La escalada silenciosa en Afganistán o la manipulación del lenguaje
(Para Radio Nederland)
La imaginación de los departamentos de marketing político no tiene límite a la hora de “vender sus productos”. Si en su día fue necesario apelar a las supuestas armas de destrucción masiva, para tratar de justificar la invasión de Iraq, o denominar “no combatientes” a los enjaulados en Guantánamo, para evitar así las acusaciones de actuar al margen de la ley internacional, ahora la Casa Blanca, por boca del propio presidente George W. Bush, nos trata de convencer que todo va bien en Iraq, de que la retirada de ese país ya ha comenzado y de que, simultáneamente, se inicia una “escalada silenciosa” en Afganistán. Oficialmente bendecida ya como exitosa la oleada militar emprendida en 2007 (“surge”, en terminología militar estadounidense) en territorio iraquí, se pretende ahora transmitir la idea de que lo mismo veremos de inmediato en el vecino Afganistán.
Lo malo para estos sufridos portavoces de supuestas maravillas es que basta con dejar pasar el tiempo, no mucho en realidad, para comprobar cómo se desinflan sus proclamas. Juegan con la mala memoria de la opinión pública y con que la constante sucesión de acontecimientos sepulta en el olvido lo dicho tan solo unos meses antes. Solo así se comprende que sigan protagonizando una farsa tan burda. Miremos por un momento lo que hay detrás del forzado discurso optimista de un presidente que abandonará la Casa Blanca en apenas cinco meses con un balance desastroso en política exterior.
Situación en Iraq.
Es cierto que se ha reducido el nivel de violencia en este último año y que Iraq ha logrado de momento detener su caída en el abismo. Pero eso no permite sostener que haya sido la “surge”/oleada militar- que se tradujo en el envío de 30.000 soldados, añadidos a los casi 140.000 que ya había sobre el terreno- la responsable principal. Por el contrario, como confirman la práctica totalidad de los analistas sobre este escenario de violencia, el cambio de tendencia cabe achacarlo sobre todo a la implicación de los grupos y líderes locales sunníes de Iraq contra los grupos yihadistas que operan en el interior de Iraq (conectados de un modo u otro a la hidra de Al Qaeda). Su visión de que la emergencia de la violencia terrorista se volvía contra sus propios intereses y de que solo un drástico cambio de rumbo podría evitar su completa marginación del futuro Iraq, los llevaron a una postura de confrontación contra quienes solo promueven la táctica del “cuanto peor, mejor”. En la misma medida cabe destacar la intención del régimen iraní por abrir vías de posible entendimiento con Washington (así se entiende el bajo perfil adoptado en estos últimos meses por Muqtada al Sader o la expulsión de Iraq del grupo anti-iraní Mek). Iraq es ya desde hace tiempo el escenario en el que se dirime la confrontación entre Washington y Teherán y su relativo apaciguamiento no puede entenderse como una salida del túnel sino como una señal de futuribles acuerdos (que, si no llegan a concretarse, pueden llevar a un nuevo recrudecimiento de unas hostilidades que el propio gobierno iraquí está muy lejos de poder controlar por sí solo).
Retirada de Iraq.
Merece la pena volver a insistir en la misma idea: ni el actual presidente ni ninguno de los candidatos a ocupar la Casa Blanca a partir del próximo enero se han comprometido a llevar a cabo tal operación. EE UU está en Iraq para quedarse y el probable (y necesario) redespliegue de fuerzas que ya está en marcha no quita que durante muchos años vaya a haber varias decenas de miles de soldados estadounidenses en suelo iraquí. Otra cosa es el juego puramente electoral que lleva a producir titulares más o menos llamativos, que esconden condiciones que quizás escapan a los ojos de los incautos, pero que dejan vías de salida a futuras decisiones de permanencia que se “venderán” como necesidades derivadas de la inseguridad del país.
Los 8.000 soldados que ahora Bush dice que va a retirar son muchos menos de los 30.000 enviados a la “surge”. Su redespliegue- concepto que no cabe confundir con retirada- queda sometido a un calendario escasamente concretado (se apunta a febrero de 2009, ya con otro inquilino en la Casa Blanca) y, en todo caso, seguirán quedando entonces 138.000 soldados estadounidenses en tierra iraquí.
Escalada silenciosa en Afganistán.
Paulatinamente este país vuelve a atraer la atención de Washington, no tanto por la suerte que puedan correr los más de 27 millones afganos que en él malviven, como por el hecho de que un fracaso aquí cuestionaría la valía de la OTAN, alimentaría el discurso artificialmente victorioso de Al Qaeda y los talibán (empeñados, al igual que los fundamentalistas de Washington, en una guerra a vida o muerte) y desestabilizaría una región en la que Washington teme perder el control a manos de otros. EE UU ya tiene más de 33.000 soldados desplegados allí y los 4.500 que ahora se anuncian (para el próximo enero) en poco cambiarán la situación, quedando muy por debajo de los 12.000 que tan insistente como inútilmente reclama la OTAN. Esto último no habla tanto de la falta de voluntad de Washington como de la sordera que afecta al resto de los socios de la Alianza Atlántica que no desean empeñarse más en una desventura que solo les garantiza más sufrimientos, conscientes como son todos ellos de que la victoria militar contra los talibán es imposible en las condiciones actuales.
En definitiva, estamos ante un intento vano por revestir de positivo el balance de una administración que se enloda más a cada día que pasa y por alimentar una campaña electoral que puede defraudar a esa opinión pública mundial que parece apostar por un Obama al que se reviste, sin fundamento, de poco menos que del aura de salvador del planeta.