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La educación no interesa en el Sahel

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Esa es la frustrante conclusión que se extrae de los datos que aporta IRIN (servicio de noticias de la OCHA sobre la actualidad de la acción humanitaria en el marco de la ONU) en relación con la situación en Malí y el resto del Sahel. Desde el arranque de la actual crisis en Malí, con el inicio de la revuelta tuareg en enero del pasado año y el subsiguiente golpe de Estado de marzo del mismo año, los principales donantes decidieron suspender su apoyo financiero a los golpistas. En consecuencia, quedó sin atender en torno a la mitad del presupuesto en educación, que se financia principalmente con aportaciones de la Unión Europea, Estados Unidos, Países Bajos y Canadá.

Esto supuso el brutal deterioro de un sistema que ya sufría importantes déficits, hasta el punto de que UNICEF estima que al menos 700.000 niños malienses se encuentran imposibilitados de seguir el curso escolar en condiciones mínimamente aceptables. Aunque las familias malienses dan importancia a la educación en sus demandas de atención para salir de la grave situación en la que se encuentran, los donantes parecen orientar sus esfuerzos en otras direcciones. Así, en 2012 la ayuda exterior se centró casi exclusivamente en atender parcialmente a la crisis alimentaria. Como resultado de ello, solo el 6,4% de toda la ayuda de emergencia movilizada se dedicó a actividades educativas (en Chad fue el 14,5% y en Mauritania 0%). Dicho en términos aún más amplios, la educación solo absorbió el 0,9% de toda la ayuda humanitaria registrada en ese año.

Evidentemente siempre es un reto establecer de manera adecuada las prioridades cuanto se trata de atender infinitas necesidades con recursos cada vez más escasos. Pero a estas alturas los donantes deberían haber comprendido ya que la educación es un aspecto fundamental de la, ahora tan de moda, resiliencia de las sociedades locales para hacer frente a los complejos problemas que les toca vivir. Llevar los niños a la escuela no solo es un proceso que les ayuda emocional y psicológicamente, sino que les prepara mejor para encarar el futuro (tanto en términos muy prácticos para incorporar nuevos hábitos de salud y técnicas de cultivo, como en otros menos tangibles como la visión del mundo que les rodea o el aprendizaje de métodos de resolución pacífica de los conflictos).

Nada de esto parece haber sido considerado por la comunidad de donantes cuando el llamamiento de OCHA para atender a las necesidades educativas de Malí durante este año, presupuestadas en 18 millones de dólares, se ha saldado de momento con cero aportaciones.

Hoy 200.000 niños están sin escuela en la mitad norte de Malí. La mayoría de las escuelas están cerradas como efecto directo de la violencia (únicamente un 5% en Tombuctu han podido reabrir sus aulas) y solo el 28% de los maestros han regresado a la región, tratando de desarrollar su labor sin recibir ningún salario a cambio. En fin, parece que en el mejor de los casos algunos siguen prefiriendo dar un pescado de vez en cuando que enseñar a pescar.

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