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Irán y la guerra en Afganistán

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(Para Radio Nederland)
La toma de gran parte de Afganistán, incluyendo Kabul, por parte de la Alianza del Norte ha acortado los plazos y deja poco margen para proyectar el futuro institucional del país y del incierto régimen político que podría suceder a los talibán.

En el contexto del escenario post bélico, Irán y Pakistán son los dos países que tienen más peso regional. En el caso de Teherán, ha estado en tensión con el régimen Talibán por cuestiones fronterizas y por el flujo de refugiados. De ahí que tanto el Presidente Jatamí como el Ministro de Asuntos Exteriores, Kamal Jarrazi, hayan participado activamente en la fase de conversaciones que el denominado grupo 6+2 (Irán, China, Pakistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, más EEUU y Rusia) han mantenido en la sede de Naciones Unidas durante los últimos días, con el objetivo de lograr un consenso para la formación de un gobierno de amplia base étnica que garantice la estabilidad en la región.

La postura iraní, desde el 11 de septiembre pasado, ha sido la de condenar al ataque terrorista en EEUU y de expresar sus condolencias por las víctimas. Así mismo, se ha insistido en la necesidad de luchar contra el terrorismo internacional, pero haciendo hincapié en la injusticia del bombardeo sobre la población civil afgana. Irán ha recordado que ha sido víctima del terrorismo por parte de los muyahidin Khalq, cuya base está en Iraq, y de las mafias afganas de las drogas, que han provocado ya la muerte de más de 3.000 gendarmes y policías en la frontera entre ambos países, desde 1996.

Ante la réplica militar llevada a cabo por EEUU, Irán proponía una respuesta amparada en la legalidad representada por las Naciones Unidas. En la práctica, el gobierno ha mantenido una neutralidad similar a la asumida en la crisis del Golfo Pérsico de 1991. Pero esta postura no ha sido bien recibida por todos los sectores políticos iraníes. Hasemi Rafsanjani, Presidente de Irán durante la Tormenta del Desierto, fue uno de los más críticos ante una neutralidad que dejaba en evidencia la debilidad de Irán al tratar de imponer su voluntad en la resolución del conflicto y en la configuración de un gobierno afgano que estabilice y asegure la frontera oriental iraní.

La Alianza del Norte ha sobrevivido en parte gracias a la ayuda militar de Irán, y los hazara, etnia emparentada con los persas, son la segunda minoría en suelo afgano. Pese a estos dos hechos, Pakistán y EEUU se resisten a la participación de Irán en el diseño del futuro gobierno de Afganistán. Ambos temen el fortalecimiento de un régimen que no puedan controlar y que pudiese responder a los intereses estratégicos de Irán o Rusia.

Por su parte, el gobierno iraní se resiste al retorno de la monarquía afgana, opción propuesta por EEUU, algunos países europeos y la ONU, ya que podría alentar a los nostálgicos de los años del Sha Reza Pahlevi, que aún sueñan con la restauración en el poder de su hijo Reza II, en el exilio desde que la Revolución Islámica terminara con la monarquía en 1979.

Más allá de las prisas por elaborar un gobierno que fuera aceptado por todos, la rápida finalización de este conflicto será muy bien recibida por el gobierno iraní, ya que de prolongarse, las implicaciones podrían ser muy perjudiciales para continuar con su aspiración de ser un poder regional. Un ataque de EEUU a Iraq dejaría, además, a los iraníes en medio del fuego cruzado entre tres enemigos, perjudicando su neutralidad. Y algunos sectores temen que el mismo Irán podría ser el siguiente en la lista. En medios de EEUU y de Israel se menciona la existencia de terroristas de Al Qaeda en suelo iraní, hecho totalmente desmentido por las autoridades. En este momento un ataque a Irán es improbable, especialmente si el presidente iraní continúa con su política de cauta aproximación a Occidente.

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