmanos y el 38% se reparte entre la etnia shan (9%), karen (7%), rajines, chinos, indios, mon y kachín. En total, 135 grupos reconocidos. Además, hay un amplio número de grupos armados soberanistas a favor de la autonomía como el KNLA, KNU, KIA, SSN-N y DKBA, entre otros. También, hay un conflicto con los rohingya, etnia musulmana apátrida, porque desde 1982, la Junta Militar les denegó la ciudadanía. De hecho, aún está pendiente la reforma de la ley de ciudadanía, cuyo objetivo es aclarar si las minorías pueden acceder a la nacionalidad birmana y, así, garantizar la igualdad de derechos de todas las etnias.
En definitiva, se repite el paradigma de la supuesta defensa de unos valores universales y del desarrollo de la cultura política para impulsar un proceso democrático cuando, en realidad, el interés que prima es el del control geopolítico y la explotación de los recursos naturales del país de turno, en este caso, Myanmar (Birmania), sin importar demasiado el buen funcionamiento interno del mismo. Habrá que ver cómo evoluciona este «juego» y cómo influye en el desarrollo interno de un país, que realizará en 2014 el primer censo de población en 30 años y convocará elecciones generales en 2015.
Notas:
1. Estos pasos son: 1º, la convocatoria de la Convención Nacional (suspendida desde 1996); 2º, la puesta en marcha de un proceso que debe desembocar en un sistema democrático disciplinado y genuino; 3º, la elaboración de una nueva Constitución; 4º, un referéndum para aprobar la nueva Constitución; 5º, la celebración de elecciones legislativas; 6º, la constitución de los cuerpos legislativos; 7º, la construcción de una nación democrática y moderna.
2. En 1990 la Junta Militar convocó elecciones, pero su soberbia les traicionó, ya que Suu Kyi arrasó en las mismas obteniendo más del 90% de los votos. Sin embargo, la Junta no reconoció el triunfo y encarceló a la premio Nobel de la Paz, que pasó la mayoría de las últimas dos décadas (15 años) bajo arresto domiciliario.
3. Una serie de protestas antigubernamentales que comenzaron en agosto de 2007 debido a la subida de los precios de los bienes de consumo básicos. A partir de septiembre, los monjes budistas se incorporaron a las manifestaciones en favor de la democracia y de Suu Kyi. La respuesta de la Junta Militar se tradujo en una generalizada represión que desembocó en violentos enfrentamientos y arrestos multitudinarios.