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Marruecos entre dos aguas

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(Para Civilización y Diálogo)
Las autoridades marroquíes vienen desarrollando un encomiable esfuerzo por presentar la mejor cara del país, tanto en el ámbito político como en el económico. En el primero, se pretende transmitir la imagen de un gobierno empeñado tanto en el control del peligro terrorista (aún a costa de disparar las críticas sobre su exceso de celo en la represión de simpatizantes de movimientos islamistas, que no necesariamente estarían conectados con actores violentos), como en la apuesta por seguir adelante con las reformas de un modelo al que todavía le queda un buen trecho para poder ser equiparable al de sus vecinos del Norte (la Instancia de Equidad y Reconciliación, creada el pasado año y no exenta de críticas, sería hoy el ejemplo más visible). En el segundo, se intenta demostrar que Marruecos está en el camino correcto para superar sus graves deficiencias y su alto nivel de desigualdad, que sigue condenando a más del 20% de la población a malvivir por debajo de la línea de pobreza, presentando su positivo balance macroeconómico a corto plazo (primer receptor de inversión directa extranjera de todo el continente africano, por segundo año consecutivo; incremento del número de turistas en un 16%; reducción de la deuda externa a la mitad en los últimos siete años, hasta dejarla en poco más de 10.000 millones de euros; índice de inflación en torno al 3,5%…).


Sin embargo, y a pesar del esfuerzo, las sombras siguen ennegreciendo el futuro del reino. A modo de ejemplo sobresaliente, los datos que recoge un reciente informe del Banco Mundial sobre el país insisten en que el crecimiento registrado en el pasado año, que no ha superado el 4%, no es en modo alguno suficiente para resolver el grave problema de desempleo nacional, ni mucho menos para crear oportunidades de trabajo para los nuevos demandantes de empleo. En sus páginas se repite, como en tantas otras ocasiones, la demanda de profundizar en las reformas para mejorar el clima empresarial y para atraer a los inversores extranjeros.
Por desgracia, esta situación encaja con la descrita por el informe «Evolución y perspectivas económicas 2005 en Oriente Medio y Norte de África», elaborado por el mismo Banco Mundial para el conjunto de la región, en el que se reiteran juicios ya formulados a principios de la actual década, tanto en relación con Marruecos como en el conjunto de los países del Norte de África y Oriente Medio. Todos estos informes subrayan que sería necesario un crecimiento medio real del 6-7% en la región para poder absorber exitosamente a los 100 millones de demandantes que se prevén para los próximos 20 años. Un ritmo de crecimiento que ni se está cumpliendo ahora (el pasado año el registro de la zona se quedó en el 5,6%), ni ninguno de estos países ha logrado mantenerlo hasta ahora a lo largo de una sola década. Nada indica que Marruecos esté modificando las bases de su modelo hasta el punto de hacer posible un cambio tan drástico, quedando, como ha venido siendo habitual en su historia moderna, a expensas de los resultados de sus cosechas para salvar económicamente el año. Basta recordar, como apunte más reciente, que los presupuestos nacionales para este mismo año reducen la previsión de crecimiento económico a un escaso 3%.


Esta realidad, sin embargo, es percibida de modo muy diferente desde Washington. El gobierno de Estados Unidos sigue enviando claras señales de apoyo a Marruecos, como acaba de hacer David Welch, vicesecretario de Estado para Oriente Medio, en sus recientes entrevistas con el monarca y el primer ministro marroquíes. Además de su mensaje de optimismo sobre la evolución del país, y de reiterar su convencimiento de las ventajas que le reportará a Rabat la firma del acuerdo de libre comercio con EEUU (15-6-04) y su designación como socio preferente fuera de la OTAN, ha vuelto a destacar el hecho de que Marruecos haya sido el único país de la región que va a beneficiarse de fondos de ayuda al desarrollo, la Millenium Challenge Account, precisamente en función de su buen gobierno, de su apuesta por el desarrollo de sus ciudadanos y su voluntad de liberalización de su economía.


Por su parte, el gobierno marroquí trata de contribuir a reforzar las señales de esperanza sobre el desarrollo del país, volviendo a traer a colación un asunto que ya en su día le produjo unos sinsabores que ahora parece haber olvidado: la posibilidad de convertirse en un productor de petróleo. La ONHYM (Oficina Nacional Marroquí de Hidrocarburos y Minas) vuelve a acaparar la atención mediática al anunciar que, a las quince empresas extranjeras que ya disponen de licencias de exploración en diferentes partes del país, se le acaban de añadir en este mes de abril dos nuevas concesiones a empresas estadounidenses. El descubrimiento de petróleo en Mauritania ha vuelto a lanzar las expectativas de que también Marruecos pueda verse favorecido por la fortuna. Para ello, el gobierno no está reparando en ofertas que atraigan a los inversores del sector (entre otras medidas, tan sólo se reserva un 25% de los ingresos que se obtendrían en caso de que, finalmente se descubriera el preciado oro negro y contempla la exención de impuestos por un periodo de diez años).


En función de lo que ya ocurrió en su día con el anuncio de las supuestas riquezas petrolíferas localizadas cerca de la frontera con Argelia, coincidiendo interesadamente con la llegada al trono del actual monarca, quizá convendría no vender la piel del oso antes de cazarlo. Por supuesto, Marruecos necesita buenas noticias, que le permitan romper con los aún poderosos límites impuestos por un Mazjen, que no sólo se resiste a perder protagonismo sino que parece ganarlo aún más cada día. Pero la mejor manera de producirlas es permitiendo que entre decididamente el aire fresco en los últimos reductos de un poder que hoy sigue temeroso de que la reforma profunda de unos modelos económicos y políticos discriminatorios pueda llevarse por delante al propio régimen

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