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La construcción de la paz: una asignatura pendiente clave

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Para Oxfam Intermon.

El marco del vigésimo aniversario de la Realidad de la Ayuda que publica Oxfam Intermón es una buena excusa para volver a resaltar que, junto a la lucha contra la pobreza, la construcción de la paz debe entenderse como un pilar esencial de la cooperación al desarrollo. Fue precisamente hace veinte años cuando el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo dio carta de naturaleza a la seguridad humana como un concepto central para aspirar a un mundo más justo, más seguro y más sostenible.

Desde entonces, la ambición de colocar al ser humano en el centro del escenario —en lugar de tomar los intereses del Estado como una prioridad superior— fue permeando las políticas de cooperación de diferentes miembros del CAD-OCDE y de actores no estatales muy activos en la atención a las víctimas de desastres naturales y de situaciones de conflicto. Parecía entenderse, por fin, que la seguridad y el desarrollo son dos caras indisolubles de la misma moneda y que no cabe secuenciar la tarea, pensando que la primera sea más importante o prioritaria con respecto al segundo. Se comprendía en aquellos días que la satisfacción de las necesidades básicas de todo ser humano y la garantía de su seguridad física eran componentes principales de toda estrategia orientada a alejar la violencia como instrumento de resolución de problemas.

Fruto de esa novedosa concepción, en 2007, España aprobó una Estrategia de Construcción de la Paz que, dentro de sus posibilidades, pretendía orientar el esfuerzo de la cooperación al desarrollo de nuestro país contaminando positivamente todos sus instrumentos e instancias de decisión. Superando una visión tradicional que entendía la seguridad en clave militarista —basada principalmente en la posesión de aparatos disuasorios y de castigo—, se planteaba la apuesta por una visión multidimensional de la seguridad, ligada muy directamente a la promoción del desarrollo social, político y económico. Se entendía, asimismo, que la reducción de las desigualdades y la integración de todos los que comparten un mismo territorio son elementos básicos para lograr la resolución de los conflictos por vías no violentas. En ese esfuerzo, España se aprestaba a alinearse con países como Canadá y Japón que, aunque con diferentes matices, habían incorporado la seguridad humana como hilo conductor de sus políticas exteriores, de seguridad y defensa.

Sin embargo, con la perspectiva que dan los años transcurridos desde entonces, es obligado concluir que aquel no fue (como sería deseable) el principio del camino, sino más bien su punto de llegada. Tanto por condicionantes externos, derivados especialmente del brusco giro negativo provocado por el trágico 11-S y de la parálisis institucional derivada de la imposibilidad de sacar adelante el Tratado Constitucional de la Unión Europea, como internos. Sobre todo, el estallido de la crisis económica en la que todavía estamos sumidos y el agotamiento de un modelo político que no encuentra todavía salida clara. España lleva años ensimismada en una dinámica que le ha hecho perder peso en el concierto internacional y que ha bloqueado sus potencialidades para contribuir significativamente a mejorar la vida de quienes nos rodean.

Fruto de esa deriva, la construcción de la paz ha perdido visibilidad en el marco de la cooperación al desarrollo, hasta el punto de desaparecer como uno de sus pilares fundamentales. Hoy, al margen de la participación de nuestras fuerzas armadas en operaciones internacionales de paz (también a la baja), apenas cabe identificar algunas acciones de cooperación que se diseñen e implementen con un nítido perfil de construcción de paz. Ni en el organigrama de los departamentos ligados a la cooperación (la Secretaría de Estado o la AECID, especialmente) se ha producido una reforma que dé cabida específica a esta materia, ni en los fondos movilizados puede vislumbrarse una apuesta decidida por hacer de España un activo constructor de paz.

Y, pese a todo ello y dado que vivimos en un mundo globalizado, hoy sigue siendo aún más importante colaborar en esa tarea. Tanto por razones éticas como de mero cálculo de intereses, es bien evidente que solo el desarrollo y la seguridad de nuestros vecinos pueden garantizar en última instancia nuestro bienestar y nuestra seguridad a largo plazo. Por eso, aunque solo fuera por egoísmo inteligente, deberíamos seguir impulsando el debate y la acción orientados a garantizar una vida digna a todos los seres humanos.

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