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MSF abandona Somalia: una invitación a la reflexión

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El pasado 14 de agosto la organización internacional Médicos sin Fronteras (MSF) anunciaba su decisión de abandonar todas sus operaciones en Somalia. La organización, que contaba en ese momento con 22 años de experiencia de trabajo en el país, ponía fin a su labor en la zona debido a la «complicidad» de las autoridades locales con los ataques directos que el personal local e internacional de MSF había venido sufriendo en los últimos meses. Unni Karunakara, presidente internacional de Médicos sin Fronteras, reconoció que «la decisión no podría ser peor para muchos». Pero esta decisión, la segunda en la historia de MSF, no es solo una mala noticia para muchos. Esta acción ha de servir de reflexión sobre algunos de los mayores desafíos actuales en el ámbito de la acción humanitaria, y también de aprendizaje para extraer lecciones que puedan ser aplicadas en el futuro en contextos similares.

La experiencia de MSF en Somalia- junto con la de otras organizaciones en el país- es un buen reflejo de la complejidad que supone la actuación del personal humanitario en un contexto en el que confluyen diferentes actores gubernamentales y no gubernamentales, así como grupos armados estatales y no estales de los cuales depende en gran medida el acceso humanitario. MSF ha apuntado directamente al gobierno somalí, a algunos clanes locales, a Al-Shabab y a otros grupos armados no gubernamentales como responsables de la falta de seguridad del personal humanitario en la ejecución de su trabajo diario. En este sentido, el mayor fracaso de todas las partes implicadas ha sido su incapacidad para articular estrategias efectivas de negociación humanitaria, que asegurasen una provisión efectiva y segura de servicios humanitarios para la población afetada.

En última instancia, la ausencia de un «lenguaje» común, bajo unos mismos principios, y la imposibilidad de llevar a cabo una asistencia humanitaria imparcial, neutral y alejada de cualquier consideración política ha provocado que MSF dijera basta. No hay que olvidar que, por otra parte, la generalizada y creciente violencia que domina el país llevó, tal como MSF ha reconocido, a que la organización se viera obligada a contratar el servicio de guardas armados para proteger a su personal (caso único en todos los contextos en los que desarrolla sus tareas). Sin duda, ese creciente sentimiento de inseguridad aumentó las tensiones del personal en la zona y ha sido uno de los mayores desafíos de la organización. Finalmente, el fracaso de los esfuerzos de negociación humanitaria con los distintos grupos armados ha empujado a la organización a abandonar el país.

De manera voluntaria o involuntaria, la decisión de MSF ha alentado una vez más el debate internacional sobre cuáles han de ser los límites aceptables de actuación de las organizaciones no gubernamentales en contextos en los que su personal e instalaciones se convierten en objetivo directo de los violentos. Por otro lado, es un claro recordatorio sobre la responsabilidad de proteger no solo a la población, sino además al personal humanitario. Este debate no es una novedad en el ámbito humanitario, pero una vez más MSF llama a la reflexión a la comunidad internacional sobre las implicaciones del trabajo humanitario en este tipo de contextos.

A pesar de su relativa mejora en los últimos dos años, Somalia sigue siendo considerado hoy un Estado altamente frágil e inestable, con un entorno operativo diverso y en ocasiones contradictorio y con un nivel de acceso humanitario que varía en función de la zona geográfica. Pero si bien Somalia no es un Estado al uso, el creciente número de conflictos internos e internacionalizados en el mundo hace pensar que la situación en Somalia no será una excepción en un futuro próximo. La militarización de diferentes grupos en Somalia y la falta de capacidad- y quizá de interés- del aparato estatal para cumplir sus funciones de seguridad impide que estrategias de negociación y de acceso humanitario que tradicionalmente han sido efectivas en otros contextos humanitarios sean útiles en Somalia.

¿Son quizá necesarias nuevas estrategias? ¿A quién corresponde esta responsabilidad? Tal y como MSF apuntó, su decisión de abandonar Somalia es «mirando al futuro». La acción de MSF ha de ser vista como una nueva oportunidad de análisis de los desafíos contemporáneos de la acción humanitaria en contextos complejos, en los que pobreza, subdesarrollo y conflicto armado están íntimamente relacionados.

Muy pocos han cuestionado la decisión de MSF. La complicidad de las autoridades locales en los ataques directos contra su personal, así como la ausencia de garantías para facilitar el libre acceso humanitario son razones suficientes para una decisión institucional de esta envergadura. La dureza e implicaciones de dejar atrás a una población beneficiaria de asistencia médica durante 22 años deben servir para alentar el debate internacional sobre las condiciones en las cuales muchas organizaciones humanitarias operan. Además, debe servir para analizar cuál es su capacidad real de influencia para modificar la situación de territorios que sufren una creciente militarización, un generalizado riesgo y un mínimo o nulo apoyo institucional. Una vez más, al decir basta, MSF pone de relieve su independencia, imparcialidad y neutralidad como organización, al evitar ser cómplice de las actuaciones de aquellos que son responsables directos de garantizar el acceso humanitario en Somalia.

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