Irán, ¿caso cerrado?
(Para Radio Nederland)
Si a estas alturas el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, todavía retuviera un mínimo crédito ante la opinión pública mundial, podríamos por fin respirar tranquilos. En su discurso del pasado día 25 ante la Asamblea General de la ONU hizo gala de sus mejores dotes de orador para afirmar, con vehemencia, que el caso iraní está cerrado y que el programa nuclear, que reconoce abiertamente como una realidad en marcha, es tan sólo una cuestión técnica que no debe suscitar más preocupación.
Aún más, según sus palabras, Irán está dispuesto a abrir completamente sus puertas a los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) para que puedan despejar todas las sospechas que actualmente suscitan la crítica internacional y que, en algunos lugares, hacen sonar los tambores de guerra. Por si esto no fuera bastante, se animó a anunciar el fin de la era de dominación materialista y a proponer un nuevo orden internacional basado en el monoteísmo y la compasión.
Lo malo para él, y para quienes hoy se preocupan de la seguridad regional y mundial, es que resulta sumamente difícil aceptar como sinceras y verdaderas las proclamas de quien ya ha agotado su crédito político dedicándose a cuestionar el Holocausto y a sugerir la necesidad de hacer desaparecer del mapa a Israel. Además, en el terreno de los hechos, sólo un ejercicio de amnesia colectiva podría hacer olvidar que Irán lleva más de veinte años procurando dominar la totalidad del ciclo nuclear y que, en ese empeño, no ha dudado en ocultar diversas actividades a los ojos de esa misma AIEA.
Una clara señal de esas dificultades viene dada por las reacciones de rechazo que suscita cada uno de los movimientos iraníes en su intención de consolidar su liderazgo en Oriente Medio, de los que el componente nuclear es sólo uno entre muchos otros, que incluyen el fomento de grupos violentos tanto en Iraq como en Líbano o en los Territorios Palestinos. Con ese bagaje a sus espaldas- al que se añade un desgaste interno por la crítica creciente en Irán contra su gestión, que trata de contrarrestar con discursos incendiarios contra el enemigo exterior (basta recordar que la inflación está ya en torno al 20%, mientras sigue disminuyendo el bienestar del conjunto de la población)- Ahmadineyad poco puede esperar en su favor.
Por el contrario, Irán empieza a entender lo que significa que los Guardianes de la Revolución estén identificados por Washington como una entidad terrorista (dificultando sus fuentes de financiación y estrechando su margen de maniobra). Por otra, está ya sufriendo los efectos de un régimen de sanciones que ha sido impuesto con la aquiescencia de sus valedores externos (Rusia y China) y este mismo viernes se reúnen los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU , más Alemania, con la intención de reforzar dicho régimen. Aunque todo indica que en este caso Moscú y Pekín se resistirán a la presión franco-británica-estadounidense, es obvio que Irán va perdiendo aliados que le permitan seguir ganando tiempo.
A pesar este entorno, que podría llevar a otros al abandono de sus planes, nada augura que Teherán modifique sustancialmente su curso. En primer lugar, porque ha hecho del tema nuclear una cuestión de orgullo nacional del que no puede desdecirse sin perder la cara ante su propia opinión pública. También porque es consciente de que el simple hecho de que esté en vías para hacerse con el control de átomo (aunque no llegue a crear un arsenal militar nuclear) le otorga una poderosa baza de negociación frente a quienes se oponen a su emergencia como potencia regional. Por último, porque a día de hoy cree tener suficientes mecanismos de retorsión para responder a cualquiera que pretenda- como demandan algunos iluminados en Washington y ahora en París- frenarlo por la fuerza.
Estamos, en consecuencia, lejos de que el caso iraní se cierre. Mientras el director de la AIEA se afana en convencer (con sus escasas fuerzas) de que el acuerdo alcanzado el pasado 27 de agosto- por el que Irán se compromete a facilitar a la Agencia la información necesaria para resolver todos los temas oscuros de su programa- deja aún margen a la diplomacia, otros se centran en los preparativos para el choque definitivo. Las posturas se han extremado hasta tal punto que ambas partes parecen atrapadas en una huída hacia delante que incrementa la probabilidad de que, por error o deliberadamente, termine estallando un conflicto indeseable. Irán quiere verse reconocido como el hegemón regional y reclama garantías de seguridad frente a Estados Unidos y sus aliados.
Washington y Tel Aviv (pero también la inmensa mayoría de los países árabes y Bruselas, aunque una vez más los Veintisiete no logren alcanzar una posición común) lo entienden como una situación insoportable. Ambos fuerzan el guión para armarse de razones (y de instrumentos de presión y de fuerza) que justifiquen sus posturas y sus acciones. En esas circunstancias el ejercicio dialéctico, tanto el de Bush como el de Ahmadineyad, en el devaluado foro onusiano no es más que un pequeño acto de escenificación de una controversia que nos acerca un poco más al abismo.