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Mal termina lo que mal empieza: el mundo árabo-musulmán en 2010

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(Para Radio Nederland)
Solo buscando en los resquicios de lo que los medios de comunicación dan a conocer cada día sobre el mundo árabo-musulmán puede alimentarse el optimismo sobre el presente e inmediato futuro de la práctica totalidad de los países ubicados en el Magreb, Oriente Próximo y Oriente Medio. Cualquier aproximación a la realidad de estos países arroja un saldo netamente negativo, tanto en el terreno social como en el político, económico o de seguridad. Desde una visión de conjunto, hablamos de unos países que acumulan un potencial humano considerable y unos recursos naturales- sobre todo los relacionados con los hidrocarburos- de importancia estratégica para todo el planeta. La región no carece en general de los medios básicos para construir un futuro esperanzador para quienes allí habitan, pero es bien sabido que no existe la voluntad política por parte de los regímenes que dominan estos territorios para poner en marcha las necesarias reformas que permitan satisfacer las necesidades básicas de la población y garantizar su seguridad. Por el contrario, desde hace mucho tiempo siguen aferrados al poder con una vocación claramente patrimonialista y depredadora, en su propio beneficio, contando para ello con la  intimidación que producen sus abultados aparatos represivos y, no menos importante, con el apoyo o el consentimiento occidental.

En estas condiciones no puede extrañar que, tal como reflejan los informes anuales de desarrollo humano, el tono dominante en el análisis de la región sea obligatoriamente pesimista ante la generalizada falta de desarrollo y de seguridad. Aun cuando el ritmo de crecimiento demográfico se ha ralentizado, la extremada juventud de la población, la aglomeración urbana y el éxodo rural, son, junto con una notoria presión migratoria, rasgos inquietantes de unas economías incapaces hoy de atender las demandas de su población, crecientemente desposeída y descreída de lo que puedan prometerle sus gobernantes. Todo ello mientras el islamismo radical sigue ganando adeptos con su estrategia de crítica ante el alto nivel de corrupción e ineficiencia de los gobiernos actuales y de sustitución (al menos parcial) del Estado allí donde éste no puede o no quiere llegar (sea en el ámbito educativo, sanitario o incluso laboral).

Cabría decir que la respuesta de dichos gobiernos- aun aceptando que algunos (con Turquía a la cabeza) van a un mayor ritmo- es no solo lenta para hacer frente a los urgentes desafíos planteados sino, sobre todo, carente de verdadera voluntad de cambio de un modelo desigual que conforma unas sociedades cerradas en las que la disidencia está, por definición, castigada. Nada de esto ha cambiado sustancialmente a lo largo del año que ahora termina. Ninguno de estos países puede ser identificado hoy ni como democrático, ni como desarrollado y, con diferentes grados de profundidad, su estabilidad estructural está permanentemente en cuestión. En términos de seguridad seguimos hablando de la región más militarizada del planeta, salpicada tanto de conflictos intraestatales como interestatales para los que no se adivina solución real a corto plazo.

Por lo que respecta al Magreb, el conflicto del Sahara Occidental sigue lastrando poderosamente el proceso de integración regional iniciado en 1989 con la constitución de la Unión del Magreb Árabe. A día de hoy resulta altamente improbable que los saharauis logren algún día conformar un Estado propio, dada la favorable posición de Marruecos como dominador de facto del territorio en disputa y como interlocutor preferido por los países del Grupo de Amigos (España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia). Eso no quiere decir que la población saharaui vaya a aceptar pasivamente su suerte, como han demostrado las crecientes movilizaciones producidas a lo largo del año (con el colofón del trágico desmantelamiento en noviembre del campamento instalado en las afueras de El Aaiún).

En Oriente Próximo, el balance del esfuerzo negociador para poner fin al largo conflicto que enfrenta a Israel con sus vecinos solo puede ser negativo. El gobierno israelí ha mostrado abiertamente su preferencia por mantener la estrategia de fuerza y de castigo contra los palestinos, creyendo equívocamente que así logrará algún día dominar la totalidad de Palestina. En dos ocasiones ha desairado públicamente a su principal mentor, Estados Unidos, al rechazar la paralización de las actividades de construcción de los ilegales asentamientos que hacen inviable la existencia de una Cisjordania palestina. Si lo ha hecho es tanto porque está atrapado en sus propias debilidades (Benjamin Netanyahu lidera a duras penas un gabinete que vive al borde del colapso), como porque sabe que ninguno de los miembros del Cuarteto (EE UU, Rusia, ONU y Unión Europea) o la Liga Árabe tienen la voluntad decidida de ir contra sus intereses. Por su parte, la escena política palestina ha continuado su fragmentación, hasta hacer prácticamente irrelevantes a sus líderes ante su propia población y ante cualquier mesa de negociaciones que pudiera promoverse. Los enemigos de la paz en ambos bandos, por su parte, han rebajado momentáneamente su nivel de violencia, sin que esto permita augurar ningún cambio sustancial de sus equivocadas agendas.

Al igual que Israel cree que el tiempo corre a su favor otros, como el régimen egipcio, ha rematado el año organizando una consentida farsa electoral que buscaba eliminar de la escena parlamentaria a los temidos Hermanos Musulmanes y, al mismo tiempo, asegurar un escenario favorable para las elecciones presidenciales que se celebrarán en septiembre de 2011. El último apunte del año en la región no puede ser tampoco tranquilizador, en la medida en que Líbano está a la espera del inminente fallo del tribunal que ha seguido la causa del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, en medio del ya clásico juego por intermediación de actores poderosos en la zona (desde Siria a Arabia Saudí y Turquía) para tratar de imponerse a los vecinos.

En Oriente Medio la situación está muy lejos de normalizarse, sea cual sea el sentido que demos a esa palabra. De hecho, ni siquiera en Iraq- a pesar de la declaración del presidente estadounidense, Barack Obama, el pasado verano, de que se daban por finalizadas las operaciones de combate en ese país- puede considerarse que lo peor haya quedado atrás. Los enormes problemas para conformar un nuevo gobierno- que todavía no ha tomado posesión- son una buena muestra de la gran dificultad para cerrar sus brutales fracturas internas- con los suníes procurando evitar su definitiva marginación- y externas- con Irán jugando sus bazas, no tanto para imponer unos gobernantes en Bagdad a su gusto, como para garantizar su propia estabilidad a cambio de su colaboración en cimentar la de su vecino. Afganistán es, mientras tanto, un escenario sumido en la corrupción de su gobierno y en la incapacidad para resolver los problemas exclusivamente por vía militar. La estrategia estadounidense- que incluye el aumento de la apuesta militar, la negociación con los taliban y el apoyo forzado a Hamid Karzai- no ha dado resultado positivos en 2010 y se hace muy difícil imaginar que pueda cumplirse el calendario anunciado por Washington de retirada en julio del próximo año.

El panorama, en definitiva, no invita a la tranquilidad, aunque eso no sea nuevo en la región. Quizás por eso ni siquiera puede considerarse como una buena noticia que Qatar haya sido premiado con la organización del campeonato mundial de futbol en 2022.

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