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¿De dónde sale el dinero para salir del subdesarrollo?

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El fallecido escritor español Manuel Vázquez Montalbán decía hace una década que existen aún países subdesarrollados porque hay países subdesarrollantes.?

Y esa es la sensación que le queda a uno tras las innumerables conferencias internacionales que giran en torno a la financiación del desarrollo, como la realizada en Nueva York esta semana en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas. En esas reuniones se recurre y abusa de la retórica solidarista, para acabar olvidándose de ella y de los teóricos compromisos adoptados al volver a casa. Y ese, lamentablemente, ha sido el caso de la cumbre de Nueva York en la que algunos mandatarios no han tenido el menor pudor en desempolvar viejas propuestas que, por supuesto, sus gobiernos no han impulsado con rigor en los años precedentes, ni tienen el menor interés en promover en el futuro.?

Promesas incumplidas
Así, escuchar al presidente francés Nicolas Sarkozy o a su homólogo español José Luis Rodriguez Zapatero, entre otros, recurrir a algunos elementos de la famosa Tasa Tobín, o a propuestas de nuevas imposiciones a los flujos financieros, resulta poco creíble. Propuestas de ese tipo llevan poniéndose sobre la mesa desde hace muchos años por parte de académicos y de organizaciones no gubernamentales o expertos en desarrollo, y nunca han sido tomadas en serio por parte de los gobernantes de países desarrollados, que suelen recurrir a ellas en ocasiones como la citada cumbre de Nueva York o cuando, como ahora, se están reduciendo los compromisos de ayuda oficial al desarrollo (AOD). Francia, por ejemplo, lleva años proponiendo, con poca convicción, ideas como las tasas a los billetes de avión. Idea que resucita en cada cumbre internacional.

Por ello, más allá de que declaraciones como las que citamos ocupen las primeras páginas de la prensa durante unas horas y sitúen a sus portavoces como hipotéticos solidarios líderes mundiales, conviene situar el problema dónde verdaderamente se encuentra: en el peso decreciente de la ayuda oficial al desarrollo para combatir la pobreza, y la necesidad, por tanto, de nuevas formas de financiación del desarrollo. Y eso en un contexto internacional marcado por la persistencia de la crisis económica y financiera que hace que se esté produciendo una reducción de la cooperación al desarrollo.?

Nuevos recursos pero no de cualquier manera?
Resulta curioso que la mayor parte, por no decir todas, las propuestas pretendidamente novedosas realizadas estos días, fueron también hechas en la cumbre de Naciones Unidas de 2005 para analizar, como ahora, el cumplimiento y los avances en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Y en estos cinco años se han concretado por parte de algunos organismos, criterios para que estas nuevas formas de financiación sirvan realmente para promover el desarrollo. Tuve la oportunidad de ser el redactor de un Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre «Los nuevos recursos internacionales para luchar contra la pobreza, para el desarrollo y, en particular, la salud y la educación» en el año 2006 y allí se dejaban claros ¡al menos en teoría! algunos de estos criterios que conviene recordar:?
Adicionalidad. Cualquiera que sean las nuevas formas de financiación debe mantenerse su carácter adicional y complementario a la AOD tradicional. Ante el riesgo real de reducción de la AOD si entraran en marcha alguna de las nuevas iniciativas, debe subrayarse este principio como fundamental, para minimizar la posibilidad de que unas fuentes reemplacen a otras.

Progresividad. Cualquier tasa o impuesto debe contemplar este carácter progresivo de gravar más al que más tiene. La complementariedad entre la financiación clásica de AOD y la proveniente de nuevas fuentes ofrece la posibilidad de combinar distintas fuentes de financiación ya sea para medidas urgentes o inmediatas junto con otras estructurales de largo plazo.?

Previsibilidad y predictividad. En la decisión sobre nuevas fuentes debe tenerse en cuenta su carácter más estable y menos sujeto a fluctuaciones o a verse afectado por contingencias de todo tipo. Si una de las limitaciones de la AOD convencional es el basarse, en ocasiones, en las anualidades presupuestarias de los donantes, estas nuevas fuentes debieran ser más estables, previsibles y garantizar flujos de ayuda más sostenidos.

Transparencia. El conjunto del sistema de ayuda ha carecido de la suficiente transparencia lo que ha ocasionado fenómenos de desconfianza por parte de donantes y opiniones públicas en lo conocido como «fatiga de la ayuda». Cualquier nueva iniciativa debería desde su inicio poner en marcha sistemas de transparencia que mejoren la confianza.

Rendición de cuentas y control público. La rendición de cuentas de los fondos obtenidos por estas nuevas fuentes debería preverse garantizándose el control público de los mismos. El concepto de «trazabilidad», en el sentido de poder hacer seguimiento de todo el proceso, debe incorporarse. En este control público deben participar las organizaciones multilaterales, los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil.

Equilibrio entre el carácter voluntario y la obligatoriedad. Parece lógico que dada la novedad de este tema y la falta de maduración del mismo, cierta voluntariedad pueda mantenerse durante un tiempo. Ahora bien, saludando esta incorporación voluntaria, debe avanzarse en el establecimiento de compromisos obligatorios, al menos, entre grupos de países. La Unión Europea debería ser un polo de referencia en esta materia.

Avancemos pues, pero con seriedad, en propuestas de nuevas vías de financiación del desarrollo que permiten lo que al día de hoy parece imposible: conseguir los ODM en el año 2015.

Escucha la entrevista a Francisco Rey:

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