Israel bajo presión

(Para Radio Nederland)
Aparentemente, Israel se encuentra sometido a una creciente presión interna y externa que plantea la posibilidad de que su primer ministro, Ariel Sharon, tenga que modificar el rumbo de su estrategia de hacer inviable la existencia de un Estado palestino. Empeñado en su plan de desconexión unilateral de Gaza- que trata de hacer pasar por una señal de sincero compromiso con la Hoja de Ruta (cuando realmente no sólo ni la contempla, sino que la contraviene de manera frontal)-, busca ahora garantizar el dominio israelí sobre Cisjordania, la anexión de los amplios terrenos que ocupan los asentamientos que rodean a Jerusalén y evitar el peligro demográfico que pende sobre el carácter judío del Estado. En defensa de su plan puede estar dispuesto a ceder alguna baza puramente táctica, pero es previsible que siga aferrado a su postulado fundamental, que no es otro que evitar que se vuelva a poner en marcha un proceso de paz, ni siquiera del tono del que se inició en Madrid en octubre de 1991, que pudiera poner en cuestión la capitalidad de Jerusalén, que provocara el retorno de los refugiados o que obligara a volver a las fronteras de 1967.
Con ese referente de partida cabe analizar algunos acontecimientos de la agenda israelí de estos últimos días. En el frente externo, Sharon se ha encontrado con dos señales claramente contrapuestas. Cronológicamente, la primera de ellas ha venido de la mano de su principal protector internacional, George W. Bush, con el que ha debatido sobre los próximos pasos a dar para poner fin al conflicto. La misma señal de que la reunión se haya celebrado en el rancho particular del presidente estadounidense (gesto discrecional simbólicamente reservado a los socios con los que existe una complicidad especial) reduce automáticamente las expectativas que cabía esperar de unos Estados Unidos que pretenden transmitir la imagen de que, ahora sí, están dispuestos a jugar un papel activo y honesto para promover la paz justa, global y duradera que demanda la zona desde hace décadas. La supuesta presión sobre Sharon para que se avenga a cumplir con determinadas condiciones equilibradas en relación con los palestinos, pero también con los sirios y los libaneses, es a todas luces meramente formal. En ningún caso Sharon teme que Washington le obligue a ceder en asuntos sustanciales, sino que más bien cabe imaginar que su visita al rancho presidencial corresponde a la reunión de dos socios que establecen los puntos de acuerdo para poder presionar, en ese caso a fondo, al tercero en discordia, el presidente palestino Abu Mazen, que, al menos en principio, es esperado de manera inminente en Washington.
La segunda de las señales externas ha sido menos simpática para los intereses israelíes, pero no por ello más presionante en la práctica. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU acaba de aprobar una resolución interna que insta al Alto Comisionado del citado organismo a que exija a Israel la inmediata liberación de los prisioneros palestinos (especialmente atendiendo a las mujeres, niños y enfermos que hay entre los más de 7.000 ciudadanos palestinos que mantiene en sus cárceles) y que inicie una investigación contra los agentes israelíes que podrían haber practicado torturas y malos tratos contra ellos. Al mismo tiempo, dicha Comisión ha aprobado otros dos documentos en los presiona a Israel para que aproveche el momento actual para impulsar sinceramente la paz (frenando los asentamientos y el muro defensivo de separación) y que cambie su postura en los Altos del Golán sirios, facilitando el regreso de sus habitantes originarios y cerrando sus asentamientos en la zona). Aunque estas decisiones puedan satisfacer, al menos simbólicamente, a palestinos y sirios, no se debe esperar que tengan ninguna consecuencia práctica.
Israel ya da por descontado el desgaste de imagen internacional que le supone su política de fuerza contra sus vecinos, pero se sigue manteniendo escasamente dispuesto a modificar su comportamiento, en la medida en que siga contando con el respaldo estadounidense. Además, en este caso, estamos hablando de uno de los organismos más desprestigiados de la familia onusiana, en tanto que la Comisión ha mostrado sobradamente su ineficacia en muchos otros asuntos (incluyendo recientemente el que afecta a la crisis sudanesa en Darfur) y se encuentra, de hecho, en el punto de mira del propio secretario general, como un organismo que debe desaparecer (los planes de reforma de la ONU plantean la creación de un Consejo de Derechos Humanos, al mismo nivel que el Consejo de Seguridad, para actuar en este ámbito). Nada, por tanto, apunta a que Sharon vaya a sentirse afectado por las decisiones de un organismo compuesto por países que, en no pocas ocasiones, muestran un muy negativo saldo en el su respeto a los derechos que dicen defender, empezando por su propio presidente actual, Indonesia, que acaba de sustituir a Libia.
La situación podría ofrecer otra lectura si atendemos, por el contrario, al frente interno. Aquí sí que Sharon percibe presiones que no puede despreciar. Por una parte, el poderoso movimiento de colonos está organizándose a marchas forzadas para hacer frente a lo que ellos consideran un directamente un delito por parte de cualquier gobernante que se atreva a desplazar a ciudadanos israelíes de los terrenos que ocupan (al margen de que éstos estén localizados en Gaza o Cisjordania) y que ellos consideran propios, incluso por mandato divino. Por otro, porque aunque ha logrado sacar adelante los presupuestos nacionales (lo que aleja la necesidad de adelantar las elecciones) no puede confiar ni en los propios miembros de su partido (como le han hecho ver en esta últimas semanas tanto algunos ministros como diputados) ni en sus socios de gobierno (sean los laboristas o los que circunstancialmente se han sumado al gabinete a cambio, como siempre, de lograr satisfacción a sus demandas, básicamente, financieras). No parecen éstas unas bases muy sólidas para encarar un momento tan crítico, en el que Sharon tampoco puede dar por supuesto que, entre todos, consigan domesticar suficientemente a Abu Mazen y a los demás actores políticos y violentos en los Territorios Ocupados. La desobediencia civil, la movilización, la llamada a los soldados para que no cumplan las órdenes que reciban para forzar el desalojo, la condena de algunos rabinos contra el gobierno e incluso la resistencia armada, son ya muestras visibles de un panorama que se va calentando peligrosamente según se acerca el verano.