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Israel-Irán: prematuros tambores de guerra

(Para Radio Nederland)

A tenor de los recientes mensajes emitidos por algunos gobiernos y organizaciones internacionales, parecería que nos aprestamos a vivir una guerra abierta entre Israel e Irán.

Así parecen darlo a entender tanto el presidente israelí, Simon Peres, como su primer ministro, Benjamin Netanyahu,- con el respaldo más o menos forzado de Washington y Londres y la oposición más o menos sincera de París y Moscú-, al proclamar su intención de destruir por la fuerza el programa nuclear iraní, por considerar que está a punto de convertirse en el décimo país del planeta con un arsenal nuclear.

Así podría también derivarse en primera instancia de la reacción del régimen iraní, empeñado en un discurso que no esconde sus pretensiones hegemónicas regionales y que se muestra decidido a seguir adelante con su controvertido programa nuclear. A esta dinámica se suma el último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, que señala que Irán estaría a punto de dominar la totalidad del proceso para disponer de un arma nuclear como resultado de los trabajos desarrollados en su base militar de Parchim (a 30km. de Teherán).

Y sin embargo, a riesgo de errar en una materia tan elusiva como la decisión de implicarse en un conflicto violento, cabe pronosticar que el estallido de la confrontación bélica no está a la vuelta de la esquina. Recordemos, en primer lugar, que este tipo de amenazas verbales vienen repitiéndose regularmente desde hace al menos ocho años, sin que nada haya ocurrido en el frente militar. Para Tel Aviv el régimen iraní es su principal fuente de preocupación en materia de seguridad, no solo por su propio potencial convencional y su inquietante programa nuclear, sino también por su activo apoyo a grupos como Hezbolá, en Líbano, y Hamas, en la Franja de Gaza. Por su parte, Teherán muestra igualmente su enemistad con «la entidad sionista», a la que dice querer eliminar del mapa, en un discurso que le sirve, entre otras cosas, para ganar simpatías en el mundo árabe como vía para aumentar sus opciones de liderazgo en Oriente Medio.

Además, en realidad ninguno de los dos países desea/puede actualmente lanzarse a una campaña militar frontal. Por lo que respecta a Irán, su prioridad está en aprovechar la inminente salida de Estados Unidos de Irak para consolidar su estatuto de hegemonía regional. En esa misma línea son notables sus esfuerzos por alentar a las comunidades chiíes que viven marginadas en Irak, Bahrein e incluso en Arabia Saudí, entendiendo que así incrementa sus bazas de retorsión frente a cualquiera que quiera oponérsele. En definitiva, ante un competidor iraquí debilitado y un líder mundial en retirada cree ver llegado su momento para imponer su dictado en la región, procurando que Riad- como representante máximo del mundo suní- quede igualmente obligado a aceptar su hegemonía.

En esas circunstancias, al régimen iraní no le interesa- más allá de lo que pueda derivarse de algunas declaraciones altisonantes del presidente Mahmud Ahmadineyad- implicarse en una aventura militar contra Israel de incierto desenlace. Nada de eso quita, en todo caso, que siga adelante con su problemático programa nuclear, hasta dotarse de una capacidad que le sirva para asegurar la supervivencia del régimen (por efecto disuasorio) y su relevancia regional (por prestigio, basado en las armas nucleares).

En cuanto a Israel, cabe interpretar que las recientes declaraciones belicistas de sus mandatarios van más dirigidas a Washington que a Teherán. El gobierno israelí estaría buscando, en consecuencia, una mayor implicación de Washington en la presión internacional para evitar que el régimen liderado por el ayatolá Ali Jamenei pueda algún día traspasar la línea roja que supondría hacerse con armas nucleares, en una región donde solo Israel cuenta con ellas. En el terreno estrictamente militar Israel sabe- y de ahí las notorias reticencias mostradas por figuras tan relevantes en este campo como el jefe del Estado Mayor, Benny Gantz, y del Mosad, Tamir Pardo- que no tiene capacidad para sostener un ataque en fuerza contra un país como Irán. Israel siempre se ha embarcado en guerras de muy corta duración, consciente de que no tiene ni profundidad estratégica ni potencial demográfico para soportar una guerra de desgaste.

Pero contra Irán- situado a unos 2.000km., con una superficie de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, una población de más de 75 millones de habitantes y unas fuerzas armadas numerosas, a las que se une el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica – esa opción queda fuera del alcance de las fuerzas armadas israelíes. Tampoco bastaría con un ataque aéreo sorpresivo contra sus instalaciones nucleares, en la medida en que su dispersión y protección obligaría a emprender una prolongada campaña para la que los medios aéreos israelíes no están preparados (aunque solo sea por su falta de medios de reabastecimiento en vuelo). Todo eso sin contar con que ese hipotético ataque aéreo tendría que hacerse utilizando espacio soberano de varios países árabes, cuyos gobernantes tendrían muchas dificultades para justificar ante su propia opinión pública la colaboración con Israel.

En términos realistas, Tel Aviv es sobradamente consciente de que una operación militar con ciertas posibilidades de éxito necesita contar con la implicación directa de Washington. Pero parece claro que la administración de Barack Obama- cada día más embebida en la gestión de los asuntos internos, en un marco de precampaña electoral imparable- está intentado precisamente lo contrario: salirse de la región para recuperar un margen de maniobra que las desventuras de Irak y Afganistán le han hecho perder. Sabe que si se produce un ataque israelí la reacción iraní irá también dirigida contra sus propios intereses en la zona.

Dicho de otro modo, EE UU necesita la colaboración de Irán para que esa salida se produzca sin mayores traumas, buscando un acomodo que dé cabida a Teherán como un interlocutor necesario en Oriente Medio (aunque eso disguste a socios tan sólidos como Arabia Saudí). Visto así, se entiende que Estados Unidos trate de frenar las apetencias belicistas de su socio israelí, exigiéndole- sin conseguirlo, al menos públicamente- garantías de que no se lanzará solo contra Irán y, simultáneamente, llevando a cabo las mayores maniobras militares conjuntas- con unos 5.000 soldados- para desarrollar un ejercicio de defensa contra un ataque de misiles balísticos. Y mientras tanto, el funesto juego continúa.

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