Dáesh aún tiene cuerda para rato
Para Ahorasemanal.es
Dos años después de proclamar un pseudocalifato, Dáesh presenta un balance ambivalente. Por un lado —como demuestran brutalmente los recientes atentados en Bagdad (3 de julio, más de 200 muertos), Daca (Bangladés, 1 de julio, casi 30 muertos), Estambul (28 de junio, más de 40 muertos), Bruselas (22 de marzo, 35 muertos), París (13 de noviembre, 137 muertos) y tantos otros—, Dáesh retiene una considerable fuerza para golpear a sus enemigos cercanos y lejanos. Además de su feudo central, localizado en parte de Siria e Irak, mantiene fantasmales wilayas sostenidas por grupos asociados en Afganistán, Chechenia, Daguestán, Egipto, Filipinas, Libia, Níger, Nigeria, Somalia y Yemen. Y a eso suma la presencia de células encubiertas en Arabia Saudí, Turquía, Argelia, Francia, Túnez, Líbano y Bangladés. Toda una multinacional del terror.
Pero por otro lado —tras la sucesiva pérdida de Palmira (Siria), Faluya (Irak) y hasta Sirte (Libia)— , también es cierto que ha sobrepasado
el punto álgido de su capacidad para controlar territorio. Dicho de otro modo, una vez aferrado al terreno —lo que constituye un error estratégico al convertirse en un objetivo fijo y rentable para una masiva campaña aeroterrestre— el tiempo ya corre en su contra.
Ambas son realidades incontestables y dependiendo de a cuál se agarre cada uno, se puede pensar que nos enfrentamos a una amenaza existencial (falso) o que su eliminación está a la vuelta de la esquina (igualmente falso).
Transformación
Mirando al futuro conviene retener lo ocurrido con los otros delirios califales proclamados por grupos como Wilayat al Sudan al Gharbi (Boko Haram) en Nigeria, Muyao y Ansar Dine en Mali o Al Shabaab en Somalia. Todos ellos han sido desmantelados. Y lo mismo cabe pronosticar que le ocurrirá al que lidera el ahora autoproclamado califa Ibrahim. Pero igual que ninguno de esos grupos ha desaparecido, sino que se han transformado y recreado para seguir adelante con su apuesta belicista, cabe augurar que lo mismo le sucederá a Dáesh. Eso fue, de hecho, lo que le ocurrió en su día a Al Qaeda en Afganistán (junto al régimen talibán); y de ahí que su líder actual, Ayman al Zawahiri, haya advertido al resto de los dirigentes de las franquicias de la red terrorista (incluyendo a Dáesh, que hace una década, no lo olvidemos, era Al Qaeda en Irak) para que no caigan en el mismo error. Porque la pretensión de controlar un feudo propio supone perder una de sus principales ventajas, la fluidez de sus acciones y la dispersión de sus medios, mientras que su fijación en el terreno para establecer un control paraestatal de población y territorio lo convierten en un rentable objetivo de oportunidad.
Deseos y realidades
A eso se añade su dificultad para reponer los efectivos perdidos en combate, una vez que lo que antes eran porosas fronteras (como la turca) para el trasvase de yihadistas hoy están mucho más controladas por unos vecinos conscientes, por fin, de que esa permisividad terminaría por volverse en su contra. Y lo mismo cabe decir de algunas de sus fuentes de financiación, tanto por el retraimiento de quienes, como Riad, en su momento jugaron con fuego y ahora se ven señalados como instigadores y cómplices como por los mayores filtros para evitar que puedan comerciar con petróleo o las menores oportunidades de hacerse con rehenes con los que poder negociar un rescate.
Pero a pesar de esos retrocesos, convendría no confundir los deseos con la realidad. Una realidad que, en Libia, muestra que la liberación de Sirte no supone la eliminación de la amenaza y, en paralelo, que el endeble Gobierno de Acuerdo Nacional ni está en condiciones de recuperar el monopolio del uso de la fuerza ni de contar con unas fuerzas armadas dignas de tal nombre a las que la OTAN pueda instruir para realizar el grueso de las operaciones de combate terrestre que terminen por desmantelar su feudo local.
En cuanto a Faluya, siguiendo la senda iniciada antes con Ramadi y Rutba, la liberación de la provincia occidental de Anbar no es tampoco una victoria definitiva, cuando aún queda Mosul por reconquistar y no se cuenta con unas fuerzas armadas iraquíes que se distingan precisamente por su operatividad ni con unas fuerzas de seguridad que puedan garantizar al menos la tranquilidad en Bagdad. La experiencia acumulada lleva a suponer que el progresivo debilitamiento de Dáesh irá parejo al incremento de sus acciones violentas en la capital y otras ciudades, tratando de presentarse como el único defensor de los suníes frente a lo que presentan como una confabulación chií liderada por Teherán y con apoyo occidental. En Siria, mientras tanto, se percibe igualmente esa debilidad, pero nada permite imaginar que Raqa o Deir el Zouk vayan a volver de inmediato al control de Damasco.
Frentes abiertos
Si en ninguno de estos frentes Dáesh está haciendo una defensa a toda costa es, desgraciadamente, no solo porque entiende que no tiene opción contra un enemigo muy superior, sino porque considera que todavía le quedan opciones para seguir adelante con sus ataques en muchos otros frentes. Una cosa es que estén en horas bajas y otra bien distinta es que hayan cejado en su afán violento.
Mientras tanto, y tras las experiencias contra Al Qaeda en Afganistán e Irak —apuestas netamente militaristas—, ¿todavía alguien puede creer que la respuesta militar, incluyendo la eliminación de Abu Bakr al Bagdadi, supondrá el fin del yihadismo, mientras seguimos desatendiendo las causas estructurales que le sirven de caldo de cultivo?