Desde que tomara posesión de la Presidencia de Colombia en agosto de 2010, Juan Manuel Santos ha venido desarrollando una apretada agenda de viajes y mejora de las relaciones exteriores que su predecesor, Alvaro Uribe, había dejado seriamente dañadas.
La diplomacia económica de Santos
(Para Radio Nederland)
Escuche la entrevista con Francisco Rey Marcos
Si el primer giro de su política quedó reflejado en la normalización de relaciones con Venezuela y en la solemne reunión de Santa Marta con su homólogo Hugo Chávez, posteriormente diversos viajes y gestiones diplomáticas han llevado a que Colombia forme hoy parte del Consejo de Seguridad de la ONU, sea colombiana la Secretaría General de UNASUR –compartida, precisamente, con Venezuela- o que el país esté a punto de firmar sendos Tratados de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y la Unión Europea ¿Refleja este impulso externo la realidad al interior del país?
Una normalización esperada
El que Colombia se hubiera convertido, como dice el analista colombiano León Valencia, en un «país problema» para Sudamérica, no dejaba de ser una situación irregular, incluso reconociendo las bases para un cierto distanciamiento de sus vecinos: existencia de un conflicto armado interno, presencia real del narcotráfico y de grupos económicos con intereses en el mismo, alineamiento incondicional con Estados Unidos en la época de Georges W. Bush, medidas unilaterales en las fronteras de Venezuela y Ecuador… En fin, toda una serie de elementos que contribuyeron al aislamiento de un país que incluso por su posición geográfica es central en el continente. Por ello, las primeras medidas de de Santos en materia exterior fueron muy bien acogidas en la región y un reflejo de ello fue la elección de María Emma Mejía y Alí Rodríguez, candidatos de Colombia y de Venezuela a la Secretaría General de UNASUR, para que se alternaran en este cargo en el periodo 2011 a 2013. Sin duda alguna, un primer éxito de la Ministra de Asuntos Exteriores Colombiana María Ángela Holguín.
Pero esta normalización ha tenido desde el principio, además, o casi mejor dicho, sobre todo, un fuerte componente económico: Colombia no podía permitirse las cuantiosas pérdidas derivadas de su mala relación con sus países vecinos de los que era principal importador. Es decir, el pragmatismo económico, bien entendido por un miembro de la élite cuasi oligárquica colombiana como es Santos, imperaba.
Segunda gira europea
Junto a Sudamérica y la también encauzada relación con Estados Unidos para el TLC, Europa era la siguiente prioridad de Santos y a ello se puso desde antes, incluso, del inicio de su mandato. El primer viaje de Santos como presidente a la Unión Europea tuvo lugar en enero de 2011 y estuvo marcado por un fuerte énfasis en lo económico. La necesidad de desmarcarse de la tosca política exterior de Uribe ya había quedado clara en un viaje que realizó antes de tomar posesión, y en el viaje de enero, no por coincidencia, participó en la Cumbre de Davos y visitó al presidente francés Nicolas Sarkozy, aprovechando para reunirse con otros actores económicos.
En el segundo viaje realizado la semana que finaliza, los aspectos económicos han seguido siendo los prioritarios y tanto en las visitas a España como a Alemania las reuniones de carácter económico con empresarios y con los ministerios concernidos han marcado la gira. Los mandatarios colombianos presentan al país como una potencia emergente y recalcan el hecho de que la economía colombiana crece a casi el 5% anual y que el PIB per cápita es similar al de Sudáfrica con unos 6.000 dólares al año y que es el segundo mercado de Sudamérica para la UE después de Brasil. Por otra parte los intereses de algunas empresas multinacionales de base española son evidentes en Colombia.
Tanto énfasis se ha puesto en lo económico que en las entrevistas concedidas a los medios de comunicación durante la gira, otras alusiones a la situación del país se han tratado de evitar o han sido puestas, con evidente malestar, en un segundo plano, como si casi no existieran. Como tampoco se ha hecho hincapié en que muchos de los avances en las cifras macroeconómicas en el país se deben a insostenibles prácticas depredadoras de los recursos mineros o al aumento de monocultivos y agricultura extensiva con un elevado coste social en términos, incluso, de desplazamiento forzado y despojo de tierras de la población campesina. Medidas en las que colaboran algunas transnacionales de base española. Por no citar el que los avances en materia de derechos humanos, con cifras todavía muy elevadas de ataques a sindicalistas o defensores de derechos humanos o líderes indígenas, siguen siendo escasos y sitúan a Colombia a la cola del continente.
La cancillería colombiana, con la Ministra Holguín a la cabeza, está dando muestras de una gran osadía en los intentos de mejorar la imagen exterior del país. Y como hemos visto, con innegables logros. Sin embargo, la imagen que tratan de proyectar en el exterior no se compadece con lo que sucede en el interior. Tal vez, el conocimiento de muchos de los actuales responsables de la cancillería, formados en elitistas universidades norteamericanas, y con sesgado y muy escaso conocimiento de lo que sucede en su país, esté contribuyendo a ello. La obcecación para no reconocer la existencia de un conflicto armado interno o para asumir que, según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Colombia es el país con mayor índice de desigualdad de América Latina, con elevados índices de extrema pobreza, no genera, precisamente, confianza. Muchos ciudadanos, países y organizaciones europeas están deseosos de cooperar con Colombia. Con la verdadera Colombia.