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Coalición contra Libia: ¿quién manda?

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Una vez puesta en marcha la coalición encargada de hacer cumplir la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU contra el régimen de Muamar el Gadafi, hay cosas que no deberían generar duda alguna.

La primera es que, dada la abrumadora superioridad militar desplegada por los países integrantes de dicha coalición, era tan solo cuestión de días que se llegara a la práctica destrucción de la fuerza aérea libia y de sus sistemas de defensas antiaéreas. Basta recordar que se trata de una fuerza aérea que apenas tenía de partida unos cuarenta aviones de combate realmente operativos (de un total estimado en unos 300) y que sus medios de defensa no van más allá de los misiles SA-5 y SA-8 (soviéticos) y los Crotale (franceses), todos ellos antediluvianos en comparación con los medios tecnológicos de sus oponentes.

Escuche la entrevista a Jesús Núñez Villaverde:

Significado del dominio aéreo
En todo caso, ese previsible dominio del espacio aéreo libio no presupone ningún avance significativo en la dinámica de violencia impuesta por Gadafi, en la medida en que son sus leales quienes siguen llevando la iniciativa en el terreno, frente a unos rebeldes que continúan siendo operativamente mucho más débiles que las tropas del dictador y que, por tanto, no están en condiciones de recuperar el terreno perdido en estas últimas semanas.

Dicho de otro modo, la superioridad aérea no garantiza ni la victoria rebelde ni la caída definitiva de Gadafi. En el mejor de los casos, solo alcanza para evitar que el líder de la Yamahiriya pueda rematar por completo la eliminación de sus oponentes y recuperar totalmente el poder que ostentaba hace tan solo un mes. Visto así, el escenario más probable a día de hoy sigue siendo que se produzca un enquistamiento prolongado de la violencia fratricida, convirtiendo a Libia en un foco de inestabilidad con un alto potencial de contaminación regional.

OTAN: instancia idónea
La segunda obviedad a destacar es que la OTAN, en tanto que se trata de la organización militar más poderosa del planeta, es la instancia idónea para liderar la operación internacional contra Gadafi. Cuenta no solo con medios propios adecuados para la tarea (con los AWACS y otros sistemas de mando y control como instrumentos sobresalientes) sino, sobre todo, con cuarteles generales y procedimientos estandarizados que garantizan la coordinación de esfuerzos de sus miembros (y de quienes coyunturalmente se sumen al esfuerzo común).

Nadie como la Alianza Atlántica puede integrar mejor y más rápido los medios aeronavales necesarios para mantener la zona de exclusión aérea y atacar, como es preciso, a las fuerzas terrestres de Gadafi que amenazan a la población civil. Sin embargo, a la espera de lo que ocurra el próximo martes en Londres- donde se reunirán todos los países que aportan medios militares al Amanecer de la Odisea-, todo parece indicar que la OTAN quedará relegada a realizar cometidos complementarios.

Confusión sobre liderazgo
La urgencia por poner en práctica la zona de exclusión aérea- tras unas semanas de parálisis que pueden resultar ahora imposibles de recuperar- y el afán de protagonismo de algunos Estados- con Francia a la cabeza- ha provocado una notable confusión sobre el liderazgo político y militar de la operación. Resulta llamativo ver como París ha pretendido verse reconocido como el líder político-militar de la coalición, cuando en realidad ha sido Washington quien ha ostentado hasta el momento esa posición. Suyos son la inmensa mayoría de los Tomahawk lanzados en estas primeras oleadas de ataque, como también lo son la mayoría de los aviones empleados y, más aún, los mandos que han conducido las operaciones de combate (el general Carter Ham, desde AFRICOM, y el almirante Samuel Locklear, desde Nápoles).

Estas precipitaciones y la falta de consenso sobre los verdaderos objetivos a lograr con este empleo de la fuerza militar cuestionan la efectividad de las fuerzas desplegadas. Por una parte, Estados Unidos muestra desde el principio una clara reticencia a liderar (aunque nunca le haya gustado que sus militares queden a las órdenes de otros), intentando no verse demasiado comprometido más allá de Iraq y Afganistán. Por otra, Alemania (por razones electoralistas) y Turquía (por evitar verse alineada contra un país árabe) se resisten a otorgar un mayor protagonismo a la Alianza. 

En esas condiciones, parece imponerse la idea de que con una estructura ad hoc, como la propuesta por Francia, se podrá superar el desencuentro. Aunque no se diga abiertamente, de ese modo se podrán también evitar los problemas que plantea el proceso de toma de decisiones de la OTAN, que obliga a la unanimidad (algo muy difícil de lograr dadas las diferentes posiciones de sus miembros). Para salvar la cara políticamente, cabe esperar que se justifique esta decisión como la mejor fórmula para poder incorporar más suavemente a los países árabes que- simbólicamente- son importantes para evitar la imagen de un ataque de países occidentales contra un país árabe, impulsados por la codicia del petróleo y el gas libios.

Resistencia de Gadafi
Aún en el supuesto de que esta instancia de decisión político-militar pueda resultar eficaz, nada asegura que en su seno se vaya a activar la necesaria voluntad política para ir más allá de las patrullas aéreas y navales (que asume directamente la OTAN, aunque sin participación de Alemania, que acaba de recuperar el mando nacional de sus buques desplegados frente a Libia). Gadafi no va a facilitar la tarea, retirándose como hicieron Ben Ali o Hosni Mubarak. Por el contrario, sigue estando en una situación ventajosa con respecto a sus enemigos locales, sin que la falta de medios aéreos le suponga un revés insuperable. Está convencido, además, de que el tiempo corre a su favor, en la medida en que cuenta con que su empuje termine por vencer la resistencia de sus débiles opositores y con que, invariablemente, las divergencias en una coalición que ya muestra sus diferencias desde el primer día, terminarán por diluir su aparente convicción de llegar al final. En realidad, no parece que esté claro a qué final se quiere llegar. Ojalá no le demos a Gadafi motivos para pensar que así es.

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