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Irán instalado en el cerco

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(Para Radio Nederland)
Si nos atuviéramos únicamente a las últimas noticias en torno a Irán, parecería que hemos llegado al punto de definición de un largo proceso que ha marcado como línea roja inaceptable la entrada de los persas en el club nuclear. Así podría deducirse de los mensajes que Washington, Bruselas y Tel Aviv están interesados en transmitir públicamente en estos días.

En el primer caso, se hacen cada vez más frecuentes las filtraciones sobre posibles planes de ataque militar contra quien aspira abiertamente a ostentar el liderazgo en una región tan vital como Oriente Medio, lo que cuestionaría de raíz el intento estadounidense de dominar a Iraq y mantener el control general de la zona. Para quienes temen que la siguiente administración pueda mostrarse más reacia al empleo de la fuerza, se estaría agotando el plazo para poner en marcha una campaña militar que deje hipotecado al próximo inquilino de la Casa Blanca. En ese contexto se difunden noticias sobre continuos preparativos militares, que darían a entender que ya hay incluso tropas especiales en territorio iraní- identificando los objetivos más vitales de la infraestructura nuclear iraní y estableciendo contacto con disidentes y posibles opositores al régimen de los ayatolas.

En el segundo, la Unión Europea acaba de dar a conocer su decisión de imponer nuevas sanciones al régimen iraní – que se traducen en la prohibición para que algunas de sus entidades financieras puedan operar en territorio comunitario y para que algunos significados protagonistas del esfuerzo nuclear iraní no puedan entrar en la UE– , tomando como base la aprobación en el marco de la ONU de una tercera batería de sanciones, aprobada en marzo pasado. El cerco parece estrecharse de tal modo que si añadimos a esto la, hasta ahora, inquebrantable decisión iraní de no abandonar su programa nuclear (incluyendo el enriquecimiento de uranio) habría que asumir que la explosión generalizada y violenta está próxima.

Por lo que respecta a Israel, se acaba de dar a conocer la realización –a principios de este mes– de un magno ejercicio militar en el que han intervenido un centenar de cazas israelíes F-15 y F-16, orientado a un posible ataque directo contra las instalaciones nucleares iraníes. Aunque el simulacro se ha desarrollado en el Mediterráneo, tomando a Grecia como escenario principal, es inmediato constatar que se ha operado en unas condiciones y a unas distancias muy similares a las que supondría un ataque directo a Irán. Conviene no olvidar que un supuesto de estas características implicaría sobrevolar espacio aéreo jordano e iraquí (lo que equivale a contar con la aprobación y apoyo estadounidense, puesto que en sus manos está hoy Iraq) y, no menos importante, realizar operaciones de reabastecimiento en vuelo, para lo que vuelve a ser necesario contar con la complicidad de Washington y, tal vez, algún otro país árabe suní.

Sin embargo, y de modo simultáneo, pueden detectarse señales de signo contrario, que apuntarían a que todavía queda margen de maniobra y de tiempo para encajar los intereses y pretensiones de los actores metidos en esta ya conocida tragicomedia. Por seguir el mismo orden, Estados Unidos ni confirma ni desmiente la reciente filtración del Washington Post, en el sentido que a muy corto plazo estaría dispuesto a abrir una oficina de intereses en Teherán (recordemos que, hasta hoy, EEUU actúa diplomáticamente bajo la cobertura de la embajada de Suiza en ese país). Una decisión de ese tipo no encaja en un guión bélico, sino más bien en uno diplomático que es consciente de que la pacificación de Iraq pasa en gran medida por Teherán y de que, por tanto, hay que explorar todas las opciones para llegar a un acuerdo. Eso incluye, prestar oídos y apoyos más o menos velados a los opositores al controvertido presidente Ahmadineyad, intentando quebrantar la aparente solidez de la política exterior y de seguridad iraní.

La UE (con el apoyo explícito de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y de Alemania), por su parte, simultanea su gesto de descontento con una nueva propuesta de negociación, que el propio Javier Solana ha presentado en la capital iraní el pasado día 14. A la espera de que se produzca la respuesta oficial, los dirigentes iraníes ya han procurado enviar mensajes que muestran su interés por explorar la iniciativa comunitaria, en la que dicen ver puntos comunes con sus posiciones. Conscientes de que es imposible esperar que Irán detenga sus actividades en el campo nuclear como condición previa a cualquier proceso de diálogo o negociación, los responsables comunitarios parecen optar ahora por “la doble congelación” (de actividades nucleares, para unos, y de aplicación de sanciones, para otros), lo que ofrece una razonable salida a cada parte para encontrar más adelante algún tipo de acuerdo que garantice la seguridad del régimen iraní y evite el evidente peligro de proliferación que representa el esfuerzo persa.

Lo más preocupante en este punto es la posición israelí. Nadie suele avisar a sus enemigos de la realización de un ataque; por tanto, no cabe imaginar que el ensayo de la Fuerza Aérea Israelí vaya a traducirse en un golpe inminente. Los condicionantes estrictamente militares presentan obstáculos muy considerables a una operación que de ningún modo puede compararse con la destrucción del reactor nuclear iraquí (Osirak) en 1981. Ahora estamos ante una multiplicidad de objetivos que no podrían ser batidos en una sola operación y que, por insistir solo en un factor más, afectaría muy directamente a unos Estados Unidos que no podrían quedar al margen de las represalias que a buen seguro Irán podría llevar a cabo (tanto en Iraq, como en Líbano o el propio Israel).

Todo esto lleva a la conclusión de que estamos ante una modalidad más de la guerra psicológica que pretende obtener resultados sin necesidad de llegar a las manos. Todos los actores implicados son conscientes de que esa línea roja no se va a traspasar de inmediato (nada indica que Irán esté a punto de entrar en el club nuclear). Hay tiempo, en consecuencia, para seguir negociando. Pero hay que entender asimismo que ni las relaciones internacionales siguen siempre los caminos de la racionalidad, ni hay nadie hoy que esté en condiciones de imponer su agenda a los demás. Basta con plantear una hipótesis más entre las miles que cabría aplicar a este caso para entender cómo todo puede dispararse en una dirección muy arriesgada. Si Israel entiende que la actual administración estadounidense no será ya capaz de embarcarse en una aventura militar que Olmert y sus correligionarios considera inevitable y, además, considera que la siguiente (sobre todo si es con Obama a la cabeza) lo será aún menos, podría llegar a la conclusión de que le queda muy poco tiempo. Lanzar un ataque ahora dejaría a Washington en una situación muy apurada, que le obligaría a alinearse con Israel en el enfrentamiento bélico con Irán. No es ése el camino más probable, pero de excepcionalidades a las reglas está llena la historia. Veremos.

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