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Las relaciones transatlánticas hacen aguas

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(Para Radio Nederland)
En el mundo de las relaciones internacionales los amores raramente son eternos. Circunstancias cambiantes obligan a modificar las alianzas, y las fidelidades duran mientras los intereses lo aconsejan, o no aparecen en el horizonte otras perspectivas mejores. Eso ha sido siempre así y, al margen de cómo se escenifiquen las rupturas, – y esa puesta en escena las puede hacer aparecer como más dramáticas – la contingencia de las relaciones internacionales es la norma y lo raro sería lo contrario. La pasada Conferencia de Copenhague fue para muchos la escenificación del cambio de la posición estadounidense  respecto de Europa y el inicio de un nuevo tipo de relación con las potencias emergentes y, sobre todo, con China.  Y el despecho que la Unión Europea parece sentir desde aquel día y que se pone de manifiesto ante cualquier evento, ya sea la crisis de Haití o la inasistencia del presidente Barack Obama a ciertas reuniones con la UE y la anulación de la Cumbre Europa – Estados Unidos, por poner solo los dos últimos ejemplos, es de una ingenuidad alarmante en un actor que proclama querer ser alguien en las relaciones internacionales. Que esos cambios en la política exterior estadounidense estén coincidiendo con la presidencia española de la UE, y con un presidente como José Luis Rodriguez Zapatero muy dado a las fotos de familia, y a creer que le une una relación especial con Obama – planetaria o cósmica que diría Leire Pajin -, no es sino una simple anécdota y una prueba más de la simpleza con que desde la UE se ven las relaciones con el otrora privilegiado socio. Las llamadas relaciones transatlánticas se han caracterizado por los excesos retóricos y el seguidismo en la práctica y hoy lo constatamos.

Las razones para este cambio en las prioridades de la política exterior de Obama son también bastante claras y comprensibles: necesidad de dedicar más esfuerzos a la política interior tras el fiasco de Massachussets y el riesgo para la puesta en marcha de ciertas políticas como la reforma sanitaria; urgencia para resolver o, al menos, dar un horizonte de resolución a las dos guerras en las que está embarcado, Afganistán e Iraq, y conveniencia de dedicar más atención a un asunto con gran calado político y económico para los Estados Unidos como son las relaciones con China.  Y en esos tres asuntos, como ha dicho un analista español, «EE UU considera que la UE no es un problema ni le sirve para resolver ninguno».

Las relaciones de los EE UU con China son la mejor muestra de esa vuelta al realismo descarnado en la política exterior estadounidense y del olvido de esos halos éticos y de grandeza moral que desprenden los discursos del presidente Obama. La crisis de Honduras ya auguraba ciertas «maneras» que ahora se confirman. Estados Unidos necesita imperiosamente a China para financiar su creciente deuda y China necesita a EE UU para la venta de sus productos y para mantener su enorme maquinaria productiva. Algunos analistas hablan del «miedo a los 10%»; el 10% de desempleo en los EE UU y el 10% de crecimiento económico en China. Si el paro crece en los Estados Unidos en un año en el que hay elecciones legislativas, eso puede suponer un vuelco en el electorado como se ha visto en Massachussets. Y eso tiene implicaciones para las relaciones con China. Para los miembros del think tank Eurasia Group «A medida que se acerquen las elecciones de noviembre, muchos legisladores norteamericanos exigirán que el país con un 10% de desempleo persuada al país con un 10% de crecimiento que deje de torcer las reglas comerciales y manipular el valor de su moneda». Políticas internas y externas se mezclan en este tema que es crucial para los estadounidenses. Y, por otro lado, en este contexto de preocupación económica, Estados Unidos parece olvidar sus anunciadas presiones sobre China en asuntos como Sudán –con la situación de Darfur en primer término – Myanmar o Irán, en las que los líderes chinos no han hecho ninguna concesión. El golpe de timón de Obama pone énfasis en lo económico y punto. Money makes the world go around.
En otros asuntos, sin embargo, la UE y sobre todo los países de la UE miembros de la OTAN si le son de gran utilidad a los EE UU. La reciente Conferencia de Londres sobre Afganistán, en la que se aprobaron ciertos cambios en la estrategia de la OTAN en el país propuestos por los estadounidenses, ha contado con el apoyo unánime y acrítico de los socios europeos. Por cierto ¿alguien recuerda que el tema se haya discutido en un Consejo Europeo?

Y, aunque solo sea brevemente, citaríamos que tanto para estadounidenses como para europeos América latina hoy queda en un lugar secundario. Tampoco hay novedades en eso.
En cualquier caso, la vara de medida para valorar la acción exterior de la UE no puede ser el grado de aprobación que le den los Estados Unidos. Al contrario, el problema para la UE es el no ser capaz de definir de modo independiente y con rigor sus posiciones internacionales y buscar acuerdos en los foros multilaterales y, por supuesto, con los estadounidenses. Las grandes expectativas abiertas en todo el mundo, y también en la UE, por el cambio que suponía Obama respecto de su predecesor, han hecho caer a muchos en una suerte de papanatismo «Obamiano» del que tenemos que empezar a salir.  Debería haber habido más iniciativa europea en una agenda transatlántica y, evidentemente, no ha sido así. Decir, como han planteado algunos think tanks españoles que para retomar el diálogo transatlántico «España puede ser el puente entre EE UU y la UE» es de una falta de originalidad y muestra de rancio hispanismo, alarmantes. La entrada en vigor del Tratado de Lisboa y la nueva arquitectura en la acción exterior de la Unión Europea no parecen dar en este primer mes buenos resultados pero, siendo justos, habrá que esperar.

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