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Lecciones del Katrina

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(Para Radio Nederland)
Pasados diez días desde que el huracán Katrina asolará las costas del Golfo de México y devastará la ciudad de Nueva Orleáns, algunas cosas que agravaron el impacto del fenómeno natural comienzan a estar claras. Una vez más, se demuestra que no son por sí solos los eventos catastróficos, como en este caso un tremendo huracán, quienes provocan los desastres, sino la falta de previsión, la incapacidad, incluso la imprudencia de los seres humanos las que los convierten en sucesos dramáticos. De modo muy telegráfico algunas de las primeras enseñanzas que podemos extraer de Katrina serían:

•  Todos somos vulnerables. Las sociedades desarrolladas, como la estadounidense, han vivido durante décadas instaladas en una cierta arrogancia sobre su capacidad para hacer frente a cualquier evento negativo. Los atentados del 11 de septiembre dieron un primer toque de atención a los norteamericanos, mostrándoles su debilidad frente a ciertos hechos. La palabra y el concepto de vulnerabilidad, hasta entonces sólo usada en ámbitos muy especializados, comenzó a emplearse de modo generalizado. Los ciudadanos percibieron, por vez primera, que eran vulnerables ante ciertas amenazas para las que no se habían preparado ni habían previsto. Lamentablemente no fueron capaces de entender que las amenazas a su seguridad humana no venían solo de las armas de destrucción masiva o del terrorismo. El hecho de que el país más desarrollado del planeta sufra un desastre de estas características muestra que los riesgos a los que se enfrentan nuestras sociedades son muy variados y que, como decía Ulrich Beck, vivimos en la sociedad del riesgo. La arrogancia de nuestras sociedades y su confianza en nuestra capacidad tecnológica son, en sí mismas factores de riesgo.

•  Unos son más vulnerables que otros. No es una broma sobre la frase de George Orwell de “todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros”. Es la constatación, en este caso obscena, de que el impacto del Katrina ha sido muy desigual y de que los sectores más empobrecidos de la población han sufrido de modo especial sus consecuencias. Por más que se quiera ocultar, los efectos sobre la población negra, pobre, de los barrios marginales de Nueva Orleáns han sido mucho mayores que sobre los sectores de población blanca que pudieron evacuar la ciudad. Cuando se concluya el recuento de víctimas mortales, se verá como esa “selección” dramática que los desastres hacen, se ha dado también en este caso.

•  El patrón de respuesta ha sido igual que en los desastres en los países subdesarrollados. Aunque resulte difícil de creer, la reacción del gobierno Bush no ha diferido un ápice de la que habría tenido cualquier país del llamado Tercer Mundo. Primero, no prever adecuadamente el posible impacto del huracán ni prepararse para ello. Segundo, minimizar sus efectos:”everything under control” es el mantra que repiten todos los gobernantes que se ven superados por la situación. Tercero, tardar en la respuesta y en el reconocimiento de los hechos y no solicitar la ayuda adecuada. Problemas de dignidad y orgullo mal entendido impiden reconocer que la situación les ha desbordado. En este caso, además, la primera respuesta, basada en el envío de tropas para tareas de seguridad y no de distribución de ayuda a los damnificados, muestra como la paranoia de la seguridad condiciona cualquier reacción. Cuarto, buscar responsables (eso sí, en otro sitio) y no asumir autocríticamente las responsabilidades gubernamentales.

•  La inversión en prevención y preparación es necesaria y rentable. La inexistencia de planes de contingencia o de protocolos de actuación en el país más desarrollado del planeta no deja de resultar sorprendente. La debilidad de las redes sociales y la falta de mecanismos de información creíbles, procesos de toma de decisiones y coordinación, han agravado en este caso la magnitud del desastre. La falta de inversión en el refuerzo de los diques de la ciudad es el ejemplo más claro de lo que decimos.

•  En los desastres se pone de manifiesto lo mejor y lo peor de los seres humanos. Lamentablemente la solidaridad con la que mucha gente reacciona en las emergencias es compatible con el egoísmo de otras. En este caso ha sido espectacular el comportamiento individualista y la mezquindad de numerosos sectores de la sociedad, que se comportaron con el “sálvese quien pueda” como consigna. Sin justificar este comportamiento, debemos entender que la falta de eficacia de los organismos públicos y la respuesta inadecuada estuvieron en la raíz de los mismos. Y más profundamente en la educación de unos ciudadanos que han hecho del individualismo más ferviente su seña de identidad.

Queda, por último, la cuestión de la necesidad o no de la ayuda internacional. Que la primera ayuda que pidiera el gobierno Bush fuera petróleo no deja de ser significativo. Que a los pocos días solicitara ayuda de emergencia, alimentos y ropa, cuando ni tan siquiera se había decretado en el país ningún estado de emergencia, ni decretado luto nacional y cuando el resto de los Estados de la Unión no se había movilizado, nos parece asimismo fuera de lugar. La solidaridad de los cuidadnos del mundo no debe conocer fronteras y los ciudadanos de Estados Unidos, ahora como tras el 11 S, la necesitan; pero en un país dónde existen recursos más que suficientes y dónde millones de personas de otros Estados han permanecido ajenos completamente a la tragedia, deben ser los medios internos los que se utilicen. La ayuda internacional debiera dirigirse a otros lugares y aunque gestos solidarios como los registrados en esta ocasión sean convenientes, no parece que el envío de ayuda convencional sea lo adecuado en este caso.

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