Marruecos y Argelia tras el liderazgo regional

En el contexto de una competencia por el liderazgo regional, que constituye un rasgo esencial de la agenda magrebí, Marruecos y Argelia siguen esforzándose por acaparar la atención internacional y ganar posiciones que potencien su papel en el exterior. Desde una perspectiva histórica, Marruecos parecía haber tomado una ventaja insuperable, en la medida en que su orientación prooccidental (ya durante la Guerra Fría) y su aparente estabilidad durante la pasada década contrastaban fuertemente con la imagen de una Argelia sumida en su tragedia violenta. Sin embargo, en estos últimos años ambos actores continúan concentrados, y confrontados, en esa labor de consolidación interna de unos regímenes manifiestamente mejorables y en un intento por verse reconocidos como la potencia emergente de la zona.
Argelia, además de reforzar su papel como suministrador energético de una Unión Europea claramente deficitaria en este terreno, trata de mostrar su voluntad de cooperación activa en la mal llamada «guerra contra el terror», alineándose estrechamente con Estados Unidos en la erradicación del, asimismo, mal denominado «terrorismo islámico». Esto le está permitiendo recuperar una cierta imagen exterior, que intenta compensar de alguna manera los largos años de ostracismo y de crítica de la década pasada. Si, por un lado, está ya integrada desde el año 2000 en la dinámica del Diálogo OTAN-Mediterráneo, por otro, continúa incrementando sus relaciones con sus vecinos del Norte, al tiempo que recibe desde Washington atenciones nunca vistas anteriormente, tanto en el terreno asistencial como en el de la colaboración contra los enemigos comunes.
Por su parte, Marruecos no se ha quedado atrás, y tratando de acentuar su imagen de país estable e inmunizado contra el peligro islamista (una pretensión que, desgraciadamente, la realidad se ha encargado de ir desmontando en estos últimos tiempos), se ha visto recompensado con su designación como aliado preferente de EEUU, fuera de la OTAN, al tiempo que ha logrado firmar un acuerdo comercial con ese mismo país, con un significado que va mucho más allá de su lectura meramente comercial. Con la UE mantiene igualmente abiertas todas las puertas, ya no sólo en el marco de la Asociación Euro-Mediterránea, sino también como el primer país de la zona que pondrá a prueba el alcance real de la Nueva Política de Vecindad que Bruselas define actualmente, con el ambicioso horizonte de aprovechar la oferta que el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, definía como «todo, menos las instituciones». Esta posibilidad podría colmar la tradicional aspiración de Rabat para ser reconocido como un socio especial de Bruselas en la región (manifestada de manera muy evidente cuando, en 1987, solicitó formalmente su plena adhesión al club comunitario).
El escenario árabo-musulmán es, como no podría ser de otra forma, un espacio más en el que trata de dirimirse la eterna disputa. Para Argel, la organización de la reciente cumbre de la Liga Árabe y su activismo en el marco de la OPEP son, obviamente, muestras de ese mismo afán de legítimo protagonismo y de un cierto reconocimiento por parte de sus vecinos. Marruecos, aunque menos dotado de recursos, trata también de aprovechar su posición como posible facilitador de contactos y de búsqueda de soluciones al conflicto árabe-israelí, sin que pueda descartarse una próxima normalización de relaciones con Israel, en un gesto de adelantamiento a otros países árabes. En esa misma línea, algunas fuentes llegan a apuntar la posibilidad de que Rabat pueda actuar como un acelerador del desarrollo de otros países de la zona, algo claramente fuera de sus capacidades actuales, en cuanto se constatan las enormes deficiencias que presenta la economía marroquí para resolver tan sólo sus propios problemas.
Incluso cabría plantear una referencia puntual a la dinámica de integración africana, como un frente más en el que ambos países pretenden incrementar sus opciones. Actualmente todo indica que Argel lleva cierta ventaja a Rabat, en función de su empuje en la creación de la propia Unión Africana, en el desarrollo de la NEPAD (Nueva Asociación para el Desarrollo de África) y en la satisfacción de las necesidades energéticas de algunos vecinos. Rabat, en este caso, todavía no se ha recuperado plenamente del distanciamiento producido tras su abandono de la antigua OUA, una vez que la organización decidió reconocer a la República Árabe Saharaui Democrática como uno de sus miembros.
Frente a esta tozuda voluntad de competencia que no sólo consume capacidades que deberían ser empleadas para resolver otros problemas, fundamentalmente internos, sino que se traduce en un debilitamiento estructural de ambos países, cabe imaginar otra aproximación alternativa. Por separado, ni Argelia ni Marruecos tienen fuerzas suficientes para enfrentarse exitosamente a los enormes desafíos que definen sus respectivas agendas, y mucho menos para convertirse en un líder eficaz a escala regional. Desde esa perspectiva, el mantenimiento del actual clima de desencuentros no hace más que alimentar unos estereotipos negativos, asentados más en los círculos de poder que en las poblaciones respectivas.
Por el contrario, la superación de este enrarecido clima posibilitaría aunar fuerzas entre los dos principales referentes magrebíes, potenciando sus posibilidades de liderazgo conjunto para relanzar el hibernado proceso de integración regional (la Unión del Magreb Árabe, creada por el tratado de Marraquech en 1989). Colocar al Magreb en el mapa internacional, con una imagen de entendimiento entre sus miembros y con el compromiso común entre sus dos principales referentes es una aventura en la que tanto Rabat como Argel deberían estar interesados y que debería contar, asimismo, con el apoyo de sus vecinos del Norte. A partir del aparente deshielo producido con ocasión de la reunión mantenida entre los dos jefes de Estado el pasado día 24 de marzo, en el palacio argelino de Zeralda (aprovechando la visita del monarca marroquí a la cumbre de la Liga Árabe), puede imaginarse un proceso que se plantee pasos más ambiciosos. Para no generar falsas expectativas, los portavoces de ambos países se han encargado de confirmar que el acercamiento se hará, en todo caso, mediante «pequeños pasos». La supresión de los visados a los marroquíes de deseen viajar a Argelia, anunciada por el presidente Buteflika el pasado 4 de abril, es uno de ellos. ¿Será el siguiente la apertura plena de las fronteras o un principio de acuerdo para la resolución del problema saharaui?