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La desigualdad, pata floja del crecimiento latinoamericano

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En América Latina y Caribe (ALC), la autocomplacencia de la bonanza económica oculta paradojas sociales fundamentales. A pesar de la relativa bonanza económica que aún a día de hoy registra la gran mayoría de los países latinoamericanos, la desigualdad en la región se acrecienta cada vez más, erigiéndose como uno de los mayores obstáculos para su desarrollo.

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Por Daniel Amoedo Barreiro

En América Latina y Caribe (ALC), la autocomplacencia de la bonanza económica oculta paradojas sociales fundamentales. A pesar de la relativa bonanza económica que aún a día de hoy registra la gran mayoría de los países latinoamericanos, la desigualdad en la región se acrecienta cada vez más, erigiéndose como uno de los mayores obstáculos para su desarrollo. Esta circunstancia amenaza de lleno la paz social y la seguridad, sobre todo en las grandes urbes, azotadas por una delincuencia intensificada durante los últimos años.

Los contrastes diferenciadores de clases, que son preponderantes en las ciudades más habitadas, son el signo más evidente del mal de la desigualdad. En enormes metrópolis, como Buenos Aires o Ciudad de México, ya es habitual ver lujosas urbanizaciones privadas erigidas como auténticas fortalezas que tienen como vecinas a «villas miseria» o «favelas», como se les llama a los barrios más pobres.

A día de hoy, ningún gobierno latinoamericano se ha atrevido a enfrentarse con seriedad el drama de la creciente desigualdad. De hecho, no es posible identificar en la totalidad de ALC ninguna política enfocada a la reducción de la brecha de desigualdad digna de tal nombre.

Sin embargo, es necesario señalar que esta tendencia comienza a dar claros signos de reversión. En términos generales, los gobiernos latinoamericanos actuales se caracterizan por su inclinación hacia lo social, como lo demuestran los innovadores programas de redistribución dirigidos a los colectivos más pobres y vulnerables, que comienzan poco a poco a asentarse en diversos países. Los «programas de transferencias condicionadas»- como el de Familias por la Inclusión Social, en Argentina; Oportunidades, en México; Bolsa Familia, en Brasil; y el Bono Juancito Pinto, en Bolivia- dan cuenta de la voluntad política por estrechar esa brecha. Aún así, estos programas no logran hacer suficiente, alcanzando apenas el 0,6 % del PIB. Por tanto, se precisa de un esfuerzo aún mucho mayor para lograr una disminución significativa de la desigualdad y para romper de una vez por todas el círculo vicioso que la transmite de una generación a otra. El mero reparto no revierte la desigualdad, ya que existen demasiados pobres sin oportunidades, por lo que los subsidios se convierten apenas en un paliativo de una situación que no hace más que empeorar.

El informe Regional sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe, elaborado por el PNUD, da también cuenta del dilema de la desigualdad, afirmando que la región ALC es la más desigual del mundo, ubicándose en ella 10 de los 15 países más desiguales del planeta. El informe valora los esfuerzos centrados en la reducción de la pobreza, aunque insta a combatir cuanto antes la desigualdad de ingresos, como así también la de género, la étnica y la territorial. Junto a la desigualdad, el documento sitúa otros dos desafíos para la región: el problema de la criminalidad y el de la calidad de las democracias latinoamericanas. La conclusión final del informe es tajante: se requiere una mayor inversión de recursos para atacar el problema de la desigualdad de forma contundente.

Pero las recientes previsiones de crecimiento para la región ALC no son para nada alentadoras y amenazan con una desaceleración económica a corto plazo, lo que pone en serio riesgo de extinción a las tímidas políticas que hasta ahora combatían la desigualdad y la pobreza y que nacieron a la par del crecimiento económico.

El endeble modelo económico agroexportador sobre el que se sustentan la totalidad de las economías de la zona, dificulta la persistencia de un crecimiento perdurable. La agudización de la crisis europea y de EE UU, así como la recaída de la demanda china- uno de los principales compradores e inversores de la región-, generan un clima de inestabilidad que para nada favorecen la continuidad de las políticas sociales que surgieron tras el boom económico. Más aún, la intensificación del modelo económico de la región, basado en la explotación intensiva de recursos naturales, revela la fragilidad del crecimiento actual haciéndolo depender por completo de la demanda exterior. Los precios de los bienes básicos, sometidos a los vaivenes del mercado, son los que definen la continuidad de la distribución de recursos entre los más pobres. En definitiva, tal y como está concebido el modelo actualmente, sólo genera pan para hoy y hambre para mañana.

Por tanto, la pregunta que ahora cabe plantearse, tras los malos augurios económicos para la región, es cómo afrontar el sostenimiento de Estados que crecieron considerablemente y que centraron su política social en base a la recaudación proveniente de las exportaciones y la inversión exterior. Posiblemente la respuesta se encuentre en dar batalla a la economía sumergida y el empleo precario, consolidando una nueva política tributaria. La informalidad en ALC alcanza el 60 % de la actividad económica total, limitando considerablemente el ingreso fiscal a las arcas de los Estados, que necesitan de esos recursos para poder costear las ineludibles políticas de igualdad. Es preciso actuar cuanto antes, ya que a medida que la brecha de desigualdad siga creciendo, mayor cantidad de recursos se necesitarán para combatirla.

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