Irán ante un año decisivo
Por una parte, su propia crisis económica no hace más que agravarse, lo que solivianta a amplias capas de una población crecientemente empobrecida, crecientemente hastiada de las veleidades nucleares de un régimen que pierde atractivo día a día. La mala gestión y la corrupción de quienes se han enriquecido al calor del régimen jomeinista son flancos abiertos a la crítica de los activos grupos opositores identificados con el Movimiento Verde, liderado por Mir-Husein Musavi y por Mehdi Karrubi. A esto se une el efecto directo de unas sanciones internacionales (con la puntilla de la renuncia de EE UU, la Unión Europea y otros Estados a importar petróleo iraní desde el pasado 1 de julio) que el propio régimen reconoce que ha supuesto una caída del 50% en sus ingresos petrolíferos (o, lo que es lo mismo, una pérdida de unos 40.000 millones de dólares). En esas condiciones resulta muy difícil seguir «comprando» la paz social, cuando es insostenible mantener las diversas subvenciones a los productos de primera necesidad y a las empresas públicas que son las principales productoras y empleadoras nacionales.
Por otra parte, los acontecimientos en Siria dan a entender que es ya muy improbable que el régimen aliado de Bachar el Asad soporte por mucho más tiempo la presión combinada de unos actores locales cada vez más unidos y fortalecidos y de una comunidad internacional que parece apostar ya abiertamente por apoyar financiera y militarmente a los opositores y rebeldes. Irán, que ya cuenta con importantes activos en Irak y en Líbano, necesita salvaguardar sus intereses en Siria para poder ampliar su radio de acción desde el Mediterráneo hasta el Golfo, como fórmula preferida para poder ser reconocido como potencia regional. Esto no quiere decir que la caída de El Asad impida a Irán proseguir con su esfuerzo- incluso en la nueva etapa que pueda abrirse en una Siria que enfrente a grupos muy diversos entre los que Teherán puede seguir contando como aliados circunstanciales-, pero está claro que lo dificultaría en buena medida.
Visto así, lo previsible es que Teherán procure activar las bazas de retorsión que todavía conserva para salir del atolladero y complicar la vida a sus potenciales enemigos. En el primer caso, intentará buscar nuevos socios comerciales, con China como uno de los más significados en función de sus crecientes necesidades energéticas, y romper el bloqueo a su gas y petróleo aunque sea a través del contrabando con socios de circunstancias. También incrementará sus contactos con opositores sirios para garantizarse un hueco en la Siria postAsad, sea en términos políticos y/o militares.
En todo caso, es el terreno de la negociación sobre su controvertido programa nuclear donde Teherán tiene, al mismo tiempo, su mejor baza y su mayor amenaza. Aunque las autoridades iraníes acaban de negar nuevamente a los inspectores de la AIEA la entrada en el complejo de Parchin, cabe esperar que a lo largo del mes de enero se reanuden las negociaciones con el Grupo 5+1. El principal cambio en este marco es la reelección de Barack Obama como presidente de EE UU, lo que permite imaginar que Washington tratará de explorar hasta el límite las posibilidades de llegar a un acuerdo que evite la confrontación armada y que Teherán procurará obtener garantías que le permitan una salida digna (abrir sus puertas a la AIEA a cambio del levantamiento de las sanciones y el progresivo abandono del enriquecimiento de uranio).