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Muerte en Gaza, derrota de todos

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(Para Radio Nederland)
Según fuentes oficiales, esta madrugada se ha puesto fin a la operación militar de castigo (“Invierno caliente”) lanzada por las fuerzas armadas israelíes contra Gaza. En apenas seis días se ha añadido a la larga lista de víctimas acumuladas en sesenta años de violencia un centenar de muertos palestinos (la mitad de ellos, ciudadanos ajenos a las milicias o a los combatientes), dos soldados israelíes y un civil (víctima del cohete Qasam lanzado el pasado miércoles, que actuó como desencadenante de este ejercicio de fuerza). Más allá de la tragedia humana que siempre implica el uso de la violencia para tratar de resolver un conflicto de intereses, nada de lo ocurrido es nuevo ni distinto a lo que habitualmente se vive en Palestina desde que comenzó la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este en 1967. Muerte, ataque-represalia, frustración, desesperación, pasos hacia el abismo…, son elementos cotidianos de una realidad que apunta a más violencia en el inmediato futuro, mientras se arruinan, una tras otra, las mínimas oportunidades para el diálogo y la negociación.

Los portavoces israelíes se afanan en demostrar lo indemostrable. Se empeñan en convencernos de que hace ya más de dos años que se han retirado de la Franja y de que no tienen intención ninguna de volver a entrar en ella. La realidad muestra que Gaza es una enorme prisión controlada desde todos sus puntos por Tel Aviv, en la que se ha encerrado a una población (más de un millón y medio de palestinos) permanentemente asediada y castigada. También quieren dar a entender que los únicos culpables de la acción militar son los cohetes- Qasam, con unos 10 kilómetros de alcance, y Grad, que llegan hasta los veinte- que erráticamente golpean las ciudades de Sderot y Ashkelon, como si antes de que se generalizara esta práctica (que ha provocado once muertos a lo largo de esta década) Gaza viviese en el paraíso. Incluso aspiran a persuadirnos de que ahora la acción militar ha terminado, como si no fuera diario el castigo colectivo, las incursiones y los asesinatos selectivos que vienen realizando en su pretensión de quebrar la resistencia palestina a su ocupación.

Por su parte, los portavoces de Hamas se autoengañan, presentando la supuesta retirada israelí nada menos que como una victoria, hasta el punto de que ya han convocado manifestaciones de celebración para hoy mismo. ¿Hay algo que celebrar? Gaza es- desde hace tiempo, pero aún más desde junio del pasado año, cuando Hamas tomó las riendas en esa mísera porción de suelo yermo y asediado por tierra, mar y aire- un escenario de muerte y anulación de toda esperanza en el futuro. Allí se vive una crisis humanitaria de unas proporciones que resultan insoportables hasta para una población acostumbrada al padecimiento prolongado. Aunque Hamas, en términos comparativos con cualquier otro actor político palestino, mantenga un apoyo popular incuestionable, nadie puede llamarse a engaño. La militancia política y la resistencia al ocupante no bastan para ocultar las evidencias: Hamas no puede ofrecer hoy una vida digna a los allí encerrados, ni su opción violenta permitirá alcanzar los objetivos perseguidos desde hace décadas por los palestinos.

Desde Cisjordania, Mahmud Abbas ha tratado de hacer oír su voz, apenas audible en todo caso, para anunciar la paralización del proceso abierto tras la reunión de Annapolis de noviembre pasado. Convertido en un mero espectador de lo que le ocurre a su pueblo y en un comparsa de segundo orden de una farsa de incierto final impulsada desde Washington, el rais palestino no tiene ninguna capacidad para guiar la situación en una dirección distinta a la que imponen otros actores que, además, no desaprovechan ninguna ocasión para debilitarlo aún más. Nadie mira ya hoy a la Autoridad Palestina para demandar una salida a las sucesivas crisis que vienen sacudiendo a los Territorios Palestinos.

Por último, los actores internacionales repiten una cantinela que sólo provoca, en el mejor de los casos, hartazgo. La ONU ha vuelto a condenar la desproporcionada acción militar israelí, pero su admonición no ha generado consecuencias de ningún tipo. Por su parte, Condoleezza Rice y Javier Solana se aprestan a visitar la zona esta semana, forzados por un guión en el que ni ellos mismos creen. Es previsible que se reúnan con los altos dirigentes políticos israelíes y palestinos (pero con el demonizado Hamas), que condenen la violencia, e incluso que recompongan la situación hasta volver a situar, una vez más, el juego en la casilla de salida.

En un escenario como ése nadie puede cantar victoria. La espiral de violencia no va a romperse porque no hay a la vista ningún cambio sustancial ni el tablero de este macabro juego, ni en las reglas a utilizar por parte de cada uno de los jugadores. Ni el fin de la ocupación está en la agenda de Israel, ni se va a dar carta de naturaleza a los islamistas radicales como interlocutores en la búsqueda de una salida, ni los actores internacionales van a implicarse seriamente en la resolución de un conflicto que han dejado pudrirse hasta un límite que hace harto difícil su resolución.

Entrevista en Radio Nederland

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