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Más “moscas latosas” contra Irán

Iran

(Para Radio Nederland)

Desde que en 2003 saltaron las alarmas sobre Irán, por el desarrollo de un programa nuclear que podría convertirlo en un futuro indeterminado en la décima potencia nuclear, el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado cuatro rondas de sanciones- incluyendo las decretadas el pasado día 9.

Con ocasión de cada ronda, sus promotores han afirmado que eran las más dolorosas que nunca se habían impuesto a Irán y que confiaban en que serían suficientes para poner fin al problema. La realidad, sin embargo, nos muestra que ninguna de ellas ha doblegado la voluntad de Irán para proseguir con sus planes nucleares- enriquecimiento de uranio incluido-, ni han sido aplicadas de manera efectiva- dado que algunos significados actores de la comunidad internacional han preferido defender sus intereses a corto plazo con el régimen de los ayatolás. Tal vez por eso, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, se ha apresurado a declarar que las nuevas sanciones son como «moscas latosas» que no agotarán la paciencia de Irán ni lo desviaran su camino.

Entre ambas posiciones extremas un análisis menos subjetivo nos muestra un panorama inquietante en el que se entremezclan luces y sombras.

Por un lado, si las sanciones fueran realmente irrelevantes para Irán no se entendería muy bien su empeño diplomático por evitarlas- con Turquía y Brasil como valedores destacados de su causa, hasta el punto de votar en contra de estas nuevas sanciones. El régimen es consciente del daño que supone el creciente castigo internacional tanto en términos personales- algunos dirigentes no pueden viajar al exterior-, como económicos- al ver congelados fondos iraníes en algunos bancos- y tecnológicos- impidiendo modernizar su infraestructura productiva, sobre todo en el sector de los hidrocarburos.

Además, tras las fraudulentas elecciones del pasado año, también sabe que ha agotado prácticamente su capital político, con una buena parte de la ciudadanía iraní airada y crítica ante el notable y continuo deterioro de sus condiciones de vida. Cuanto más duras sean las sanciones, más difícil será para el poder seguir manteniendo sujeta a una población desencantada de una revolución que no ha podido evitar el crecimiento del desempleo o la inflación, que ha tenido que recurrir incluso al racionamiento de determinados productos y que ha pretendido ahogar las ansias de libertad social y política de quienes ya han dejado de creerse el discurso oficial que culpa de todos sus problemas al odio mundial contra Irán.?En esa línea, la cuarta tanda de sanciones dificultará aún más la vida en Irán. Habrá limitaciones añadidas a los movimientos fuera del país de actores protagonistas del régimen tanto en el área política- sobre todo a los líderes de los Guardianes de la Revolución Islámica (pasdaran)-, como en la científica- ligados al programa nuclear-.

También habrá nuevos obstáculos para la actividad económica, que harán mucho más difícil a Irán adquirir armamento- aunque no queda claro si Rusia podrá seguir adelante con la tantas veces anunciada venta de los deseados misiles S-300, que mejorarían sustancialmente la defensa antiaérea iraní frente a posibles ataques exteriores-, recibir inversiones extranjeras y vender y comprar prácticamente cualquier tipo de productos- ya que todos los buques que entren o salgan de Irán podrán ser inspeccionados. Son unas condiciones que ni provocarán el colapso del régimen- experto en encontrar canales alternativos para sortear la presión-, ni le llevarán previsiblemente a cambiar el rumbo que mantienen desde hace 31 años- ahora que han llegado a enriquecer uranio al 20%- pero que, si se aplican realmente, pueden afectarle más allá de lo que nunca querrán admitir.

Las autoridades iraníes, en todo caso, juegan con ciertas ventajas. Saben que la nueva decisión del Consejo de Seguridad simplemente dibuja un marco que permitirá, a quienes lo deseen, aplicar sanciones adicionales a las ya existentes. Pero que, como ha ocurrido hasta ahora, cuentan con que su implementación será imperfecta. En el complejo juego internacional que viene desarrollándose entre los poderes tradicionales y los emergentes, Washington ha logrado sacar adelante una iniciativa que ha contado con el respaldo de Rusia y China- venciendo su renuencia a cambio de algo que conoceremos más adelante-, lo que le sirve para reforzar su imagen de líder mundial orientado hacia el multilateralismo. Pero para lograrlo ha tenido que dejarse en el camino precisamente el factor que más podía herir a Irán: el negocio petrolífero. Como es bien sabido, Irán- a pesar de su enorme riqueza gasística y petrolífera- es un importador neto de productos refinados.

Si quedara prohibida la venta de estos productos a los iraníes, el régimen tendría muchos problemas para evitar el colapso de sectores enteros de su economía y para frenar las protestas de una población que se vería asfixiada hasta el extremo. Cabe suponer que China, que además es un importante comprador de petróleo iraní, habrá dejado claro que ese negocio tenía que quedar al margen de las sanciones.

Por si esto fuera poco, Irán tiene conciencia clara de que Washington necesita su colaboración para evitar que sus planes en Iraq se desbaraten. Todavía a la espera de la conformación de un nuevo gobierno en Bagdad- cuando todo indica que serán dirigentes proiraníes los que finalmente se hagan con el control del poder-, Teherán aún puede contar con que Washington no tensará demasiado la cuerda. Hacerlo tendría el riesgo de provocar que el régimen chií iraní, en un movimiento de reacción automático, aproveche en su propio beneficio (y en contra del estadounidense) la innegable influencia que mantiene sobre sus vecinos iraquíes. En el juego entrecruzado de intereses y ambiciones que se desarrolla en Oriente Medio ni Washington ni Teherán tienen hoy todavía la última carta en sus manos. El final de la partida aún está lejos.

Escucha la entrevista a Jesús Núñez tras el artículo:

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