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La Alianza y el Kremlin se tientan

Foto del terremoto de Nepal/REUTERS.

Para El País.

No es nada nuevo que Rusia y la OTAN midan sus fuerzas, en un ejercicio más retórico que fáctico, tratando de mostrar resolución en defensa de sus respectivos intereses y chequeando hasta dónde llega la voluntad del contrario para soportar el envite. Lo que Rusia pretende es recuperar un área de influencia propia, mostrar a sus vecinos que la OTAN no tiene agallas para pasar a los hechos y recuperar su estatus de potencia global. Por su parte, la OTAN se limita a no perder la cara, con precaución para no avivar la tensión más allá de lo estrictamente necesario.

Y en ese contexto hay que enmarcar la que actualmente se vive tras la violación del espacio aéreo turco por parte de aviones de combate rusos implicados en el apoyo al régimen sirio. Como un ejemplo más de un viejo juego que consiste en una gesticulación bravucona —pero midiendo milimétricamente cada paso para no provocar una escalada irreversible—, Moscú lleva tiempo sobrevolando las proximidades del espacio aéreo de distintos países OTAN, al tiempo que sus submarinos se adentran «accidentalmente» en aguas territoriales aliadas. Busca así mostrarse desafiante, con acciones de tan pequeña entidad que nunca justificarían una respuesta en fuerza, mientras calibra el estado de operatividad de las defensas adversarias. La Alianza, en consecuencia, suele responder discursivamente (al igual que ahora) con declaraciones más o menos firmes sobre su voluntad de defender a todo aliado amenazado, incrementando el número de ejercicios militares en el territorio afectado y reiterando su disponibilidad para emplear la fuerza si fuera necesario (incluso concretando su capacidad para desplegar hasta 40.000 efectivos en apenas 48 horas). Y ahí se queda todo.

Una cosa es que el afectado (Turquía ahora) apele al artículo V del Tratado de la OTAN —defensa colectiva ante una agresión a uno de sus miembros— y otra muy distinta que eso suponga una respuesta militar automática contra el agresor. Aunque obviamente lo sucedido en cada invasión del espacio aéreo turco no puede considerarse un accidente, una respuesta militar directa contra Moscú sería una opción altamente improbable. Y esto es así porque la Alianza está lejos de mostrar la suficiente voluntad política para ir más allá de algún despliegue preventivo (como volver a activar alguna batería de misiles Patriot o desplazar algunos cazas aliados en suelo turco) o de preposicionar militar para hipotéticas acciones futuras. Y Moscú no puede desear abrir un nuevo frente, consciente de su inferioridad militar frente a Washington y cuando ya acumula una pesada carga, tanto en Ucrania como en Siria, contra cualquier enemigo de su aliado, sea Daesh o cualquier otro. Así, lo previsible es que ambas partes se ajusten al guion habitual.

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