La conciencia intercultural de la seguridad humana
El objetivo de este artículo es plantear algunas reflexiones sobre el tema que nos ocupa, tomando en consideración dos puntos de partida que considero necesarios. Por un lado, hablo desde la perspectiva de la construcción de la paz y de la prevención de conflictos violentos y, por tanto, abarco como concepto algo que no nos fija solamente en la resolución del conflicto o en la reconstrucción posbélica, sino que parto de la idea de que la construcción de la paz es un antes, durante y después del estallido de la violencia; asumiendo que el esfuerzo principal está en el «antes», porque todo lo demás es reconocer un fracaso de partida si no se ha logrado evitar el estallido violento. Si en esa etapa no hemos actuado de manera adecuada, todo lo demás que se haga debe partir del reconocimiento de un fracaso (normalmente por una falta de voluntad política, que se traduce en falta de medios). Por otro lado, parto de la posición de alguien que ha estado implicado de manera directa en estas materias, dirigiendo el equipo que ha elaborado la estrategia española de construcción de la paz, por encargo del Ministerio de Exteriores y de Cooperación, y formando parte de los equipos que han estado desarrollando los dos últimos Multinational Experiments (número 5 y número 6), desde diferentes instancias, que me tienen a día de hoy gustosamente implicado en lo que se está haciendo desde la Universidad de Granada.
Pretendo enmarcar ese concepto de conciencia intercultural en el paradigma de la seguridad humana. Y parto de la creencia de que es un reto un tanto complicado, porque hablamos de un concepto de seguridad humana que, aún hoy, es un tema sin definición precisa y con una aplicación controvertida, con ejemplos un tanto lastimosos si hacemos referencia a algunas de las intervenciones militares realizadas en estos últimos años. Hablamos, además, de un concepto, como el de conciencia intercultural, que es aun más novedoso si cabe, que no está exento de polémica y al que le queda mucho aún para verse convertido en un concepto realmente operativo en el marco de las operaciones internacionales de paz.
Los objetivos de este trabajo se articularán en la siguiente estructura: por un lado, sintetizar qué es la seguridad humana; en segundo lugar, ver cómo encaja esto de la conciencia intercultural en ese paradigma y, en tercer lugar, destacar cuáles son algunos de los peligros y algunos de los retos que me parecen más reseñables desde ahora en la aplicación de ese concepto y en su intento de desarrollo hacia el futuro.
Seguridad humana como concepto central para el siglo XXI
En el primer caso, si hablamos de seguridad humana, está claro que hay diferentes factores que han influido en su entrada en escena. Se tiene la ambición de convertirlo en un paradigma que sustituya nada menos que al de la seguridad de los Estados, que es como venimos funcionando en el escenario internacional desde Westfalia. Estamos hablando de más de tres siglos moviéndonos en ese marco de sistema internacional caótico (en el sentido de que no es jerárquico, al entender que todos los Estados son iguales, y que cada uno puede funcionar hacia dentro según sus propios esquemas de organización, sin que quepa la injerencia en los asuntos internos). Frente a una visión que coloca los intereses del Estado por encima de los que puedan tener las personas que lo conforman, la seguridad humana pretende trastocar completamente ese paradigma, pasando a otro que se centre específicamente en los seres humanos, en las necesidades del individuo, en sus deseos, en sus miedos, en sus frustraciones… Aspira a poner, por tanto, al ser humano como pieza fundamental de la construcción de todo un edificio de seguridad mundial.
Desde hace décadas podemos constatar que ha habido diferentes esfuerzos académicos por desarrollar estas ideas, pero por encima de ellos lo que abre paso a esta nueva concepción de la seguridad es, sencillamente, la constatación de que el modelo vigente no funciona. Ese modelo no nos ha llevado a un mundo más seguro, más justo o más sostenible; y, en consecuencia, se impone la necesidad de buscar fórmulas distintas a las que se basan en la seguridad de los Estados.
Ese esfuerzo alternativo se basa en la idea central de que la seguridad se construye de abajo-arriba considerando- y eso es algo absolutamente revolucionario en términos de soberanía nacional- que el principal activo que tiene todo Estado es precisamente el del conjunto de los seres humanos que lo habitan. Asimismo, se debe entender que no hay ningún interés del Estado por encima de los intereses de cada uno de esos individuos, asumiendo por tanto su diversidad y la necesidad de contar con ellos en los procesos de toma de decisiones comunes.
Los pilares fundamentales, una vez centrada la atención en el ser humano, son bienestar y seguridad. La tarea fundamental será, en definitiva, alcanzar un nivel de bienestar que permita a cada persona satisfacer sus necesidades básicas, y una garantía de seguridad personal que empieza por la seguridad física. Pero la seguridad humana amplía el horizonte, abarcando siete áreas que van desde la personal hasta la política, pasando por la económica, la alimentaria, la de salud, la ambiental y la de la comunidad. Solo así lograremos poner al ser humano como centro de atención en todas sus dimensiones. En ese camino se han ido generando diferentes documentos, que arrancarían, en términos formales, en 1994 con el Informe de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hasta llegar al informe del Secretario General de la ONU, presentado el 21 de marzo de 2005, bajo el título de «Un concepto más amplio de libertad: desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos», en el que quedan definidos los tres pilares de un nuevo orden internacional. Un aporte adicional de considerable importancia en ese mismo camino es la adopción, en septiembre del 2005, del principio de responsabilidad de proteger consagrado por la Asamblea general de la ONU.
Así, se puede ver que vamos recorriendo un camino, pero también que el ritmo es muy lento, hasta el punto de que son hoy muy pocos los Estados del planeta que han asumido la seguridad humana como paradigma de referencia (con Canadá y Japón a la cabeza). Dicho de otro modo, sigue siendo mayoritario el enfoque de la seguridad del Estado. Y ni siquiera los que se orientan por estos derroteros caminan en la misma dirección, dado que unos están más centrados en atender necesidades básicas de tipo socio-económico, mientras que otros se inclinan más hacia consideraciones del campo político o más específicamente de seguridad física. Para quienes puedan estar interesados en el desarrollo que se produce en este terreno, la red de seguridad humana (Human Security Network)- en la que se agrupan tanto Estados nacionales como instituciones internacionales y organismos no gubernamentales- es una referencia fundamental.
En todo caso, es justo reconocer que se trata de un concepto minoritario actualmente, entre otros motivos por el efecto de la contaminación generada por la nefasta «guerra contra el terror» liderada por Washington a partir de los trágicos atentados del 11-S. También, como todo concepto novedoso, se enfrenta a resistencias por parte de quienes se sienten acomodados en esquemas pretéritos. Baste decir que por el camino de la seguridad humana se llega a un concepto de soberanía nacional completamente distinto al tradicional: soberanía no como potestad sobre las personas, sino como responsabilidad para protegerlas y procurar su bienestar y seguridad. Por otra parte, se le acusa a ese concepto de ser todavía vago, poco operativo: si seguridad humana lo es todo, entonces nada es seguridad. Y es cierto que, en buena medida, ni los gobiernos inicialmente interesados en este enfoque, ni los centros de análisis dedicados a estas materias han logrado hacerlo más operativo, convirtiéndolo en un manual de uso para los ejecutores de la política de seguridad y defensa.
Por si eso fuera poco, algunos de los ejemplos reales que ha habido últimamente en el terreno de la seguridad internacional, apelando a la seguridad humana y a la responsabilidad de proteger, han sido absolutamente negativos. No son pocas ya las ocasiones en las que se ha abusado de ese concepto para justificar determinadas intervenciones que persiguen la defensa de determinados intereses, como si fuesen motivadas por consideraciones humanitarias o altruistas (sea en Irak, en Sudán o en tantos otros escenarios). Con la excusa de la seguridad humana ya hemos sufrido operaciones militares que se asemejan demasiado a las clásicas intervenciones de raíz geopolítica o geoeconómica, sin que queden claros cuáles son los criterios de selección que llevan a actuar en algunos sitios y no en otros (pensemos en Zimbabwe, por ejemplo). Con demasiada frecuencia se constata que la razón fundamental de una intervención militar internacional no responde a la defensa de valores y principios, sino más bien a la de intereses de muy variada naturaleza.
En definitiva, hoy no podemos saber si se va a impulsar a corto plazo un proceso sólido que nos lleve al cambio de un paradigma por otro. Estamos en ese punto en el que cabe imaginar que, cerrada aparentemente la puerta de «la guerra contra el terror» (al menos en los términos en que la definía la anterior administración estadounidense), se abren espacios para volver donde estaba la agenda a finales de los años noventa. Visto así, el concepto de seguridad humana puede alcanzar un mayor desarrollo analítico y operativo.
En todo caso, se imponga o no ese cambio, sea o no la seguridad humana el paradigma del mañana, desde el más puro realismo se puede llegar al menos a la conclusión de que no basta con acumular más armas para conseguir más seguridad. Tenemos que entender de una vez que «mi seguridad siempre me la van a dar los otros», mi seguridad no puede basarse en la inseguridad del vecino ni en tener más armas que los demás; por tanto, eso obliga a cambios. Desde ese mismo realismo es inmediato entender que el bienestar y la seguridad del individuo derivan directamente en un mayor nivel de seguridad hacia arriba hasta contaminar positivamente a la seguridad del Estado y del planeta en su totalidad. En la misma línea, es necesario entender también que la seguridad- una que vaya más allá de la imposición por el uso de la fuerza del fuerte al débil- obliga a desarrollar un esfuerzo multidimensional y permanente, que solo rinde frutos positivos si se mantiene a largo plazo, sin que ninguna sociedad pueda considerarse inmunizada contra los estallidos de violencia. Trabajar de ese modo nos lleva directamente al terreno de la construcción de la paz.
La construcción de la paz, una tarea permanente
La construcción de la paz es una tarea permanente, que nos afecta a todos y que es multidimensional por definición. Aun siendo fundamentalmente de carácter civil, asume que en diferentes etapas del proceso debe contar con un componente militar, que resulta clave en determinados momentos. Como ya se recogía anteriormente, el esfuerzo principal de esta tarea debe focalizarse en el «antes», puesto tanto el «durante»- la gestión de la crisis y la resolución del conflicto- como el «después»- la consolidación de la paz y la reconstrucción posbélica- implican el reconocimiento de un fracaso por no haber logrado evitar la generalización de la violencia. Si me atreviera a parafrasear a Carl von Clausewitz, con su afirmación de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», diría que en el siglo XXI hemos aprendido que «la guerra es, simplemente, el fracaso de la política». Así, desde esa perspectiva, la construcción de paz significa fundamentalmente adelantarse al estallido de la violencia. Y ahí es donde tiene que estar el énfasis- tanto de la conciencia intercultural como de cualquier otro esfuerzo que hagamos- en los esfuerzos que realicen actores civiles y militares, echando mano de instrumentos políticos, sociales, diplomáticos, económicos y militares.
Conciencia intercultural y seguridad humana
A partir de esta mínima introducción básicamente conceptual, podemos adentrarnos ya en la segunda parte de la estructura que antes proponía. Cuando mezclamos conciencia intercultural y seguridad humana, parecería desde el principio que estamos hablando de un matrimonio bien avenido, en el que todo encaja desde el principio. En primer lugar, podría decirse que la conciencia intercultural es un concepto nuevo, como dije al principio, pero no hay que irse muy atrás en la historia para recordar, aunque no sea lo mismo, aquel mantra de la conquista de «corazones y mentes», que implicaba la necesidad de conocer al otro. Más aún, el denostado y bien criticado Samuel Huntington, con su modelo equivocado del choque de civilizaciones, hablaba ya en 1993 de la necesidad de poner la atención también en los elementos civilizacionales y culturales como elementos centrales de las relaciones internacionales.
Cuando digo equivocado, me refiero sencillamente al lapsus que sufrió Huntington al no recordar que en 1991, durante la II Guerra del Golfo, junto a las unidades militares de EE UU había otras de diferentes ejércitos árabo-musulmanes, combatiendo contra otros árabo-musulmanes. Si Huntington tuviera razón, las civilizaciones serían actores homogéneos en el escenario internacional, con una agenda común, algo que queda desmentido a diario por los alineamientos de cada país hace en el concierto internacional siguiendo no a sus rasgos culturales sino a sus intereses. Pero, en cualquier caso, un elemento que considero positivo del modelo de Huntington es el que nos obliga a poner la atención en los elementos culturales y de civilización. Por tanto, creo que uno de los méritos que tiene el modelo de Huntington es que nos obliga a que todo análisis de relaciones internacionales y de seguridad internacional tiene que asumir la clave cultural.
Decía que no es lo mismo lo de la conquista de «corazones y mentes». Recordemos que esto viene del mundo de la guerra subversiva- un terreno en el que Mao Tse Tung ha tenido mucho que decir, así como muchos otros que ya se planteaban, en las guerras del fuerte al débil, la necesidad del fuerte de conocer las particularidades culturales de una población que servía de santuario, de acomodo a las fuerzas insurgentes. Ahí ya se planteaba esa necesidad y esa ventaja de conocer al otro. Por tanto, la conciencia intercultural, en este sentido, siendo mucho más que aquello, también entiende la necesidad y la ventaja de conocer lo que piensan otros para influir en sus percepciones. Este impulso no responde, por supuesto, a un mero afán académico; no es una curiosidad cultural de que conocer al otro, sino que intentamos saber qué hace, qué piensa, qué teme, qué desea… para influir en sus percepciones.
Podríamos en este punto añadir, como pequeño apunte a pie de página, que cuando este tipo de temas se comentan en un contexto como el español, se suele concluir que «eso es lo que llevamos haciendo durante toda la vida». Es bien reconocido que los contingentes militares españoles, cuando son desplegados en el exterior, son los que más interactúan con la población local, echando mano de la cordialidad y la campechanería que caracterizan a la sociedad española. En ese sentido, parecería que la insistencia en la necesidad de incorporar la conciencia intercultural a nuestra agenda solo refuerza lo que ya venimos haciendo en la práctica porque, en definitiva, así es cómo somos cuando interactuamos con otros.
Cuando hablamos ahora de conciencia intercultural- y el Experimento Multinacional número 6 (MNE6) nos lo recuerda en sus objetivos-, entendamos que aquí se aspira a ir más allá: no se trata de conocer solamente a los otros, o de que tengamos la conciencia clara de que sabiendo más de los otros, eso facilitará nuestra misión. Esa parte de la tarea es elemental; pero el MNE6 también busca ver cómo tenemos que darnos a conocer nosotros al otro, asumiendo que los estereotipos negativos, que tanto pueden dificultar cualquier misión, funcionan en los dos sentidos. La permanencia de esos estereotipos recíprocos nos obliga a tomar en consideración la resistencia o resquemor que pueden afectar a cualquier aproximación hacia la población local. Por tanto, tenemos que ser conscientes también de qué manera nos presentamos, de qué transmitimos cuando interactuamos, y todo eso está igualmente planteado en el MNE6. De ahí se deriva la necesidad de establecer una estrategia de comunicación y de diálogo para evitar rechazos contraproducentes, incluso no pretendidos.
Y eso nos lleva a la necesidad clara de desmontar estereotipos recíprocos. Insisto: nosotros tenemos muchísimos estereotipos basados en la ignorancia de otros pueblos y culturas; de igual modo, ellos sobre nosotros tienen muchos estereotipos basados en la misma ignorancia. Eso implica que un punto fundamental del proceso es la necesidad de construir un espacio común de intereses (quizás soy poco ambicioso, pero en función de lo que conozco de las relaciones internacionales, creo que eso más factible que compartir valores y principios, aunque no deba abandonarse esa pretensión). Sobre esa base, por ejemplo, se puede encontrar un nivel de diálogo con el régimen iraní- y, de hecho, cabe pensar que se está encontrando cuando EE UU decide retirar sus tropas de Irak- y con los taliban- como también se está explorando. Centrémonos por tanto en identificar intereses comunes y sobre esa base busquemos un nivel de diálogo que nos lleve a resolver los problemas que se puedan plantear.
No confundamos intereses con valores y principios. Las relaciones internacionales, hasta donde las conocemos a lo largo de la historia, se basan en un discurso que maneja valores y principios, pero que actúa sobre la base de intereses, de forma que, cuando ambos coinciden se facilita mucho la resolución de problemas; pero cuando chocan, comprobamos como normalmente son los intereses los que se ponen por delante. Esto no quiere decir que la defensa de intereses suene mal o sean intereses ilegítimos; solo trato de insistir es que es preciso distinguir su defensa de la de valores y principios.
Desde esta perspectiva creo que no debe haber ninguna objeción en principio, desde la perspectiva de la construcción de la paz y de la seguridad humana, a esta aproximación de conciencia intercultural. Más bien, todo lo contrario. Los estereotipos negativos se curan cuando se les pone cara, nombre y boca a los otros, con los que tenemos que relacionarnos. Si se llega a nivel, la forma de enfocar las relaciones es completamente distinta. Por tanto, trabajando desde la seguridad humana, poniendo el énfasis en el individuo, la conciencia intercultural (promoviendo un mayor y mejor conocimiento mutuo) va a favor de corriente. Para quienes actúen en situaciones de crisis o de conflicto es fundamental saber qué piensan o qué demandan los individuos que conforman una sociedad en esas circunstancias, sometidas a crisis, a tensiones o a conflictos.
Peligros y retos de partida
En síntesis, la conciencia intercultural encajaría perfectamente en la seguridad humana. Casi podríamos decir que no es que encajen, sino que parece una demanda de la seguridad humana el que se trabaje en clave de conciencia intercultural. Sin embargo, como ocurre tantas veces, y faltando tanto como falta tanto para poder aplicar este concepto en la realidad, lo que podemos ver de momento es que se nos plantean determinados peligros, retos y desafíos para hacer operativo este concepto. Sin ánimo ninguno de exhaustividad, simplemente querría reflejar alguno de ellos.
Hay dos peligros inmediatos que me parece importante señalar. Uno se refiere a los actores externos (tomando como ejemplo a España cuando se hace referencia a la conciencia intercultural) y el otro afecta a las poblaciones locales donde queremos aplicar este modelo (pensemos en Afganistán, aprovechando que el MNE6 lo contempla). Desde la perspectiva de los actores locales, la insistencia en la cuestión de la conciencia intercultural corre el riesgo de ser percibida como una modalidad moderna de neocolonialismo (otra vez dicen que quieren conocernos, pero lo que realmente quieren es controlarnos e imponernos sus modelos). Vista así, no cabe descartar un rechazo frontal a esa aproximación novedosa que puede abortar muchos de los esfuerzos que se puedan desarrollar en un momento determinado.
Pero si hablamos desde nuestras sociedades también hay que recordar que, en función de la experiencia que hemos vivido (y hablo de la sociedad española), la manipulación de conceptos como la ayuda humanitaria- como referencia forzada para justificar la participación militar española en la ilegítima e ilegal invasión de Iraq en marzo de 2003- ha creado un precedente muy negativo que puede arruinar futuros esfuerzos. El ejercicio desarrollado por un gobierno que actuó de espaldas al sentir de buena parte de la población española- forzando los argumentos y los discursos que trataban de justificar una acción bélica- ha tenido un efecto perverso que genera resistencias dentro de la sociedad española- y especialmente en el mundo de las ONG- a cualquier nuevo enfoque (al que se le asignan ya de partida intenciones ocultas). Hay que contar con que existe esa percepción generalizada, lo que obliga a los promotores de la conciencia intercultural a moverse a contracorriente, puesto que se van a encontrar (tanto dentro como fuera de casa) con actores que no parecen dispuestos a recibir positivamente una aproximación de este tipo.
A partir de ahí, e intentando ver un poco más en detalle este tipo de peligros, cabe decir que la experiencia acumulada desde el fin de la Guerra Fría no es muy positiva (y mucho menos tras el 11-S). En consonancia con los parámetros impuestos por la «guerra contra el terror», algunos han querido plantear la situación como una lucha entre el bien y el mal, en un ejercicio de simplificación máxima (infantilización, cabría decir) que veía el mundo en términos de blanco y negro, como si la vida no nos enseñara a diario que nos movemos siempre en los diferentes matices del gris. Pues bien, se ha jugado de esa manera forzando demasiado las agendas y los discursos y eso, como señalo, tiene efectos negativos. A eso pertenece también el hecho de que, querámoslo o no- hoy con esta visión, ayer con el Comprehensive Approach y antes con la Revolución de los Asuntos Militares- estamos siguiendo la agenda que marca en cada momento Estados Unidos; y esto también provoca rechazos y resistencias en determinados círculos. Una vez tras otra, quien pone el tema sobre la mesa- y luego, en todo caso, algunos nos incorporamos y hasta lideramos un apartado específico de la cuestión- es Estados Unidos. Pero, en función del notable deterioro de imagen que ha acumulado el líder mundial en la pasada década, no puede extrañar que sus propuestas no sean recibidas unánimemente como positivas. Es preciso tomar esto en cuenta porque, se quiera o no, nos incorporamos a un enfoque que algunos (dentro de nuestra propia sociedad) identifican en clave negativa, aunque luego resulte que la conciencia intercultural sea en sí misma algo muy positivo.
Otro peligro más a señalar es el que afecta muchas veces a los conversos a cualquier causa. Como ocurre a algunos que dejan de fumar, los que ahora abracen la causa de la conciencia intercultural pueden terminar convencidos de que solo así es como se pueden solucionar los problemas de inseguridad y violencia a los que nos enfrentamos. Esos mismos conversos pueden considerar que si los esquemas anteriores fracasaron era, básicamente, porque no incorporaban este componente; y dado que ahora sí lo hacemos, el fin de los problemas está a la vuelta de la esquina. No digo que esto vaya a ocurrir, solo alerto de un riesgo.
Me preocupa, asimismo, que la conciencia intercultural acabe viéndose como una parte subordinada al cumplimiento de la misión militar. Todavía no podemos afirmar que esto es lo que está pasando, pero experiencias anteriores muestran el riesgo de que los actores más implicados en estos menesteres- y los responsables de defensa son siempre los más destacados- terminen por liderar el esfuerzo e integrarlo como parte de sus responsabilidades, subordinando al resto de los actores implicados a su dictado. Recordemos que cuando la sigla CIMIC comenzó a ser reconocida, se produjo una notable confusión que interesadamente quiso hacer pasar a los ejércitos por actores humanitarios. Cuando algunos gobiernos han querido disfrazar a sus ejércitos de «ong-ejércitos», la resistencia y la crítica han sido inmediatas. Ahora existe el peligro de que si no se presenta adecuadamente el tema de la conciencia intercultural, sea percibida como algo que quiere aprovechar determinadas capacidades y potencialidades de otros al servicio del cumplimiento de la misión militar. Y no debería ser así, evidentemente.
Un elemento de riesgo adicional es el de intentar convertir a los organismos de defensa en los protagonistas fundamentales de este esfuerzo. Es algo que vengo destacando en las reuniones en las que me toca participar en relación con estos temas. Lo digo continuamente y quiero que se me entienda. Soy militar retirado, comandante de infantería de la trigésimo cuarta promoción y, cuando analizo la actuación de los gobiernos en temas de seguridad y defensa y de nuestras fuerzas armadas, quiero creer que nadie me llamará por ello antimilitarista. Las fuerzas armadas son un componente más del sistema de seguridad y defensa de un país, y no deben ser principal actor de la agenda porque cuando eso ocurre es que han fracasado los demás actores implicados en la materia. En esa medida, si se trata de promover el MNE6 o de elaborar la Estrategia Española de Seguridad, por muy bien que lo haga la persona que represente al Ministerio de Defensa, no es adecuado que sea quien asume la responsabilidad principal en impulsar este tipo de tareas. A quien realmente le corresponde, por definición, es a Presidencia de Gobierno, dado que se trata de movilizar voluntades y medios de diferentes ámbitos civiles y militares de la administración de Estado y a actores privados- empresariales o de perfil humanitario-, en un esfuerzo común que va mucho más allá de las consideraciones estrictamente militares o de defensa.
Está bien claro que esta no es una iniciativa originada en Defensa, ni mucho menos se la han inventado los militares. El Ministerio de Defensa, por supuesto, está interesado en el tema- cómo no le va a preocupar si tiene que actuar con frecuencia en esos escenarios de inseguridad-. Pero otra cosa es que, si queremos asumir seriamente que esto es un ejercicio que nos implica a todos- jueces, inspectores de hacienda, funcionarios de prisiones, militares, policías, etc.-, se haga imprescindible el impulso emanado desde la Presidencia de Gobierno. Sin ese liderazgo se corre el riesgo también de la desconexión entre las agendas civiles y militares; de que cada uno, en función de sus propias herencias y capacidades, trabaje en paralelo, sin que todos lleguen realmente a formar parte de un único esfuerzo. Y no me estoy refiriendo únicamente al MNE6, sino a la manera en la que deben ser enfocados los asuntos de seguridad.
Un peligro más para España- y para cualquier otro país- es el de querer saber de todo y pretender hacerlo todo en todas partes. En referencia explícita al MNE6, debemos recordar que se trata de un ejercicio para el que ningún Estado nacional está en condiciones de asumir la tarea en solitario. Solo con una adecuada división del trabajo, teniendo en cuenta las ventajas comparativas y los intereses de cada uno, será posible cumplir los objetivos propuestos. En consecuencia, lo que nos debe interesar cuanto antes es priorizar e identificar aquellos ámbitos en los cuales, temática y geográficamente, España tiene algo que aportar, sin dejarse tentar por la idea de que podemos asumir todas las actividades previstas, desde reforma del sistema de seguridad, hasta desmovilización, desarme y reintegración de excombatientes, desminado humanitario, buen gobierno, etc.
En cuanto a retos, asociados a los peligros que he planteado antes, una de las claves centrales para que el MNE6 salga adelante es que debe ser entendido como una labor a largo plazo. Desgraciadamente nos movemos en un entorno internacional que funciona dominado por el corto plazo, que se ocupa mucho más de parchear los problemas que se van sucediendo que de resolverlos atendiendo a sus causas estructurales. Si esto lo concretamos en el ámbito específico de la conciencia intercultural, eso significa (y siento que sea así porque eso nos lo pone más complicado) incorporar reformas en el sistema educativo, incorporar a los medios de comunicación a esta tarea, formar especialistas civiles y militares en diferentes áreas de conocimiento… En este último capítulo, España cuenta ya con especialistas individuales en distintas áreas temáticas y geográficas, pero todavía es muy débil el entramado de centros e institutos especializados, con capacidad para formar y consolidar equipos que puedan colaborar en la acción exterior del Estado.
Entre los retos añadidos está el de asumir los errores propios, y recordemos que a nuestras maquinarias administrativas y burocráticas (da igual si son civiles o militares) les cuesta mucho hacerlo. Es más fácil mantener el rumbo definido hace años, aunque las circunstancias de la navegación hayan cambiado, que rectificar en profundidad unas cartas que ya no sirven para moverse en aguas tan turbulentas como las que transitamos en este mundo globalizado. Eso obliga a un ejercicio de retroalimentación permanente, porque las sociedades son vivas, y los motores que mueven a los seres humanos también cambian de un día para otro. Por eso, necesitamos un sistema que se retroalimente continuamente si queremos producir resultados que colaboren a esa mejora de un mundo más seguro, más justo y más sostenible.
Por último, el reto fundamental es el «antes». Si los especialistas en la resolución de los conflictos dicen que hacen falta, como mínimo, quince años para superar una brecha provocada por una violencia generalizada en un territorio, habría que plantearse si la comunidad internacional está dispuesta a mantenerse ese tiempo en un territorio, con un esfuerzo como el que puede implicar esto, para realmente crear algo mejor de lo que había. En definitiva, el esfuerzo que impone trabajar en esta línea es un esfuerzo enorme como he dicho, multidimensional, un esfuerzo en el que no hay garantías de éxito.
Mi temor es que, reconociendo la necesidad de incluir el componente intercultural en cualquier cosa que hagamos en cualquier rincón del mundo globalizado en el que vivimos, se termine convirtiendo en un adorno más o menos llamativo, sin que haya voluntad política para poner en juego el esfuerzo realmente necesario. Ojalá no sea así.