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La oportunidad de Latinoamérica

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Es la primera vez que Latinoamérica se queda fuera de una crisis financiera global de grandes dimensiones, y hasta termina creciendo a «tasas chinas» en gran parte de los países que la conforman. Las instituciones están fortalecidas y las cuentas públicas saneadas, y se podría afirmar, salvo en países concretos, que la gobernabilidad se está asentando cada vez más en la región.

La crisis hipotecaria del 2008 y la de la deuda actual, están apoyando aún más el crecimiento mediante la entrada de capitales externos que huyen de los países ricos debido a la incertidumbre que allí se vive. China e India con toda certeza seguirán demandando las riquezas que posee la región, por lo que todo apunta a que este puede ser el gran momento para Latinoamérica. Aún así, y a pesar de esta bonanza económica, la región cuenta con problemas estructurales sin resolver que ponen en riesgo este crecimiento, y de no modificarlos a tiempo, podrían pasarle factura. Además, a Latinoamérica aún le cuesta quitarse de encima el estigma de proveedor de materias primas de los países ricos y dar el salto productivo hacia una diversificación que vaya más allá de las materias primas. Un análisis pormenorizado de la situación económica, política y social actual ofrece una comprensión más precisa de los problemas propios y compartidos que sufren los países de la región.

En Argentina, la supuesta indecisión de Cristina Fernández de Kirchner para lanzar su nueva candidatura en aras de obtener la reelección, fue en realidad una maniobra política para tantear a unas fuerzas opositoras que se baten en peleas internas y no logran conformar una oposición consolidada que se traduzca en opción política. Todo parece indicar que Cristina Fernández revalidará su gobierno por 4 años más. Si bien el país avanza a paso firme en términos económicos, y se registran varios logros en lo social, aún existen varias asignaturas pendientes que pueden empañar la fiesta económica que se vive: las altas tasas de inflación, el alto grado de corrupción, un sindicalismo desbordado de poder y una pobreza de dimensiones preocupantes, pueden ser algunas de las causas que obstaculicen un crecimiento sostenido. Además, el crecimiento basado en la dependencia de un sistema agroexportador (las exportaciones de materias primas representan el 55%) y la transferencia masiva de recursos al sector social sin control de ningún tipo, pueden llegar a convertirse en otro de los lastres del desarrollo del país.

Por su parte, Brasil, gigante económico y principal motor de desarrollo en la región, viene haciendo los deberes desde hace tiempo con Luiz Inácio Lula da Silva como presidente. De marcada tendencia integrista, fue el mayor precursor de una Latinoamérica unida y fuerte, y mediante sus políticas sociales progresistas, logró cambios que nunca antes se habían visto en el país, como por ejemplo la reducción significativa de la desigualdad y la pobreza, y por tanto la inclusión de cientos de miles de brasileños a un sistema que antes los dejaba de lado. Dilma Roussef es ahora su sucesora, y desde su asunción, prometió continuar con las ya famosas políticas sociales emprendidas como son los programas sociales «Beca Familia» y «Hambre Cero». Aún así, Dilma Roussef, pretende desmarcarse de Lula y acallar las voces críticas que la califican de ser un «títere» del ex presidente. Un primer paso en este sentido fue la aceptación de la renuncia del ex Ministro de la Presidencia y mano derecha de Lula, Antonio Palocci, por un escándalo de corrupción que presuntamente lo implicaba. Palocci, era considerado como el garante de la disciplina fiscal y del riguroso control de la inflación, por lo que su salida puso en vilo a los mercados e hizo tambalear al real. Este incidente hizo aumentar la popularidad de Rousseff, y en contra de los temores impulsados desde los mercados, hizo fortalecer aún más la imagen de transparencia y fortaleza de la economía brasileña, considerada una de las más atractivas del mundo. Además, durante esta década Brasil será el centro de atención del mundo al acoger el mundial de fútbol y las olimpiadas.

En Colombia, el traspaso del mando político a Juan Manuel Santos parece ubicar al país no sólo en la senda del desarrollo económico impulsado por Álvaro Uribe, sino también en el camino hacia la pacificación de la sociedad y el respeto por los derechos humanos. Uribe, incuestionable en sus medidas económicas, resultó salpicado por escándalos como el de los falsos positivos (asesinatos de civiles por parte del Ejército colombiano y presentados como guerrilleros muertos en combate), que fue la nota amarga de una gestión, que en términos generales, fue muy buena para el país. Pero al parecer, Santos, otrora ministro de defensa de Uribe, se comienza a erigir como una versión mejorada de éste, mediante el impulso de la ley de Víctimas y de Restitución de tierras, que establece, después de 50 años de conflicto armado, ayudas económicas a los afectados por el mismo . El mensaje claro entre líneas es que él no sólo se ocupará de la gestión económica del país, sino también que se implicará de los problemas sociales que afectan al país.

En Uruguay, la imagen popular de «Pepe» Mujica se está debilitando de forma estrepitosa. La causa, no se debe en principio a cuestiones económicas ni sociales, ya que el país obtuvo grandes avances en ese sentido, con un crecimiento del casi un 8% anual durante los últimos años y una tasa de desempleo ínfima. Pero lo que pone en vilo la popularidad de Mujica es la creciente sensación de inseguridad que registra el país y las heridas que está abriendo en la sociedad el debate para dejar sin efecto la ley de caducidad, que impide juzgar a ex militares que cometieron delitos durante la dictadura militar que gobernó el país entre 1973 y 1985. Consciente de la impopular de la medida, Mujica decidió dar marcha atrás con la iniciativa y advertir a los legisladores de su partido, el Frente Amplio, sobre las consecuencias que traería al gobierno su aprobación. Esta decisión y algunas otras, como la propuesta de cambios impositivos al agro, trajo fricciones internas dentro de su partido y un creciente descontento por parte de sus simpatizantes.

En Chile, Piñera se enfrenta a una situación similar. La razón se encuentra en la aprobación de un polémico megaproyecto hidroeléctrico que contempla la construcción de cinco centrales en el extremo sur de Chile, que generó protestas masivas por parte de la población, y que finalmente fue paralizado. Chile es de los países latinoamericanos que más depende de los ingresos por sus exportaciones. El porcentaje de exportación de materias primas alcanza el 60% del total, y a pesar de ser el primer productor de cobre del mundo, todavía no ha logrado tener ninguna multinacional de escala global especializada en el sector que le permita dejar de depender de empresas extranjeras.

En el caso de Perú, Lima, su capital, refleja como nunca el crecimiento exponencial del país. Tras un crecimiento sostenido del 7% anual de media durante los últimos cinco años debido, en gran parte, a las exportaciones de minerales y la inversión privada, Perú ha logrado rentabilizar este crecimiento y traducirlo en mejoras un tanto más económicas que sociales. A pesar de los todoterrenos que atestan la Capital, la desigualdad y la pobreza, junto con la delincuencia y la corrupción, siguen siendo los problemas principales del país que Ollanta Humala deberá afrontar tras ganar las recientes elecciones. Humala, en principio temido por la ciudadanía debido a su pasado golpista, prometió dar un giro más social al gasto público, respetando tanto la propiedad privada como las libertades civiles. De ser así, y de continuar la senda recorrida por sus predecesores, el país seguirá logrando progresos y continuará cultivando una imagen exterior atractiva y próspera.

Las circunstancias económicas mundiales actuales hacen de ésta una oportunidad única para que Latinoamérica pueda consolidar el desarrollo progresivo de la región. Además, tiene la suerte de contar, en su gran mayoría, con gobiernos progresistas que decidieron dar un giro social a sus políticas de desarrollo sin descuidar el aspecto económico, logrando avances significativos en ambos sectores. Pero el drama acuciante de la desigualdad, junto con la violencia y la corrupción, están poniendo en jaque estos avances y podrían llegar a poner en peligro su continuidad. Además, la dependencia de las exportaciones de materias primas condiciona la continuidad del crecimiento a la evolución de economías emergentes como China e India, principales demandantes de alimentos de la región. De no aprovechar de manera apropiada el período de abundancia que se vive actualmente, Latinoamérica corre el grave riesgo de morir de un éxito que puede ser efímero.

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