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Independentismo en el siglo XXI

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Para El Periódico

Más allá del tono festivo que quisieron dar al referéndum organizado el pasado día 25 en el Kurdistán iraquí, los 5,2 millones de potenciales votantes debían ser bien conscientes de que la probabilidad de que la independencia esté a la vuelta de la esquina es prácticamente nula. Y lo mismo sabe, más allá de las particularidades de cada caso, cualquier otro que se adentre por esa vía.

En primer lugar, una entidad estatal como esa sería inviable económicamente sin la colaboración del Gobierno central y, más aún, de sus vecinos. Su economía depende vitalmente de unos hidrocarburos que solo podría exportar si controla la riqueza atesorada en Kirkuk, algo difícilmente admisible para Bagdad, y si Siria, Irán y Turquía, temerosos de que cunda el ejemplo entre sus propias minorías kurdas, permiten su paso hacia los mercados mundiales. Políticamente, y al margen de un primario interés compartido por la independencia, ya son bien visibles las fracturas internas entre fuerzas y actores que, como en el caso de Masud Barzani, más parecen interesados en qué hay de lo mío que en atender las necesidades insatisfechas de una población notablemente empobrecida.

En paralelo, ya han descubierto que para Washington, supuesto respaldo garantizado, tan solo han sido un útil contrapeso político al poder chií, con Irán en la sombra, y carne de cañón local para hacer frente a Daesh. Además, basta una mirada al mundo globalizado que nos toca vivir para captar una sólida resistencia a admitir cambios en los mapas. No por casualidad en lo que va de siglo tan solo Montenegro, Sudán del Sur, Suiza y Timor Oriental se han convertido en estados miembros de la ONU; es decir, han contado con el apoyo de un miembro permanente del Consejo de Seguridad para presentar la propuesta y han recibido más de las dos terceras partes de votos favorables en la Asamblea General.

La vía unilateral, condenada al fracaso

Por si eso fuera insuficiente indicio, quien entre por esa senda ya debe tener claro que el derecho de autodeterminación queda muy lastrado en la práctica por condicionantes muy restrictivos en cuanto a su uso como base de un proceso independentista. Si a eso se le suma que hoy no hay ningún Estado del planeta que, actuando en solitario, pueda hacer frente con mínimas posibilidades de éxito a las amenazas, riesgos y desafíos que nos plantea una globalización tan desigual como la que sufrimos, se refuerza aún más la tendencia a sumar fuerzas con otros que se enfrenten a las mismas circunstancias. Cuando la soberanía nacional ha perdido su sentido, eso significa que la vía unilateral está condenada al fracaso y a la frustración, mientras que el multilateralismo ha dejado de ser una opción para convertirse en una obligación que impulsa a integrarse en entramados supranacionales. Quienes deciden romper el statu quo imperante sin tener asegurado su encaje en alguna instancia superior, como la Unión Europea para quienes tienen el privilegio de formar parte del club más exclusivo del mundo, se arriesgan así a un desamparo doloroso.

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