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La Haya y el muro israelí

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(Para Radio Nederland)
Cuando dentro de unos meses el Tribunal Internacional de Justicia emita finalmente su opinión sobre el muro que Israel está construyendo en el territorio ocupado de Cisjordania, la situación en torno al conflicto palestino-israelí no habrá hecho más que empeorar. No puede preverse otra cosa en función de la permanente catarata de acontecimientos negativos que proceden de la región. De poco sirve, en estas circunstancias, recordar que fue un caso similar, con el tribunal de La Haya como protagonista, lo que desencadenó un proceso que condujo al derribo del odioso régimen del apartheid en Suráfrica.

Las variables a considerar en este caso, tanto internas como externas, son muy distintas. En primer lugar, nada permite comparar a Sharon con de Klerck, el primer ministro surafricano que promovió el cambio desde dentro, consciente de la inviabilidad de su modelo. En Israel, Sharon sólo puede huir hacia delante. Por una parte está acosado por un sistema judicial que apunta directamente a sus implicaciones en prácticas de corrupción. Por otra, sigue entregado a su discurso de la violencia, que tanto en su opinión como en la de Washington es el único lenguaje que entienden los árabes, de forma que cualquier aparente señal de relajación será interpretada como un síntoma de debilidad por una opinión pública israelí que está siendo martilleada con el peligro que para su seguridad implica la existencia de un Estado palestino en sus inmediaciones. Además, se enfrenta a la emergencia de su colega de partido y de gabinete, Benjamín Netanyahu, que está sabiendo recoger el descontento que ciertos rumores, como el abandono de algunos (que no todos) asentamientos en la Franja de Gaza, está generando en el poderoso movimiento de colonos y entre los partidos ultraderechistas y religiosos. Llegar al final de la legislatura pasa, invariablemente, por mantener el mismo rumbo, aun a costa de provocar un desastre mayor.

Por plantearlo en esos términos, Sharon está condenado a seguir en la misma línea, por mucho que eso no lo convierta en un líder más fuerte y por mucho que aleje a Israel de sus verdaderos intereses (que, por otro lado, sólo pueden verse cumplidos en  un contexto de paz con sus vecinos). En esa dinámica hay que entender su rechazo a la capacidad del Tribunal para entrar en juicios sobre materias como la construcción del muro (dado que formalmente el Tribunal sólo puede actuar para dirimir asuntos entre Estados, y no existe un Estado palestino, y contando con el acuerdo entre las partes, inexistente en este caso) y su decisión de no enviar representantes a las audiencias que se han desarrollado en estos últimos días. Sabe que su situación es insostenible en el terreno jurídico, más allá de las formalidades procedimentales, pero sabe también, y eso es lo que cuenta en definitiva para sus planes, que la decisión del Tribunal no es vinculante y sólo producirá en su momento una declaración más o menos relevante de la Asamblea General de la ONU, sin ningún efecto práctico (en cualquier caso, una nueva resolución condenatoria de este organismo no le hará temblar el pulso tras una historia de décadas de permanentes desprecios a la legalidad que representa dicha Asamblea) . También es consciente de que sigue contando con el apoyo de Washington para evitar que el Consejo de Seguridad de la ONU tome alguna decisión de mayor calado contra su actual estrategia de destrucción sistemática de toda posibilidad de independencia para el pueblo palestino. Por si esto fuera poco, el calendario electoral en EEUU juega a su favor, de tal forma que cuenta con un amplio margen de maniobra para continuar en su misma línea.

Una línea inconsistente, incluso desde sus propios planteamientos. Si realmente fuera imprescindible recurrir a una medida temporal de este tipo, entendiendo que con ello se lograría una mejora sustancial en términos de seguridad para una población israelí sometida a la amenaza de grupos palestinos violentos, ésta no es la forma de hacerlo. En lugar de provocar una reacción internacional condenatoria (al margen de lo que pueda decidir el Tribunal de La Haya), bastaría con que la construcción se hubiera realizado sobre suelo israelí, al Oeste de la Línea Verde. Las protestas contra esa medida no habrían podido plantearse entonces en los mismos términos y haría más evidente la incapacidad de la Autoridad Palestina para controlar a quienes siguen pensando erróneamente que la violencia es una solución para alcanzar algún día los objetivos palestinos. Sin embargo, la decisión de construirlo en territorio palestino ocupado sólo puede ser percibida como una señal de prepotencia y desprecio a las normas internacionales. 

Por otro lado, cuando Sharon proclama que el muro es temporal, probablemente esté diciendo lo que realmente piensa. En su visión de futuro habrá un momento en el que será necesario derribar esta obra, que puede llegar casi a los 700 kilómetros de longitud. Pero si eso finalmente sucede no será para que Israel vuelva a la Línea Verde, en la práctica reconocida como la frontera entre Israel y Cisjordania, ni tampoco para facilitar la creación de un Estado palestino independiente. Lo más probable, tomando en cuenta la dirección que adopta su estrategia de fuerza destructora, es que lo haga una vez que haya quebrado totalmente las aspiraciones soberanistas palestinas y, en consecuencia, pueda ya consolidar su presencia en la totalidad de Cisjordania, llevando por tanto la frontera hasta Jordania. Aunque la atención siga centrada ahora mismo en el muro, los informes regulares de las organizaciones defensoras de los derechos humanos en la zona, incluyendo las israelíes, siguen confirmando las acciones diarias de asesinatos selectivos, destrucción de infraestructuras, campos de cultivos, casas, castigos colectivos mediante el cierre de los Territorios, crecimiento de los asentamientos e impedimentos para renovar o conseguir permisos de residencia para los palestinos en su propia tierra. Desde esa perspectiva, cabe recordar muchas otras ocasiones pasadas, cuando las autoridades de Tel Aviv han logrado desviar la atención con la creación de crisis llamativas, que les facilitaban la continuación de otras prácticas que provocaban tantos o mayores perjuicios para la paz en la zona. No cabe despistarse.

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