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Actualidad | Artículos propios

La hambruna en África no es una serpiente de verano

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La disminución de noticias de carácter político durante las vacaciones de verano, hace que algunas cuestiones, olvidadas en épocas de abundancia informativa, salten a las portadas de los medios de comunicación en la temporada estival, para pasar otra vez al olvido al inicio de la reentrée del otoño. Son las llamadas «serpientes de verano» en el argot periodístico, recordando las periódicas y sensacionalistas apariciones del monstruo del lago Ness en los medios informativos. Muchas cuestiones ligadas a los países pobres del continente africano se han convertido en este tipo de noticias en los últimos años y las hambrunas en Etiopía, Sudán, Somalia y, más recientemente, Níger y Malí, entre otros países, pasan a ocupar fugazmente espacio en los medios en épocas de carencia informativa.

Lamentablemente, la persistencia de muchas de estas crisis alimentarias africanas es algo más que un efímero episodio informativo y la gravedad de la situación en muchos de estos países, que es de larga duración, se ha agravado en los últimos días. Según datos de los organismos internacionales, especialmente de la FAO, más de 3,5 millones de personas en 3.000 aldeas están en situación de grave riesgo de desnutrición en muchas zonas de Níger, especialmente en Maradi. Como decía Henri Josserand, Jefe del Sistema de Información Global y Alerta Temprana de la FAO, » en el año 2004, la combinación de la sequía y la plaga de langosta en el norte del Sahel ha tenido un fuerte impacto en muchas comunidades de estas zonas marginales». En el caso de Níger, la crisis se ha visto agravada por varios años seguidos de declive económico, que han disminuido a niveles bajísimos la capacidad de la población para poder enfrentarse a esta situación. Como expresó autocríticamente el vicesecretario general de la ONU, Jan Egeland, y recogió Radio Nederland el pasado día 20 de julio, la hambruna en esta ocasión podría haberse evitado, pues tanto el gobierno de Níger como la comunidad internacional tenían desde hace meses indicadores claros de la gravedad de la situación y de la imposibilidad de los campesinos pobres para poner en marcha estrategias de subsistencia, que les permitieran afrontar la situación como lo han hecho en otras ocasiones. ¿Por qué no se ha pasado de la alerta temprana a la acción en esta ocasión? ¿Por qué, una vez más, nos contentamos con entonar el mea culpa, cuando ya la situación es de crisis abierta, con consecuencias humanitarias graves? Éstas son las reflexiones que debemos hacer si de verdad queremos evitar que la hambruna en África se convierta en algo crónico, que sólo genera respuestas puntuales en los casos más dramáticos por parte de la comunidad internacional. Y por supuesto, sólo en el verano.

En situaciones como éstas, la responsabilidad de los gobiernos y las autoridades locales debe estar clara y en Níger, tal como han contrastado numerosas agencias humanitarias, el gobierno no ha distribuido a tiempo y gratuitamente las reservas alimentarias que tenía en sus almacenes para esta eventualidad. Eso ha agravado la situación. A ello se ha sumado un tema, lamentablemente clásico en este tipo de desastres, como es la tardanza en reconocer la gravedad de la crisis por parte del gobierno. Razones de «dignidad nacional» llevan a muchos países a no reconocer que la situación les rebasa completamente y, por un mal entendido orgullo patriótico, retrasan la solicitud de ayuda internacional y dificultan de hecho la presencia de organizaciones humanitarias en el terreno. Pero es precisamente conscientes de que eso sucede con frecuencia, por lo que debe existir un papel más activo por parte de los organismos internacionales.

Tanto en la prevención como en la respuesta.

La comunidad internacional ha invertido desde hace décadas cuantiosos recursos en la creación de sistemas de alerta temprana para las hambrunas. África cuenta con el más desarrollado de ellos: el FEWS (Famine Early Warning System), que suministra datos a todos los actores interesados y cuyo rigor y profesionalidad están reconocidos internacionalmente. En esta ocasión, y no sólo en Níger sino en Malí o incluso en Mauritania, y en menor medida en otras zonas del Sahel, los datos y las previsiones de agravamiento son claros. Y también comienzan a agravarse en el Cuerno de África o en zonas del Sur de Sudán, como Bar el Gazal, y no sólo el Sahel. Pero la respuesta en esta ocasión ha sido muy baja. De los 16,2 millones de dólares solicitados por Naciones Unidas sólo se han recibido 3,8, y aunque en los últimos días algunos donantes han comprometido aumentar sus contribuciones, éstas aún no han llegado. Según muchos analistas, el efecto de la masiva respuesta al tsunami y los compromisos financieros de ciertos países donantes en Afganistán o Iraq, están incidiendo negativamente en la respuesta a la hambruna en el Sahel. Tampoco la opinión pública o las ONG han reaccionado en esta ocasión a tiempo, y ni tan siquiera los conciertos Live8 de hace algunas semanas han aumentado de modo considerable las cifras recaudadas.

La hambruna es un tipo de desastre de gestación lenta que, por ello, puede ser susceptible de predicción y prevención y es ahí donde habría que poner los esfuerzos de la comunidad internacional. Las hambrunas han sido crónicas a lo largo de la historia de África y su evolución, incidencia, causas, estrategias de supervivencia adoptadas por las comunidades, buenas prácticas, etc., han sido muy estudiadas y, aunque parezca atrevido decirlo, existe conocimiento suficiente para saber cómo actuar para preverlas o, al menos, mitigarlas. Pero falta la voluntad de hacerlo, dedicando los recursos necesarios a esas tareas y respondiendo cuando la gravedad de los datos así lo exija. Ése es el reto.

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