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Israel en su laberinto electoral

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Un israelí camina frente a los carteles electorales del primer ministro, Binyamin Netanyahu, y uno de sus oponentes, Yair Lapid, líder del partido Hay Futuro. /MENAHEM KAHANA (AFP)

Para elperiódico.com

Por cuarta vez en tan solo dos años los votantes israelís vuelven a estar llamados a las urnas. Un récord difícil de superar entre las que se tienen por democracias plenas, sabiendo además que lo más probable es que tampoco ahora se vayan a resolver sus problemas. Las razones formales para la convocatoria derivan de la imposibilidad de sacar adelante, en diciembre pasado, un presupuesto estatal, por desavenencias entre los dos líderes principales de la coalición gubernamental (Binyamin Netanyahu, por el Likud, y Benny Gantz, por Azul y Blanco).

La realidad, sin embargo, señala nuevamente a Netanyahu como el principal causante de un proceso que, en última instancia, vuelve a convertirse en una historia personal. Una historia ligada a su condición de imputado en tres causas judiciales, empeñado en lograr una mayoría suficiente para doblegar al sistema judicial a su antojo y verse así libre de una posible condena. De paso, con el adelanto electoral, ha logrado evitar que Gantz se convierta en primer ministro el próximo noviembre, tal como ambos dirigentes habían acordado al sumar sus fuerzas en abril del pasado año. Un acuerdo que, según las encuestas, va a significar el fin de la carrera política de Gantz por incumplir su compromiso de no aliarse con su principal rival.

Un implacable rival

Tras 12 años de mandato e incontables marrullerías para evitar la derrota, Netanyahu ha demostrado ser un implacable rival y un consumado jugador en la ruleta electoral. En esta ocasión cree contar con dos comodines que, según todas las encuestas, permitirán al Likud seguir siendo la primera fuerza parlamentaria. Por un lado, ha sabido convertir su gestión de la pandemia en un aparente éxito (el resultado sería muy distinto si se contabilizara su tratamiento de los árabes israelís, que ahora ha cortejado impúdicamente, y de los habitantes de la Palestina ocupada), colocando a Israel como uno de los países con mejores resultados en la vacunación; con el añadido de poner fin al confinamiento justo antes de la apertura de las urnas. Por otro, cuenta con que la “normalización” de relaciones con diversos países árabes, en el marco de los mercenarios Acuerdos de Abraham, se traduzca igualmente en un mayor respaldo electoral.

En todo caso, ese prolongado mandato también ha dado pie a la consolidación de un creciente frente anti-Netanyahu. Unos se han sumado a ese campo por su odio personal hacia quien ven como un ser autoritario, corrupto y ególatra. Otros lo han hecho por entender que ha sido tímido en la política de anexión de Cisjordania (aunque eso no significa que tal cosa no ocurra día a día); un tema prácticamente invisible en esta campaña. Y también los hay que muestran su repulsa por puras diferencias ideológicas con un mandatario cada vez más inclinado a favorecer a una comunidad ultraortodoxa negacionista de la pandemia y crecida en su afán de imponer su visión en la vida social, política y judicial del país. Sin olvidar a los afectados por la grave crisis económica, en un país con un 15% de paro y un brutal aumento del coste de la vida y de la brecha de desigualdad.

Aun así, lo previsible es que Netanyahu vuelva a ser la pieza central en la confirmación de un nuevo Gobierno de coalición. Un Gobierno que puede tardar meses en formarse y en el que pueden aparecer, junto a los consabidos partidos de corte religioso, incluso algunos de los que ahora hacen gala de su rechazo a una figura que consideran tan tóxica, aunque solo sea porque muchos son incompatibles entre sí.

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