Irán-Latinoamérica, ¿matrimonio de conveniencia?
(Para Radio Nederland)
Las visitas cruzadas entre altos dignatarios iraníes y latinoamericanos van más allá de la anécdota, convertidas ya en parte de un proceso que se ha ido acelerando con fuerza en estos últimos dos años. Como es fácil comprobar en este caso, no siempre es necesaria la afinidad cultural o ideológica, la proximidad geográfica, una historia compartida o una lengua común para fundamentar unas relaciones cuando se tiene cierta ambición de liderazgo, algo que ofrecer y se saben aprovechar las coyunturas favorables.
Visto desde la perspectiva iraní, el cálculo que ha llevado a intensificar las visitas de Estado y a firmar importantes acuerdos comerciales, culturales y hasta políticos se resumen en tres variables: evitar el aislamiento al que lo quiere condenar Occidente, con Washington a la cabeza; potenciar su papel como potencia petrolífera y gasística en los mercados internacionales; y satisfacer algunas de sus más imperiosas necesidades (no solo productos petrolíferos refinados- uno de los talones de Aquiles de los persas-, sino también uranio para seguir adelante con su programa nuclear).
Aprovechando el resurgimiento de una cierta nueva-izquierda latinoamericana, muy diversa todavía en sus planteamientos pero con un notorio sesgo antiimperialista (suponiendo que esa palabra signifique algo en nuestros días), Teherán pretende ensanchar, y aprovechar a su favor, la brecha que se ha ido generando en las relaciones del subcontinente con la potencia hegemónica estadounidense. Para ello ha identificado a Venezuela y a Cuba como socios preferentes, al tiempo que ha ido tendiendo una tela de araña en la que ya están liados al menos Nicaragua, Ecuador y Bolivia.
Para Latinoamérica no está claro que este acercamiento sea recibido con simpatía generalizada. Si a corto plazo, algunos líderes locales pueden sentirse gratificados por el efímero protagonismo que les otorga aparecer al lado de un Mahmud Ahmadineyad artificialmente crecido como líder regional, mirando más allá pueden ya adivinarse los gestos de desagrado de países como Brasil, Argentina, Chile o Uruguay (con México en una posición más ambigua), que no ven con buenos ojos una presencia desestabilizadora, tanto para sus propias pretensiones de liderazgo regional, como para cualquier proceso de integración regional (cada vez menos activo), mientras esperan una reacción de Washington que puede acabar perjudicando a la región en su totalidad. Hasta ahora los beneficios para los países contactados por Teherán son puntuales y escasos en términos macroeconómicos y políticos.
Lo que ya hay sobre la mesa tiene todas las apariencias de un matrimonio de conveniencia. Lo que augura el futuro inmediato es una insistencia iraní por seguir acercándose a Latinoamérica en la medida en que crea que ese movimiento molesta a Washington. Serán los gobiernos de la región los que tendrán que valorar si le sale a cuenta convertirse en el saco de boxeo en el que otros diriman sus diferencias.