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La reacción latinoamericana ante la crisis árabe

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Muammar al Gadafi y el presidente v enezolano, Hugo Chávez, en una de s us varias reuniones. (estadodesitua ción.com.uy)

A pesar de existir cierta armonía de opinión en Latinoamérica en relación con la caída del régimen de Hosni Mubarak, aunque algunos gobiernos la celebraron mientras otros permanecieron callados, no está sucediendo lo mismo con la crisis libia, que provoca reacciones bien dispares entre los gobiernos de la región.

Hacía tiempo que una cuestión externa no provocaba un antagonismo tan pronunciado en la zona como el ligado a la intervención militar en Libia, activada a partir de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. En principio las opiniones fueron más o menos compartidas entre los dos bloques claramente diferenciados (el minoritario, conformado por Cuba, Venezuela y Nicaragua, que apoyó la acción represiva de Gadafi; y el mayoritario, en el que se integran todos los demás, que condenó la violencia del régimen. Pero muy pronto esa superficial armonía se rompió abiertamente, tras el inicio de los bombardeos por parte de la coalición aliada. Así, Ecuador, Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Paraguay y Uruguay mostraron un profundo rechazo a la incursión militar y pidieron, cada uno a su manera, el cese inmediato de los bombardeos.

Un repaso a las diferentes reacciones que se suscitaron nos permite conocer las opiniones y hasta las sugerencias que los diferentes mandatarios latinoamericanos expresaron sobre los ataques que todavía hoy continúan desarrollándose en Libia. Por una parte, Rafael Correa, presidente de Ecuador, no dudaba en expresar que su país, «rechaza terminantemente la intervención militar, la mayoría (de los países) no dice nada por temor para pasar la lección, para quedar bien, para que los acepten. Ecuador ya superó esa etapa de servilismo». Por otra, el presidente boliviano, Evo Morales, fue un poco más allá sugiriendo a las Naciones Unidas que cambie su nombre por el de «Organización de Naciones Invasoras», y afirmando que «el Consejo de Seguridad es un consejo de inseguridad (…) usan cualquier pretexto para invadir y apoderarse de los recursos de un país» y que «no se pueden defender los derechos humanos violando los derechos humanos». Posteriormente, Morales pidió «un cese inmediato de la agresión armada a Libia» y la conformación de una comisión encabezada por la ONU, la Liga Árabe y la Unión Africana para mediar pacíficamente ante la crisis.

En ese mismo sentido, Argentina, de la mano de su canciller, Hector Tímermann, y a través de su cuenta de Twitter, dio a conocer su posición (y, por tanto, la de su gobierno) al afirmar que «finalizando el análisis de la acción militar sobre Libia. Primera conclusión: no se habían agotado los medios diplomáticos disponibles». Anteriormente a la intervención armada por parte de la coalición, la posición oficial de Argentina fue tímida y ambigua, quizás debido a la estrecha cercanía entre los gobiernos de Buenos Aires y Caracas. Así, y en un breve comunicado de dos párrafos, se expresó que «el gobierno argentino expresa su profunda preocupación por la grave situación en Libia, lamenta la pérdida de vidas y los actos de violencia acaecidos en los enfrentamientos», sin condenar expresamente la violenta represión.

También Hugo Chávez, presidente de Venezuela y declarado amigo de Muamar al Gadafi, dio su opinión al respecto calificando de «locura imperialista» la intervención en curso que con EE UU, Gran Bretaña y Francia a la cabeza se está llevando a cabo en el país árabe. Por otro lado, el mandatario paraguayo, Fernando Lugo, más comedido en su opinión, expresó que «ningún tipo de violencia es justificada. Lo hemos dicho siempre».

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, condenó asimismo la intervención militar contra el país norteafricano, iniciada por Estados Unidos y sus aliados, al entender que «ahora viene una guerra externa (contra Libia) de las potencias buscando cómo arrebatar el petróleo, porque el interés de ellos es el petróleo. Lo de democracia es puro cuento».

A la ya conocida abstención por parte de Brasil en la votación de la Resolución 1973, se añadió el repudio al uso de la violencia «inaceptable» contra los manifestantes en Libia y se requirió encarecidamente a las autoridades de ese país a que preserven la seguridad de los extranjeros, ya que en ese país se encuentran trabajadores de las constructoras brasileñas Odebrecht, Queiroz Galvao y de la Petrolera Petrobras. Es bien sabido que las revueltas en Libia afectan negativamente los intereses brasileños, ya que dichas empresas han tenido que interrumpir sus trabajos.

Cuba y Uruguay también se sumaron a la cascada de opiniones, realizando manifestaciones en el mismo sentido. Así, se escuchó decir a José Mujica, presidente de Uruguay, que «es mucho peor el remedio que la enfermedad. Eso de salvar vidas a los bombazos es un contrasentido inexplicable». En paralelo, Fidel Castro, viejo camarada de Gadafi, criticó el papel de la OTAN y manifestó que la alianza militar sólo «sirve para demostrar el derroche y el caos engendrado por el capitalismo».

El tridente conformado por Venezuela, Cuba y Nicaragua fue el más resistente a condenar a Gadafi por la violencia contra su pueblo y, posteriormente, el más enérgico a la hora de condenar los bombardeos de la coalición. La férrea defensa otorgada al régimen de Gadafi se debe quizás a la similitud en sus orígenes, ya que tanto los mandatarios de estos países latinoamericanos como Gadafi lograron conformar un gobierno tras su participación en alzamientos armados y son partidarios de la revolución (cada uno a su manera). Lo ocurrido en Túnez, Egipto y ahora Libia guarda paralelismos con la propia situación de estos países.

Por otra parte, y en clara discordancia con estos países, se encuentran Perú, Chile y Colombia. El primero decidió romper relaciones diplomáticas con Libia hasta tanto no cese la violencia contra el pueblo y, tras los ataques aliados, decidió dar su apoyo a la coalición mediante el siguiente comunicado: «Quisiera saludar la acción del gobierno de los Estados Unidos, de Francia y de Gran Bretaña para hacer frente a la masacre perpetrada por la dictadura libia». En el mismo sentido se expresó su par colombiano, Juan Manuel Santos, que ante la represión violenta de Gadafi declaró que «lo que está pasando en Libia es inaceptable. Condenamos la forma en que se actúa contra la población de ese país» y tras los bombardeos amparados en la Resolución de la ONU, afirmó que «las autoridades de Libia se han burlado de la Resolución y por eso va a haber intervención. Para eso están la ONU y el Consejo de Seguridad». Por último, Sebastián Piñera, presidente de Chile, ante la violencia del régimen declaró que «deplora y condena enérgicamente la represión gubernamental» y tras los bombardeos, la cancillería emitió el siguiente comunicado: «Chile expresa su esperanza de que las medidas establecidas en la Resolución permitan el pronto restablecimiento de la paz, ponga término a la violencia, resguarde la integridad de la población civil y se establezca el pleno respeto de los derechos humanos».

Los sucesos en el Magreb, pero sobre todo los originados en Libia, también han tenido efectos económicos sobre la región, ya que el país norteafricano es el décimo productor mundial de petróleo y sus reservas alcanzan el 4% de la oferta mundial, por lo que puede llegar a amenazar seriamente la estabilidad del mercado del petróleo. Las turbulencias en dicho país ya han provocado el alza del petróleo, que fue bienvenida por países como México o Venezuela mientras que otros, como Chile, vieron como su bolsa de valores se desplomó fuertemente.

Se podría concluir que los países latinoamericanos dividen sus posturas en concordancia con las relaciones exteriores e intereses que sustentan. De esta manera, países que mantienen un estrecho vínculo económico con Estados Unidos y Europa se han mantenido afines a la intervención militar, mientras que los que encuentran paralelismos con sus situaciones, rechazaron cualquier tipo de injerencia desde el primer momento, llegando a justificar la violenta represión. Por último, el resto de países latinoamericanos decidieron condenar fervientemente los bombardeos, instando a una solución pacífica de las controversias.

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