La acción humanitaria en Afganistán más allá de 2014
Por Ana García Mateos – Aparicio
En los últimos meses, la seguridad en Afganistán se ha ido deteriorando progresivamente, afectando cada vez más directamente a población civil y al personal humanitario. La previsión de la retirada de las fuerzas militares extranjeras del país a final de año, y la celebración en abril de la primera vuelta de las que han sido calificadas como las primeras elecciones democráticas desde 2001, han contribuido a incrementar aún más la inestabilidad en un país de por sí, ya complejo. Así, en el ámbito específicamente humanitario, desde 2012 Afganistán ocupa el primer lugar en número de ataques absolutos dirigidos contra personal humanitario1.
A la vista de la situación actual- cuando aún quedan unos 50.000 efectivos militares y otros tantos contratistas privados de muy diferentes países y se multiplican las señales de incapacidad del gobierno de Kabul para garantizar la seguridad de las personas- es inevitable que se plantean crecientes dudas sobre la situación a medio plazo del personal humanitario en Afganistán y de las estrategias de trabajo necesarias para aquellas organizaciones humanitarias que decidan permanecer en el país.
Existen varios factores que contribuyen al cambio progresivo del escenario humanitario en la región. Tal y como ha apuntado OCHA- la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas-, Afganistán está viendo reducido paulatinamente el espacio humanitario en el cual organizaciones y donantes del sector pueden trabajar de una manera efectiva y segura. Las principales razones de este cambio apuntan al incremento de los ataques de los talibán y otros grupos armados no estatales contra trabajadores humanitarios, las restricciones de movimiento dentro el país y las barreras al acceso humanitario, tanto administrativas como físicas, para ejecutar los diferentes programas de apoyo a población civil afgana. Como consecuencia, así como debido a la progresiva falta de recursos, muchas organizaciones han comenzado a optar por trabajar directamente a través de socios locales afganos, evitando así una presencia física efectiva de personal expatriado.
Otro factor que contribuye a la reducción del espacio humanitario es la significativa interferencia del sector militar en el área civil, humanitaria y de provisión de servicios. La confusión, que comenzó con el papel de lo Equipos Provinciales de Reconstrucción (PRT), se ha ido desarrollando a través de una interesada estrategia militarista que entiende a los actores humanitarios como «multiplicadores de fuerza» y que apuesta por justificar el papel de los ejércitos ante sus propias opiniones públicas en clave asistencial. Como resultado perverso de este proceso no solo se mina la visión de la población hacia el trabajo de organizaciones internacionales y no gubernamentales, sino que estas se convierten también en objetivo directo de los violentos.
Las consecuencias más inmediatas de esa reducción del espacio humanitario están relacionadas con aspectos como la creciente dificultad para negociar el acceso humanitario y para encontrar fórmulas adecuadas de ejecutar programas que aseguren un alcance de objetivos efectivo. De ahí que, mirando a lo que pueda ocurrir a partir del próximo año, cabe imaginar que uno de los elementos principales de la acción humanitaria será la relación entre el personal humanitario, las fuerzas de seguridad afganas y los grupos armados subestatales que sigan activos sobre el terreno. El compromiso y negociación con aquellos de los que dependa lograr acceso humanitario, respetando los principios humanitarios, será fundamental para las organizaciones que deseen permanecer físicamente en el país. A la complejidad natural de este tipo de relaciones se une en este caso una generalizada ausencia de reconocimiento de la necesidad de preservar el acceso humanitario y de mantener la independencia de este principio respecto de cualquier objetivo militar que se plantee. Especialmente preocupante es que en entrevistas llevadas a cabo a miembros de grupos talibán, éstos expresaron su falta de conocimiento y de interés real en estos aspectos, a lo que se añade una falta de comprensión clara a la hora de diferenciar los principios humanitarios de cualquier tipo de objetivo militar (Jackson, Humanitarian Exchange, 2013)2.
Por otro lado, cada vez más organizaciones optan por una ejecución de programas sin supervisión operativa directa sobre el terreno. Esta ejecución de programas humanitarios en modalidad de «gestión remota» (remote management) en contextos en los cuales el acceso físico se convierte en extremadamente inseguro, implica desafíos claros en gestión de personal e información, efectividad de los instrumentos de seguimiento y monitoreo de actividades, ejecución técnica y presupuestaria, así como garantías de una ejecución de acuerdo al mantenimiento de los principios de la acción humanitaria. No puede extrañar que así ocurra cuando se generaliza la opinión de que «no hacemos preguntas comprometidas. No queremos saber cómo lo hacen» (Oberreit, 2013)3 por parte del personal internacional de algunas organizaciones cuando se les cuestiona sobre el nivel de control y conocimiento que tienen sobre las actividades en contextos como el de Afganistán. Queda por ver, por tanto, como para lograr intervenciones humanitarias efectivas se adaptan en la práctica los donantes y las organizaciones humanitarias al contexto afgano, con modalidades de gestión y ejecución remota, con el fin de ser efectivas y mantenerse fieles a los principios humanitarios.
La planeada transición en Afganistán supone, en definitiva, una aguda incertidumbre para el sector humanitario. Las fuerzas de seguridad afganas tomarán formalmente el relevo del sector de seguridad nacional, con una notable carencia de recursos humanos, físicos y presupuestarios para garantizar el control efectivo del territorio. Y esto, unido a un previsible incremento de la actividad armada de las fuerzas talibán y otros grupos insurgentes, dificultará más si cabe la capacidad operativa de las organizaciones humanitarias en el país. De momento, las dudas y las preguntas superan con mucho a las certezas sobre la manera de seguir desarrollando las tareas humanitarias.
1.- En 2012, 56 trabajadores internacionales humanitarios fueron directamente atacados (Humanitarian Outcomes, Security Report 2013).
2.- ODI – Overseas Development Institute (2013), Humanitarian Negotiations, Humanitarian Exchange Magazine, Issue 58, Humanitarian Practice Network, London.
3.- MSF – Oberreit, J. (2013), Failure to respond: the challenges of today’s humanitarian action in violent environments, ODI event, December 5th, 2013.