Los primeros pasos de la administración Obama en el “Oriente complicado”: del discurso a la práctica

El discurso que el presidente Obama pronunció en junio en la Universidad del Cairo suscitó a la vez expectativas y escepticismos en el mundo árabe: muchos apuntaron que fue necesario y bienvenido, recordando sin embargo que haría falta algo más que palabras para impulsar un nuevo rumbo en las relaciones que Estados Unidos mantiene con una de las regiones más conflictivas del mundo.
El difícil cierre de la época anterior
Enfrentarse al desastroso legado de Bush no va a ser tarea fácil para la administración Obama. La política seguida por Estados Unidos a lo largo de los dos últimos mandatos ha sido devastadora y ha contribuido a reforzar las posiciones políticas más radicales. Las ofensivas militares en Afganistán e Iraq con todas sus víctimas “colaterales” y las graves violaciones de los derechos humanos cometidas en el marco de la “guerra global contra el terror” con Abu Ghraib y Guantánamo, el apoyo ciego a Israel y a los dictadores más perennes y desacreditados de la región han otorgado a Estados Unidos un nivel de impopularidad nunca alcanzado.
La era Bush supuso una clara ruptura con el pragmatismo que había caracterizado la política medio-oriental de las anteriores administraciones. Un paréntesis muy negro que costará sin duda cerrar como estamos viendo con Guantánamo y las dificultades que su cierre presenta. Tampoco será fácil cerrar el capítulo de Iraq ni conseguir avanzar en el proceso de paz en Oriente Medio.
Los retos prioritarios: Iraq, Afganistán y el proceso de paz
De las siete fuentes de tensión que Barak Obama identificó en el discurso pronunciado en el Cairo en junio, el primer desafío a la seguridad de Estados Unidos que presenta la región sigue siendo el extremismo violento.
Respecto a Afganistán, Obama lo dijo claramente: “no fuimos por elección, fuimos por necesidad”. El nuevo plan presentado en marzo de 2009 tiene más elementos de continuidad que de ruptura con la estrategia anterior. Introduce un nuevo enfoque regional con la atención focalizada en Pakistán, a la vez que anuncia el refuerzo de los componentes militares y civiles de la operación, resaltando al mismo tiempo la necesidad de dar mayor coherencia a las estrategias seguidas por los diferentes actores presentes en Afganistán. Sin embargo las grandes líneas políticas de la estrategia siguen descansando en la construcción del Estado, reforzando el gobierno central para erradicar la proliferación de milicias armadas y las bases con las que cuenta Al Qaeda. Las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 20 de agosto con resultados aún inciertos han mostrado la dificultad de llevar a cabo un proceso electoral en un país sumido en la violencia y el avance de los talibanes (en las regiones orientales y sur de Afganistán como las provincias de Kandahar o Nimroz la participación no habría superado los 10%).
En Iraq también queda todavía un largo camino que recorrer para dejar un país estable; tras la retirada de las tropas norteamericanas de las ciudades los atentados se han multiplicado este verano.
El “rompecabezas” de Oriente Medio
El conflicto de Oriente Próximo también es prioritario para la administración Obama y los retos son considerables. Las perspectivas de lograr una paz justa y viable entre israelíes y palestinos parecen escasas teniendo en cuenta el grave deterioro de la situación política, económica y humanitaria de los Territorios Palestinos Ocupados.
La incertidumbre respecto a las perspectivas de reconciliación entre Fatah y Hamas, así como la radicalización de las posiciones israelíes respecto al conflicto cuestionan el optimismo diplomático acerca de la oportunidad para reimpulso el proceso de paz sobre la base de la solución de los dos Estados.
Aunque encuestas de opinión revelan que la solución de dos estados sigue teniendo un gran apoyo tanto en el seno de la población palestina como de la población israelí1, cabe preguntarse cuál es su viabilidad si se toma en cuenta la realidad en el terreno: fragmentación de Cisjordania en bantustanes, separación entre Gaza y Cisjordania, expansión de los asentamientos…
Lo que se entiende por Estado palestino admite interpretaciones muy diferentes. Para Benyamin Netanyahu, tal como lo describió en un discurso pronunciado en la Universidad de Bar Ilan en junio de 2009 “el estado palestino tendría que ser un estado desmilitarizado, sin soberanía sobre su espacio aéreo ni sobre sus fronteras y sin Jerusalén como capital”.
Considerando el nivel de división intra-palestino y la debilidad del gobierno israelí -rehén de los partidos de extrema derecha-, muchos ponen en duda el hecho de que la solución de dos Estados, aún si se llegara en poner en práctica, lograra solucionar el conflicto. Robert Malley y Hussein Agha recuerdan que a lo largo de los años el logro de un acuerdo sobre la base de dos Estados se ha impuesto sobre la búsqueda de la paz; dos cosas diferentes, ya que es posible llegar a la paz sin pasar por esta solución y que la puesta en práctica de la solución de dos estados no conducirá necesariamente a la paz2.
La guerra de Gaza ha contribuido a radicalizar aun más las posiciones de los palestinos, aumentando la popularidad de Hamas y la falta de confianza en las negociaciones de paz. Una encuesta llevada a cabo por el Jerusalem Media & Communication Center indicaba que la mayoría de los palestinos preferían la resistencia a la negociación: el porcentaje de los que apoyan las operaciones militares contra Israel aumentó de 49,5% en abril de 2008 a 53,5% en enero de 20093.
La estrategia seguida por Estados Unidos tras el nombramiento de Mitchell ha consistido en presionar a Israel para que congele la expansión de los asentamientos. De momento Israel ha conseguido eludir las presiones internacionales, dando aparentes señales positivas, pero que en realidad no modifican sustancialmente la situación en el terreno. Un día después del anuncio de la decisión de suspender los concursos públicos para la construcción de nuevas viviendas, el suplemento de negocio del periódico israelí Haaretz anunciaba que el departamento israelí de la propiedad pública iba a presentar un nuevo concurso público para la construcción de 450 residencias en Pisgat Ze’ev en Jerusalén Este4.
De igual forma, el intento de convencer a los países árabes de dar claras señales de normalización sobre sus relaciones con Israel tampoco han surtido efectos hasta ahora. Ni Arabia Saudí ni Egipto han accedido a normalizar sus relaciones con Israel mientras no haya muestras más claras de su voluntad de paz .
La promoción de la democratización y los derechos humanos:
Al margen de la falsa retórica de democratización que ha acompañado las ofensivas militares de la administración Bush en Oriente Medio, la política exterior norteamericana de promoción de los “ideales” de democracia y derechos humanos en el mundo ha tenido siempre un doble rasero.
El dilema para la administración norteamericana sigue siendo el mismo: cómo conciliar el mantenimiento de las alianzas establecidas en la región en aras de la estabilidad y seguridad de los intereses de Estados Unidos con el apoyo a la democratización y los derechos humanos, que implica a medio y largo plazo una profunda modificación del panorama político interno de estos países.
En su discurso de El Cairo, el presidente Obama insistió en el hecho de que no se trata de imponer la democracia por la fuerza, y que el respeto a los derechos humanos y la democracia ofrecen la mejor garantía de estabilidad, éxito y seguridad para los Estados. No faltó sin embargo la advertencia a los “demócratas de un día” que tras lograr una victoria en las urnas renuncian a los principios democráticos y reprimen los derechos que parecían defender antes de su llegada al poder.
Obama recoge la visión dominante de la administración norteamericana durante los años 90 de la promoción de la democracia y del reto que los movimientos islamistas han planteado desde el final de la década de los 80 en los procesos de democratización de muchos países árabes.
Es una respuesta pragmática que deja un amplio margen de maniobra a Estados Unidos para actuar en el caso por caso en función de sus intereses. Para algunos académicos que llevan años abogando por un cambio radical de la política estadounidense en la región, como Stephen Zunes, estas palabras son insuficientes teniendo en cuenta la responsabilidad de la política exterior estadounidense en la radicalización de los movimientos islamistas en la región y la aparición de respuestas agresivas contra los intereses estadounidenses5.
De momento, los primeros pasos de la administración Obama han sido muy prudentes: Estados Unidos se abstuvo de dar una clara muestra de apoyo a la oleada de protesta que en Irán se levantó tras conocerse los resultados fraudulentos del proceso electoral del cual volvió a salir victorioso Ahmadinejad, alegando que pondría en peligro a sus líderes.
Respecto a sus tradicionales aliados en la región, como Egipto, nada indica de momento que se vaya a llevar a cabo una política más activa de promoción de los derechos humanos. A pesar de las demandas de las organizaciones de defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch ésta no ha sido una cuestión prioritaria durante la visita de Mubarak a Washington a finales de agosto.
Aunque todavía es pronto para saber si se producirán cambios significativos en la política exterior norteamericana respecto a Oriente Medio, los primeros pasos parecen indicar un retorno a un pragmatismo realista en el cual la promoción de la democracia y los derechos humanos seguirán siendo una cuestión de segundo rango.
Notas:
1.- Los resultados de una encuesta de opinión llevada a cabo por el Movimiento OneVoice indicaba que el 74% de los palestinos y el 78% de los israelíes aceptaban la solución de los dos Estados Consultado en http://www.onevoicemovement.org/programs/polling.php
2.- Hussein Agha, Robert Malley: “Obama and the Middle East”, The New York Review of Books, Volum 56, nº10, junio 2009.
3.- Consultado en http://www.jmcc.org
4.- Ver “Rumors on settlement freeze add up to status quo”, Ma’an news, 20/8/2009.
5.- Stephen Zunes, “U.S. policy toward political Islam”, Foreign Policy, septiembre 2001