La futura política exterior estadounidense: ¿lucha, pragmatismo o esperanza?
(Para El Correo)
Después del “supermartes” estadounidense, con elecciones primarias en 24 Estados, ya sólo quedan tres candidatos a habitar la Casa Blanca dentro de un año: John McCain, por los republicanos, y Hillary Clinton o Barack Obama, por los demócratas. Fuera del país, el mundo parece tener claro que prefiere a Obama, no sólo por su relativa juventud (46 años) y carisma sino especialmente porque parece ser el cambio más radical en comparación con George W. Bush. Los otros dos están mancillados por su apoyo pasado a políticas de la actual administración y su “guerra contra el terror”, mientras que Obama es el único que se pronunció explícitamente en contra de la invasión de Iraq en 2003, aunque entonces todavía no estaba en el Senado. De todas formas, y aunque parece que el miedo al terrorismo internacional y la obsesión con Iraq, temas centrales en la agenda política nacional hasta ahora, están siendo reemplazados por la debilidad de la economía, las elecciones presidenciales de noviembre tendrán un énfasis en la política exterior no visto desde la victoria de Richard Nixon en 1968.
Henry Kissinger afirmó en su momento que “la tentación estadounidense es creer que la política exterior es una subdivisión de la psiquiatría”. Analizando las distintas posturas de los candidatos en las primarias parece ser al revés: sus visiones del mundo son un reflejo de la psicología personal de cada uno, Así, las posiciones de McCain están clara y permanentemente formadas a partir de sus propias experiencias militares y su larga trayectoria política; las de Clinton reflejan su personalidad pragmática y ganadora, con un cierto escepticismo creado durante sus años como primera dama; y el hecho de que Obama busque el dialogo y represente un hilo de esperanza no se puede desvincular de sus orígenes kenianos y de su falta de cinismo derivado de la falta de práctica en negociar con el resto del mundo.
Para el análisis de sus visiones sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, y tratando de ir más allá de la retórica populista que forma parte del proceso electoral actual, es oportuno recordar que los tres son senadores (y no, por ejemplo, gobernadores), lo que implica que han tenido que votar y pronunciarse continuamente sobre temas de la política exterior actual.
Obama y McCain parecen tener las visiones más opuestas, con Clinton en una posición intermedia en asuntos de política exterior. Para McCain, su posición consistente sobre temas de seguridad nacional es una fuente orgullo personal y un pilar sólido de su candidatura durante las primarias, algo muy necesario dadas las considerables dudas que existen sobre sus credenciales conservadores entre el electorado republicano. Fue encarcelado y torturado durante su servicio en la Guerra de Vietnam, y ha sido muy consistente sobre las líneas a seguir en política exterior a lo largo de sus muchos años activos en la política (empezó como representante en el Congreso en 1983). Es, por lo tanto, el candidato que crea menos dudas sobre su futura postura: una continuación de la política vigente, tanto en Iraq como en términos generales, con un énfasis claro en los aspectos militares y la supremacía global de las fuerzas armadas estadounidenses.
Obama ni tiene la experiencia (es 25 más joven que McCain) ni las credenciales políticas del anterior, y eso está reflejado en la falta de una visión muy desarrollada sobre política exterior en su discurso actual. Para dar un ejemplo, mientras que McCain afirma “la necesidad de no alternar oficiales en Iraq”, Obama no entra en más detalle sobre Iraq que reiterar la urgencia (aunque nunca ha fijado fechas ni plazos concretos) de retirar las tropas desde ese país. Sin embargo, existe una diferencia mucho más fundamental entre los dos candidatos masculinos: en su manifiesto, McCain tiene dos capítulos sobre la política exterior- “Iraq” y “Seguridad Nacional”-, mientras que Obama dedica apartados específicos a temas como “renovar la diplomacia estadounidense” y “una política exterior bipartidista”. Las opciones son claras: el candidato veterano apuesta por fortalecer y mejorar las actuaciones de los últimos años para poder “ganar”, siguiendo la línea de estar “con nosotros o en contra nosotros”, mientras que el joven quiere explorar nuevos caminos para reparar los daños causados por la administración de Bush y recuperar el prestigio estadounidense a través de la cooperación, tanto interna como externa, con otros. Curiosamente, su insistencia en ser el candidato del “cambio” está mucho mejor reflejada en sus planes para la política exterior que para los asuntos domésticos (dónde es más centrista que Clinton).
Hillary Clinton está entre el realismo obsesivo de McCain y el idealismo del novato senador. Como senadora, tiene una historia ambigua en términos de la “guerra contra el terror” e Iraq: votó a favor de autorizar la invasión de 2003, pero ahora mismo insiste (con una ambigüedad similar a la de su correligionario) en la necesidad de retirarse y “no continuar arbitrando la guerra civil” en ese país. Además, ha dejado claro que EE. UU. no debería mantener allí bases militares permanentes, y que debería centrarse más usar la diplomacia para solucionar los problemas de la región. Al igual que Obama, Clinton dedica mucho espacio en su manifiesto a la necesidad de recuperar la imagen internacional de EE. UU., pero mientras aquél habla de buscar dialogo con todos (es decir, incluso con países como Irán y Venezuela) y liderar la comunidad internacional, ésta se centra en la seguridad nacional y en promover los intereses y valores estadounidenses.
Hay que asumir que gran parte del discurso actual es mucho más una faceta de la campaña que una visión permanente de los candidatos. Será un ejercicio interesante comparar sus posiciones de durante estas primarias con las que defiendan durante las elecciones presidenciales. Cabe imaginar que entonces el discurso de Obama o Clinton cambiará hacia una postura más agresiva cuando haya que preocuparse de conquistar el favor de votantes más preocupados por temas de seguridad nacional (un clásico talón de Aquiles de los demócratas), y aunque por primera vez en mucho tiempo parecen tener una ventaja en este terreno (a partir del sonoro fracaso de Iraq), todavía tendrán que convencer a los votantes centristas. McCain, por su parte, no tendrá que adoptar en ese momento un tono muy distinto al de hoy, ya que parece tener pocas dudas sobre la importancia y la necesidad de seguir una línea dura (uno de los más populares videos de YouTube ahora mismo en el del propio candidato cantando “bomb bomb Iran” con la melodía de “Barbara Ann”, de los Beach Boys). Además, sigue dando la imagen de un auténtico “straight talker”, que no oculta la probabilidad de otras guerras en el futuro y la posibilidad de quedarse en Iraq “para cien años más”. Todo esto hizo que el conservador Pat Buchanan declarara que si McCain gana “hará que Cheney parezca Ghandi”.
De todas formas, las exigencias sobre los detalles de las propuestas de cada uno sobre la política exterior son mucho menos rigurosas que sobre temas domésticos, en parte por la falta de conocimiento o interés de una considerable parte del electorado, y en parte por la naturaleza fluida y compleja de las relaciones internacionales. En definitiva, el próximo presidente tendrá suficiente margen de maniobra para ir cambiando y ajustando su visión a las realidades internas y externas. De momento parece bastar con enfatizar la necesidad de fortalecer las fuerzas armadas, adoptar un discurso duro contra los enemigos y adversarios, y mostrar una desconfianza permanente en la ONU, al tiempo que se juega con la idea de una hipotética retirada de Iraq.
Si McCain ocupa la Casa Blanca en 2009, tendrá que afrontar un mundo todavía desconfiado e incluso hostil con Estados Unidos y, por lo tanto, tendría que dedicar mucho tiempo a convencer a los aliados y a otros países de que él no es una mera continuación de la administración de Bush. Clinton y Obama probablemente tendrían una acogida natural más favorable en el exterior. El senador de Illinois, especialmente, representaría un cambio de aires y, en principio, podría tener muchas más puertas abiertas y mayor crédito internacional que su contrincante republicano por el simple hecho de ser un símbolo de cambio. Cualquiera de los dos candidatos demócratas tendrían más opciones y alternativas en sus actuaciones externas, y su margen de maniobra estaría en realidad más definido por las condiciones internas y el apoyo domestico, justo lo contrario de lo que le pasaría a McCain: los límites de su política exterior dependerían del éxito de su diplomacia internacional.
Cabe prestar atención precisamente ahora a los discursos de los candidatos sobre la política exterior, porque después de las primarias quienes sigan adelante ya estarán atrapados en el discurso oficial de sus partidos. Independientemente de quien gane, ninguno de ellos podrá cambiar radicalmente la dirección general de la política exterior, por lo menos a corto plazo. La persona elegida tendrá que funcionar dentro del corsé del dogma sistémico en Washington, y aparte de algunas decisiones específicas (como una retirada parcial desde Iraq) tendrá muy poco espacio para establecer nuevos caminos. Por ahora, importa más la imagen que la sustancia, y en ese sentido el electorado estadounidense tiene tres alternativas claras: la lucha, el pragmatismo o la esperanza.