Irán, el gran perdedor
La liberación de Kuwait por parte de la coalición internacional liderada por Estados Unidos en febrero de 1991, la derrota del ejército de Sadam Husein y el nuevo orden regional surgido en el Golfo Pérsico tras dichos acontecimientos tuvieron a la República Islámica de Irán como una de las naciones más favorecidas en términos estratégicos. El fraccionamiento de Iraq en tres áreas autónomas, la destrucción de la mayor parte de su ejercito, excepto las unidades de elite, y el sometimiento a un duro bloqueo económico por parte de la ONU supusieron un cóctel ideal de circunstancias que maximizaron las ventajas estratégicas de Irán con respecto a su archienemigo en la región.
Las zonas de exclusión posibilitaron, además, una amplia autonomía en la región Norte, al Kurdistán iraquí, y al sur de Iraq, habitado mayoritariamente por shiíes, permitiendo al régimen iraní iniciar relaciones con cada una de estas áreas sin interferencias por parte del gobierno central iraquí. La destrucción parcial de las fuerzas armadas de Sadam Husein mermaba enormemente, por otro lado, su capacidad militar en un posible conflicto armado con Irán; al mismo tiempo, la pervivencia de la Guardia Republicana iraquí suponía una amenaza suficiente para hacer peligrar las ansias autonomistas de las provincias kurdas y shiíes, motivando un mayor acercamiento de sus respectivos dirigentes al gobierno iraní con el objetivo de recabar ayuda económica y militar.
Por último, el bloqueo económico sobre Iraq se convirtió para Irán en un estupendo negocio, su frontera común y sus aguas jurisdiccionales sirvieron como ruta de importación y exportación (incluso de petróleo) para el comercio iraquí que, de esta manera, podía burlar el bloqueo. La ruina y congelación de las capacidades políticas, económicas y militares del régimen baasista de Husein, motivadas por la operación «Tormenta del Desierto», y las posteriores sanciones comerciales, habían dado al traste con el enemigo más mortífero que había tenido la revolución islámica y el régimen teocrático nacido de la misma.
La actual invasión estadounidense de Iraq y la pretensión de establecer un régimen afín y respaldado por Washington cambian radicalmente este escenario. La recuperación a medio plazo de las capacidades económicas y militares iraquíes, garantizadas por sus reservas de petróleo (las segundas más grandes del mundo), y la asistencia tecnológica estadounidense colocarían a Iraq en condiciones de convertirse en un nuevo «policía del Golfo» (función que curiosamente ya cumplió Irán hasta finales de los años setenta, durante el reinado del último Sha, Reza ahlevi), cuyo principal cometido sería velar por mantener el orden establecido por los Estados Unidos en la región. Un orden que califica a Irán de Estado delincuente («rogue state») y como parte del «eje del mal».
Ese futuro régimen iraquí post-Sadam aspirará, pues, a convertirse de nuevo en una gran potencia regional y es probable que intente saldar viejas cuentas con sus tradicionales enemigos en la región. El viejo contencioso fronterizo irano-iraquí sobre el canal del Chatt al-Arab puede ser reavivado, a pesar de los acuerdos alcanzados al término de la guerra entre ambas naciones (1980-88) pues Sadam Husein ya utilizó esta cuestión como uno de sus pretextos para iniciar dicha guerra, considerando no validos los acuerdos de Argel alcanzados con Irán en 1975 sobre navegación y fronteras de dicho canal.
Otro posible punto de fricción es la falta de acuerdo sobre la delimitación fronteriza de la plataforma continental marina del Golfo Pérsico que hace frontera entre Iraq, Irán y Kuwait. Iraq tradicionalmente ha reivindicado la necesidad de asegurarse un corredor marítimo que permita su comunicación con el Golfo Pérsico, pues su única salida a mar abierto es precisamente una estrecha franja costera encajonada entre las fronteras de Kuwait e Irán. Uno de los objetivos de la invasión de Kuwait era, precisamente, obtener una salida ventajosa hacia el Golfo que su geografía, diseñada por los imperio británico y otomano en 1913, no le permitía.
La vertebración exitosa del Estado iraquí a través de un consenso nacional tutelado por los Estados Unidos entre las diferentes comunidades suníes, kurdas y shiíes, supondría para Irán una perdida de influencia entre estos dos últimos grupos. Esta pérdida de influencia sobre los kurdos iraquíes podría provocar la ignición de las reivindicaciones autonomistas por parte de los kurdos iraníes, que probablemente encontrarían respaldo entre los grupos iraquíes de su misma etnia o del nuevo gobierno iraquí.
También debe tenerse en cuenta que, durante la guerra irano-iraquí, Sadam Husein dio refugio a un grupo paramilitar de izquierda radical, opositor al régimen islamista iraní, conocido como los muyahedin jalq. Este grupo ha cometido diversos atentados en territorio iraní durante los últimos años. Los muyahedin jalq han sido clasificados por los propios Estados Unidos como una amenaza terrorista, pero una vez instaurado un nuevo gobierno en Iraq queda por determinar cuál será la actitud de dicho gobierno hacia este grupo, y del propio Estados Unidos. No queda claro si pretenderán su desaparición o si lo emplearan como una amenaza contra el régimen de los ayatollahs.
La previsible finalización del embargo a Iraq supondrá, por otro lado, la reanudación y maximización de las exportaciones petrolíferas iraquíes para iniciar su reconstrucción, surgiendo un peligroso competidor para el crudo iraní dentro del ámbito de la OPEP, de la cual Iraq también es miembro. Irán, el tradicional defensor en el ámbito OPEP de rebajar las cuotas de producción para aumentar los precios, se verá frenado por la necesidad iraquí de exportar el mayor crudo posible.
En definitiva, la tradicional e histórica rivalidad entre el Irán persa e islamista y el Iraq panárabe puede volver a resurgir, agudizada por la intervención anglo-norteamericana en la región. El éxito de la aventura militar de Estados Unidos en Iraq y la conversión del archienemigo de Irán en nuevo pilar de su estrategia en el Golfo Pérsico prefigura un futuro poco halagüeño para las relaciones entre ambos gobiernos. Irán, que no cuenta hoy con posibles aliados que le ayuden a hacer frente a los planes hegemónicos norteamericanos en la región, sólo puede optar por un camino: esperar el fracaso norteamericano de convertir a Iraq en un Estado viable.