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Marruecos vuelve a apostar por la fuerza en el Sahara Occidental

15-11-10_marruecos
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(Para Radio Nederland)

Mientras sigue abierta tanto la operación de castigo iniciada por Marruecos el pasado día 8 como el proceso para esclarecer lo que realmente ha ocurrido en el campamento saharaui de Agdaym Izik, ya puede adelantarse una constatación: Marruecos se siente fuerte, muy fuerte.

Por ello no ha dudado en abortar de modo violento el más intenso experimento de movilización popular realizado en el Sahara Occidental desde 1990, cuando se puso fin a los quince años de hostilidades abiertas entre las fuerzas marroquíes y las del Frente Polisario.

Hoy, 35 años después de que se produjera el abandono de España de la que era hasta entonces una provincia española y casi 20 de la puesta en marcha del llamado Plan de Paz de la ONU (1991), que debía desembocar en un referéndum de autodeterminación para decidir el futuro de este territorio, el Sahara Occidental es un asunto menor en la agenda internacional, del que tan solo se ocupa un escaso número de especialistas y, en clave humanitaria, una extensa red de asociaciones no gubernamentales. Como ocurre en tantos otros casos, al olor del estallido de violencia que acaban de protagonizar las fuerzas armadas y de seguridad marroquíes, contra los alrededor de 20.000 saharauis alojados provisionalmente en unas 7.500 jaimas a pocos kilómetros de El Aaiún, el conflicto ha vuelto a ocupar los titulares de medio mundo.

Existe unanimidad al considerar que el proceso de movilización popular que arrancó el pasado 10 de octubre tenía como principal motor impulsor unas demandas netamente socioeconómicas. Así lo manifestaron desde el primer momento los portavoces que representaban, no al Polisario, sino a los miles de habitantes de El Aaiún que se sienten claramente discriminados por Marruecos. En el llamado «Sahara útil», Marruecos mantiene un férreo control tanto militar- a través de los seis muros construidos desde hace tiempo, los más de 100.000 soldados allí desplegados y un número variable de fuerzas de seguridad-, como político- con cargos seleccionados en función de su inquebrantable fidelidad a Rabat- y económico- lo que le permite beneficiarse en exclusiva de la explotación de las riquezas locales (pescado, fosfatos y, potencialmente, petróleo y gas).

Esta situación, en un territorio el que los saharauis apenas son hoy una tercera parte de la población total (constituida básicamente por colonos que Rabat ha ido asentando en la zona gracias a los incentivos que les ofrece), deriva en una clara desigualdad favorable a la población promarroquí. Si a eso se une la parálisis en la búsqueda de una solución acorde con la legalidad internacional (que solo puede ser el ya mencionado Plan de Paz) y la notable frustración popular con un movimiento como el Frente Polisario, sumamente debilitado e incapaz de defender en la práctica los intereses del pueblo al que dicen representar, se puede entender mucho mejor que tantos saharauis se decidieran a plantar su jaima en un campamento provisional, expuestos a sufrir muy directamente las represalias de un gobierno ocupante que nunca se ha destacado por su respeto a los derechos humanos o a la disidencia ( y mucho menos en un asunto, como el de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, que se identifica como uno de los pilares fundamentales del régimen).

Desde la perspectiva saharaui resulta relevante que la movilización surgiera al margen de los dictados del Polisario. Este simple hecho demuestra por sí solo la pérdida de representatividad del Frente Polisario, aferrado a un discurso y a una gestión que ya hace tiempo ha dejado de suscitar el entusiasmo unánime de los saharauis. No resulta gratuito establecer en este punto un paralelismo con el estallido de la primera Intifada palestina (diciembre de 1987), que respondió a una iniciativa de los líderes del interior de los territorios ocupados, ante el estupor (y malestar) del liderazgo formal de la OLP (desde su cuartel general en Túnez).

Por lo que atañe a Marruecos, su nuevo golpe de fuerza da a entender que se siente lo suficientemente fuerte como para hacer frente, sin problemas, a las previsibles protestas que su acción pudiera conllevar en algunas capitales. En su lectura del largo proceso que solo puede conducir a la aceptación de la marroquinidad del Sahara Occidental, entiende que la balanza no hace más que inclinarse progresivamente en su favor. Es sobradamente consciente de que el Polisario carece de medios militares suficientes para hacerle frente en una guerra, cuando ya ha sido abandonado por sus tradicionales aliados (Libia primero y Argelia después) y cuando la extrema debilidad de su economía le impide financiar un rearme con sus propios medios. Y también sabe que cuenta con el apoyo más o menos explícito de todos los países que configuran el Grupo de Amigos del Sahara (España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) para acabar absorbiendo de un modo u otro a lo que entiende como un trozo inalienable del reino alauí.

Todavía queda por dilucidar si, como dice Rabat, el Polisario trató de hacerse con el liderazgo de una movilización que, de obtener alguna concesión marroquí, no haría más que mostrar su propia impotencia, o si fue únicamente un arrebato marroquí derivado de su ya tradicional arbitrariedad y autoritarismo. En cualquier caso, lo que más claramente demuestra que nada sustancial ha cambiado es que el mismo día del ataque al campamento se reunieron en Nueva York, como estaba previsto, los representantes del gobierno marroquí y los del Polisario, en el marco de las conversaciones informales que impulsa desde el pasado año el enviado del Secretario General de la ONU para tratar de resolver este conflicto. Como en las dos ocasiones anteriores no hubo ningún avance de cierto calado, pero sí acordaron volver a verse el próximo mes de diciembre. Da la impresión, en definitiva, que tanto unos como otros prefieren seguir enrocados en sus posiciones respectivas, inmersos en un desigual juego de confrontación de egos… y todo ello al margen de lo que siente y demanda una población que no se siente representada ni por unos ni por otros.

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