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Israel en medio de un carrusel de comisiones insustanciales

 

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(Para Radio Nederland)
En el caso que afecta a la implicación de Israel en el ataque de sus soldados a la llamada Flotilla de la Libertad (31 de mayo), estamos ante una muestra extrema de ese enfoque: en lugar de una se han creado cuatro comisiones de investigación. Lo que cabe esperar, en el mejor de los casos, es que cada una de ellas emita un informe más o menos sesudo, que provocará más o menos eco mediático…, pero sin repercusiones de orden político que permitan alumbrar una solución real al conflicto que enfrenta a Israel con sus vecinos árabes.

Como en tantas ocasiones a lo largo de los más de sesenta años que ya dura dicho conflicto, asistimos a un ejercicio formal que aparenta dilucidar acciones y responsabilidades de hechos concretos, mientras se mantiene la parálisis diplomática y se acrecientan día a día la crisis humanitaria que sufre la población ocupada y el temor de israelíes y palestinos a sufrir las consecuencias de los violentos de ambos bandos.

Israel, como una señal más de su fortaleza y del margen de maniobra internacional del que goza, ha logrado configurar a su gusto las dos comisiones que le pueden reportar algunas enseñanzas sin tener que exponerse a los ojos del mundo.

La primera de ellas es de orden interno y ha sido establecida por sus propias fuerzas armadas (IDF; Israeli Defense Forces). A la espera de conocer sus conclusiones definitivas, ya el general Gaby Ashkenazi, en su calidad de jefe del Estado Mayor, ha adelantado algunas apreciaciones, como la de que, en su opinión, los soldados de la Shayelet (unidad especial de comandos navales encargada del asalto a la flotilla) «actuaron de forma excepcional, con calma, valentía y moralidad». Se desconoce, por supuesto, cuál es la vara de medir que utiliza el citado mando militar para enjuiciar lo que abrumadoramente fue entendido como una acción mal ejecutada, desproporcionada y contraria al derecho internacional.

En cualquier caso, como una nueva señal del autismo que sufre buena parte de la sociedad israelí en relación con este tema, no deja de resultar preocupante que el mismo general destaque como únicas lecciones aprendidas de esta acción la necesidad de mejorar la capacidad de despliegue rápido de la unidad que actúe y la, no menos relevante, de contar con francotiradores para apoyar a los ejecutantes en primera línea.

La segunda comisión creada por las autoridades israelíes- en un claro gesto de indiferencia ante la presión de la comunidad internacional, que Tel Aviv percibe obsesiva y genéricamente como contraria a sus intereses- es la conocida como Comisión Turkel, por ser ése el nombre del ex magistrado israelí que la preside, junto con otros dos ciudadanos de ese mismo país, más dos extranjeros- el irlandés David Trimble y el canadiense Ken Watkin- en estricta calidad de observadores. En su seno se ha producido ya la comparecencia del primer ministro, Benjamín Netanyahu, del ministro de defensa, Ehud Barak, y del ya citado general Ashkenazi.

Como primera reacción de lo escuchado en sus primeras sesiones se extrae la idea de que Israel está en manos de líderes que no solo no parecen entender claramente el concepto de responsabilidad- solo el general ha asumido con nitidez la suya, como primera autoridad militar de las IDF-, sino que tampoco han establecido unos procesos de toma de decisiones que estén a la altura de los retos de seguridad a los que se enfrenta el país.

De acuerdo con sus propias palabras, ha existido una mezcla de descoordinación y falta de análisis detallado de todos los perfiles de la operación. Netanyahu adujo en su defensa que estaba fuera de Israel, por lo que delegó la responsabilidad en Barak, sin conocer en profundidad todos los pormenores de la acción militar. Ashkenazi, por su parte, reconoció algunos errores en la planificación. Ninguno de ellos, en una muestra más de la insensibilidad dominante en esas tierras, se salió del guión ya conocido que insiste sin desmayo en que en Gaza no hay ningún tipo de crisis humanitaria.

En tercer lugar, se ha creado, a instancias del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, una comisión internacional presidida por Geoffrey Palmer, ex primer ministro neozelandés, y en la que el ex presidente colombiano, Álvaro Uribe- en lo que puede entenderse como un premio de consolación para quien seguramente preferiría seguir ocupando el Palacio de Nariño- actuará como vicepresidente, junto a un representante turco y otro israelí. La formación de esta comisión es el resultado de intensas negociaciones en las que EEUU y la propia ONU han dado garantías a Israel de que el informe final será «equilibrado».

En realidad, lo que parece explicar la formación de esta instancia- novedosa, en todo caso, por lo que supone de colaboración israelí en una iniciativa de la ONU de esta naturaleza- es la necesidad israelí de restablecer las relaciones con Turquía, socio clave para evitar su aislamiento regional y para tratar de gestionar a su favor la compleja ecuación de seguridad de Oriente Próximo.

La comisión ha iniciado sus trabajos el pasado 10 de agosto y se espera que emita un primer informe a mediados de septiembre.
En cuanto a la cuarta de las comisiones creadas- la promovida por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU- solo cabe destacar que Israel rechaza de plano cualquier tipo de colaboración con sus trabajos, al igual que ya ha hecho en ocasiones precedentes con las iniciativas lanzadas por un organismo que Tel Aviv considera controlado por enemigos de Israel (baste recordar el proceso que desembocó en la publicación del informe Goldstone el pasado año).

Compuesta por los juristas Desmond de Silva, de Gran Bretaña, y Karl Hudson-Phillips, de Trinidad y Tobago, así como por la activista malaya Mary Shanti Sairiam, su tarea finalizará igualmente con un informe en el que se tratará de esclarecer lo ocurrido en el ataque al buque de bandera turca Mavi Marmara.

Sin tomar a la ligera el trabajo y los informes finales de estas cuatro comisiones, parece evidente que ninguna de ellas provocará cambios en la dinámica establecida por Tel Aviv- con el obvio consentimiento de Washington y otras capitales- para configurar una situación netamente favorablemente a sus intereses. Nos movemos, en definitiva, en un carrusel que al girar continuamente genera la ilusión de que se avanza hacia algún punto de superación de los problemas, cuando en realidad siempre se vuelve al mismo punto.

El que determina que, si no hay voluntad política para modificar los parámetros establecidos ya desde hace tiempo, nunca habrá un Estado palestino viable y la violencia todavía seguirá provocando sufrimiento humano durante un cierto tiempo.

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