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La Iniciativa de Ginebra, una luz en el túnel

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(Para La Vanguardia)
Ante el peligro de generar excesivas expectativas, conviene señalar rápidamente que la Iniciativa de Ginebra no es el texto de un acuerdo que comprometa políticamente a las partes- sino un ejercicio intelectual de significativos actores palestinos e israelíes, más libres pero más débiles-, ni la base para ninguna negociación oficial (la Resolución 1515, del pasado 19 de noviembre, confirma que la Hoja de Ruta aún es la referencia válida). Tampoco es una solución ideal, si por ello se entiende que cada una de las partes consiga la totalidad de sus objetivos.

En todo caso, sí es una propuesta esperanzadora. Primero porque es una clara señal del hartazgo de las sociedades israelí y palestina- de ahí su notable apoyo desde el principio. Además, porque transmite que sí hay interlocutores válidos en ambas partes. Por otro lado, porque el propio contenido del documento marca un cambio de orientación con respecto al esquema de pequeños pasos desarrollado por Oslo o por la propia Hoja de Ruta, entendiendo que es posible y necesario abordar ya los puntos más espinosos de la agenda.

El diablo, como suele ser habitual, está en los detalles y es ahí donde cabe detenerse para considerar los obstáculos que es necesario superar. Por una parte, se plantea la existencia de dos Estados soberanos…, pero es un hecho que Palestina estaría muy recortado en sus atribuciones (desmilitarizado, con escasa o nula soberanía sobre su propio espacio aéreo o sus aguas territoriales). Por otra, aunque se mantiene la referencia de una vuelta a las fronteras de 1967, prevé que habrá modificaciones que le permitirían a Israel incorporar la zona alrededor de Jerusalén ocupada por los asentamientos, incluyendo los que rodean a la parte árabe de la ciudad, a cambio de un territorio de extensión similar al Sur de la Franja de Gaza, en el desierto del Negev. Además, define la construcción de unos corredores entre Gaza y Cisjordania, que serían de soberanía israelí y con gestión palestina. Asimismo, pretende dar solución al problema de los cuatro millones de refugiados palestinos, pero con renuncia al derecho al retorno y determinando que sólo podrán integrarse en sus actuales lugares de acogida (lo que traslada el problema a los gobiernos vecinos), o regresar a Palestina. Israel sólo acepta una iniciativa internacional de apoyo económico, a la que él también contribuiría (traspasando también aquí el tema a la comunidad internacional) para compensar a los que no puedan regresar a Israel y, dejando en manos de este último la aceptación del regreso en casos muy específicos.

En estas condiciones parece evidente que, si la propuesta llegara a convertirse en la base de un futuro acuerdo, no son los israelíes, como tratan de presentar interesadamente incluso los propios promotores israelíes de la Iniciativa, los más generosos y realistas, sino los palestinos. Generosos porque, aunque ambos renuncian a posiciones maximalistas, son estos últimos los que lo tendrán que hacer en mayor medida. Realistas porque entendiendo que es Israel quien más gana con esta propuesta, comprenden que están seguramente ante la última oportunidad para tener algo que negociar. Si esperan un poco más, el muro, los asesinatos selectivos, el cierre de la cadena de asentamientos y carreteras alrededor de Jerusalén Este… crearán una situación de hecho que les dejara absolutamente inermes o con la violencia como único y equivocado recurso.

En definitiva, la Iniciativa de Ginebra no es por sí misma una salida del túnel sino una luz que indica cierta esperanza y una dirección que conduce a dicha salida. ¿Será lo suficientemente poderosa para que la vean quienes ahora, con Sharon a la cabeza, parecen concentrar toda su atención únicamente en el uso de la fuerza?

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