investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

Libia: ¿intervención militar a la vista?

art0003

(Para Radio Nederland)

Una vez que el inefable Muamar Gadafi ha logrado recuperase del impacto inicial de una rebelión desatada en varios puntos del país, Libia parece encaminarse irremediablemente a una guerra civil que ya está causando graves daños al país y a su población.

Por su parte, la comunidad internacional sigue preguntándose cuál deber ser su respuesta, una vez que ha quedado claro que ni el dictador está dispuesto a abandonar el poder, ni la Resolución 1970- aprobada por unanimidad por el Consejo de Seguridad de la ONU el pasado día 26- resulta suficiente para hacer frente al clima de violencia que sufre el país.

Sobre el terreno, el dictador libio parece dispuesto a apurar todas las bazas que tiene en su mano para imponerse contra quienes han cuestionado su poder. Aunque siempre ha procurado mantener en una posición de debilidad a su propio ejército- para evitar que alguien pudiera repetir el golpe que él lidero en 1969 para deponer al rey Idris- hoy parece que buena parte de los 76.000 militares libios están aún de su lado, con activos tan significativos como los de la base aérea de Sirte y las fuerzas acorazadas ubicadas en la zona de Sebha. Cuenta asimismo con unidades de élite tan especiales como la Brigada 32- también denominada Brigada Khamis, en alusión al hecho de que es este hijo de Gadafi quien la lidera- concebida como una guardia pretoriana del máximo líder libio.

En ese listado hay que mencionar asimismo a las milicias- denominadas popularmente jenízaros, en referencia a las tropas otomanas de épocas pasadas-, compuestas por jóvenes reclutados desde niños al servicio del régimen y convertidas hoy en punta de lanza de la contraofensiva que Gadafi está tratando de desarrollar contra los rebeldes. Por último, destaca el papel de los mercenarios ya integrados desde hace tiempo en la mencionada Brigada Khamis, o los que acaban de llegar a Libia en estas últimas semanas.

En la confusión que caracteriza la situación actual se entremezclan rumores sobre la posible implicación de compañías privadas de seguridad israelíes y sobre la llegada de mercenarios de Chad, Níger y Liberia, entre otros países subsaharianos. Por desgracia, esa región acoge a un alto número de individuos con experiencia directa en conflictos recientes y el régimen libio ha sido un generoso financiador de gobiernos y otros actores en la zona, lo que le garantiza ahora una respuesta positiva a su llamada de ayuda militar (muy bien remunerada, por otra parte).

Por su parte, los rebeldes no han logrado hacerse con un gran potencial militar y tan solo disponen de los medios que hayan podido sustraer al control del régimen y con la entusiasta movilización civil (lo que no los convierte de repente en combatientes plenamente operativos). Aunque controlen ya algunos importantes yacimientos petrolíferos, tampoco les va a resultar fácil dotarse a muy corto plazo de más medios militares para imponerse a los leales a Gadafi.

Mientras se aclara el panorama de confrontación violenta entre los dos bandos, es obvio ya que existe una grave crisis humanitaria (tanto en el interior como en las respectivas fronteras con Túnez y Egipto), así como que se han cometido crímenes contra la humanidad, con la población civil como objetivo preferente. Si nos atenemos al principio de Responsabilidad de Proteger- aprobado por la ONU en septiembre de 2005- éstas deberían ser razones suficientes para activar una respuesta internacional, dado que el Estado libio no atiende a las necesidades de su población y, por el contrario, la ha convertido en objetivo explícito de sus ataques. Entre otras medidas cabría plantear, por tanto, una intervención militar para atender a los desplazados y refugiados y para frenar la muerte de civiles.

Sin embargo, de momento solo ha sido posible aprobar una Resolución que en ningún caso sirve de base para medidas de esa naturaleza. De hecho, ni siquiera podría utilizarse para establecer una zona de exclusión aérea- para evitar los ataques a civiles desde el aire- o para crear corredores humanitarios para atender a la población necesitada de asistencia y protección inmediatas- en un volumen estimado que ya supera las 200.000 personas. Si conflictos como el de los Grandes Lagos (1994) sirvieron en su día para determinar que «nunca más» se repetiría la pasividad internacional ante una masacre, también hay que recordar que la experiencia de la invasión de Iraq (2003) ha llevado a rechazar de plano la posibilidad de volver a lanzar una campaña militar terrestre (de la OTAN o de algún grupo de países occidentales) para derrocar a un gobernante. Y eso es algo que también lo saben Gadafi y sus leales (mercenarios incluidos).

Visto así, solo cabe esperar que Gadafi se derrumbe antes de agotar todos sus recursos militares (incluido el gas mostaza que todavía conserva), porque para asumir realmente el desafío de hacer frente por la fuerza a los crímenes de Gadafi, habría que vencer muchas resistencias. La principal se refiere a que nadie quiere asumir el liderazgo de una acción militar internacional. Estados Unidos- que no importa un solo barril de petróleo libio- no está interesado en implicarse en solitario, ni en compañía de otros (en el marco OTAN), cuando todavía se encuentra empantanado en escenarios tan complejos como Afganistán e Iraq. Para la Unión Europea- aunque Italia quisiera impulsar alguna respuesta común, dada su significativa dependencia energética de Libia- esta tarea supera su actual nivel de voluntad comunitaria y el techo marcado por las «misiones Petersberg». De poco sirven, por último, instancias tan poco operativas hasta hoy como la Liga Árabe o la Unión Africana.

Malas noticias, por tanto, para los libios y para la legalidad internacional.

 

Publicaciones relacionadas