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¿Sones de guerra en torno a Irán?

(Para Radio Nederland)

Sin que nunca hayan dejado de oírse durante la última década, hoy los tambores de guerra en torno a Irán parecen sonar mucho más alto.

En un clásico juego de amenazas cruzadas, Irán ha desarrollado en el cierre del pasado año unas maniobras que incluyeron el lanzamiento de algunos de sus más avanzados misiles balísticos, al tiempo que amenazaba con cerrar el estratégico estrecho de Ormuz. Por su parte, Estados Unidos ha decretado la prohibición de importar petróleo y gas iraní, en un movimiento que ha sido seguido por la Unión Europea, Corea del Sur y Japón- mientras que India parece apuntar en la misma dirección y China sigue callada.

En paralelo se anuncian ya nuevos juegos de guerra.

Estados Unidos e Israel inician en unos días el ejercicio militar Austere Challenge 12, el más importante realizado entre ambos países, para poner a punto sus sistemas de defensa contra misiles- contando con que Israel ya tiene desplegado su nuevo sistema Arrow. El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica, por su lado, también ha iniciado los preparativos para llevar a cabo los ejercicios navales Gran Profeta en aguas del Golfo, durante el mes de febrero. Por si esto no bastara, se informa que un segundo portaviones estadounidense se dirige al Golfo- el USS Carl Vinson, que teóricamente debe sustituir al USS Stennis-, mientras el USS Abraham Lincoln se encuentra en el océano Índico, una vez finalizada su escala en Tailandia.

Mientras tanto, la guerra encubierta- a la que corresponden tanto la contaminación con el virus Stuxnet del sistema informático iraní relacionado con su controvertido programa nuclear, como el asesinato de varios científicos nucleares- prosigue su marcha con el asesinato de un quinto responsable científico del programa, en un intento claro de boicotear su avance.

Aunque nadie ha reconocido abiertamente la autoría de estos ataques, no es difícil ver en ellos la mano de Washington y Tel Aviv, cada vez más alarmados por noticias como la difundida por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), confirmando que Irán dispone ya de uranio enriquecido al 20%, lo que no deja de incrementar las sospechas de que la pretensión del régimen es llegar a controlar todas las etapas del proceso nuclear.

En resumen, una primera lectura de todos estos hechos y declaraciones parecería indicar que el estallido de una guerra abierta contra Irán está a la vuelta de la esquina. Y, sin embargo, un análisis menos acelerado de la situación llevaría a una conclusión contraria a esa hipótesis. En primer lugar, porque ninguno de los principales actores implicados en este proceso- Estados Unidos e Irán- desean ahora mismo un enfrentamiento directo.

El presidente Obama ha sacado a sus tropas de Irak (mientras el abandono de Afganistán ya ha comenzado) y su nueva visión estratégica (reflejada en el documento emitido el pasado día 3, Sustaining U.S. global leadership: priorities for 21st century defense) da a entender claramente su aversión a una nueva intervención militar prolongada en un futuro previsible. Derivado de ello no cabe esperar que Washington esté muy dispuesto a seguir las inclinaciones belicistas de su aliado israelí, para aventurarse en una campaña que no garantiza resultados definitivos con acciones puntuales.

Pero es que tampoco Irán puede estar interesado en un conflicto que ponga en peligro su oportunidad histórica para aprovechar el vacío provocado por la retirada estadounidense de Irak. Hoy el régimen iraní se siente muy próximo a su ansiado objetivo de verse reconocido como el líder regional- con gran inquietud de Arabia Saudí y otros regímenes suníes de Oriente Medio- y no parece sensato que realice ningún gesto que pueda provocar una acción militar en su contra, obligándole a distraer su atención. Con su reconocida influencia en Líbano, Siria e Irak- más su no menos visible influjo entre las comunidades chiíes de países como Arabia Saudí, Yemen o Bahrein-, Teherán prefiere concentrarse en rematar una tarea que lleva promoviendo desde el inicio de la revolución islámica iniciada en 1979 por el ayatolá Ruhollah Jomeini.

Si a eso se suma que, a pesar de algunos discursos altisonantes, el posible acceso de Irán al arma nuclear es un asunto que todavía requerirá, en el mejor de los casos, no menos de dos o tres años (según las propias fuentes estadounidenses), podemos suponer que los tambores de guerra seguirán sonando por un tiempo, sin que de ello se derive nada sustancial.

Y mientras todo esto ocurre, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, se dedica a realizar un viaje intrascendente a cuatro países latinoamericanos. Aunque su pretensión es la de demostrar que sigue contando con interlocutores válidos en el exterior, lo que trasmite principalmente es irrelevancia y debilidad. Eso es lo que cabe deducir del peso de los países visitados- Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador, empeñados en un discurso antiimperialista tan trasnochado como inoperante. En esa línea destaca- por su ausencia- que no haya podido visitar países como Brasil, otrora aliado circunstancial y hoy liderado por una Dilma Rousseff que no está dispuesta a mantener el tono de las relaciones que había iniciado su predecesor. Ahmadineyad necesita, además, reforzar su peso político en el interior de Irán, acuciado por actores políticos descontentos con su gestión. No es, en definitiva, una autoridad fuerte con capacidad para marcar la agenda nacional al margen de lo que decida el líder supremo de la revolución, el ayatolá Ali Jamenei.

El futuro inmediato del proceso, en lo que respecta a Washington y otras capitales occidentales, dependerá en buena medida del nivel de daño que las sanciones económicas y la guerra encubierta tengan sobre Irán. Tal vez, tratando de evitar una posición común en su contra, es por eso por lo que el régimen iraní acaba de confirmar que acepta una inminente visita de los inspectores de la AIEA a sus instalaciones.

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