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Hula, ¿solo una atrocidad más en la tragedia siria?

(Para Radio Nerderland)

¿Cuántas veces se ha pronunciado la expresión «nunca más», tras asistir pasivamente a la monstruosidad que supone la eliminación de población civil desarmada? No hay que irse muy atrás en el tiempo para recordar casos como el genocidio de Ruanda (1994) o Srebrenica (1995).

Ahora, sumándose a un listado que no para de crecer, volvemos a sufrir el impacto de la brutalidad del régimen sirio, responsable directo de la matanza de Hula -con 108 cadáveres, de los que al menos 49 eran niños y 34 mujeres-, añadida a un macabro balance de víctimas que ya supera las 10.000, catorce meses después del inicio de la movilización ciudadana contra Bashar el Asad y su camarilla. ¿Cabe imaginar que lo ocurrido va a establecer un punto de inflexión en el conflicto sirio, provocando una reacción inmediata y decisiva por parte de la comunidad internacional?

Así podría parecer en primera instancia, a tenor de las declaraciones de primera hornada de variados representantes políticos, expresando una generalizada condena a partir del momento en el que la propia ONU ha dejado claro que se trataba de un nuevo acto violento perpetrado por el régimen (y no por milicias sirias o terroristas yihadistas de ningún tipo). En esa misma línea, Kofi Annan, en su calidad de enviado de la ONU y de la Liga Árabe, ha regresado a Damasco y ha escenificado una especie de reprimenda al jefe de Estado sirio. Por otra parte, también se ha adoptado una medida coordinada entre varios gobiernos para expulsar a los representantes diplomáticos sirios de las respectivas capitales. Incluso el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado por unanimidad una declaración de condena; un documento meramente declarativo, que algunos han querido ver como una resolución vinculante o, al menos, como un paso previo a la aprobación de medidas contundentes por parte de la Organización.

Y, sin embargo, nada de eso está en el horizonte político de una crisis en la que es evidente (también para el propio Bashar el Asad) que ninguno de los actores externos – exceptuando a los iraníes y a los libaneses en apoyo a su socio alauí- quiere implicarse hasta el fondo. ¿Cuántos muertos son necesarios para activar medidas internacionales más determinantes? ¿Cuál es la gota que puede colmar el vaso de la pasividad internacional? No parece que la tragedia siria vaya a permitir responder a este tipo de preguntas.

La constatación visible de esa pasividad se ha producido casi de inmediato. Una vez aprobada la citada declaración del Consejo de Seguridad de la ONU, se han sucedido inmediatamente las aclaraciones de Washington y otras capitales occidentales, confirmando que no hay intención alguna de ir más allá (con acciones militares directas, por ejemplo). Para disimular su falta de voluntad política -por temor a empantanarse nuevamente en un escenario bélico en Oriente Próximo, después de experiencias tan problemáticas como Irak o Afganistán, y más recientemente Libia- vuelven a contar con la involuntaria ayuda de Moscú y Pekín. Ambas capitales se siguen mostrando abiertamente dispuestas a bloquear cualquier posible resolución de la ONU, en un ejercicio de cinismo que pretende hacer pasar por defensa de la legalidad internacional lo que solo es interés particular en la defensa de un aliado (importante para el primero y circunstancial para el segundo).

Para lo que sí hay voluntad, en cambio, es para seguir armando a los grupos opositores que ya han optado definitivamente por la violencia. Washington apenas oculta que está tratando de coordinar la entrega de material militar, mientras Catar y Arabia Saudí vuelven a mostrarse tan activos como ya lo habían estado en estos últimos meses en otros escenarios bélicos. A pesar de ello, el régimen sigue contando con una notoria ventaja en el campo militar, lo que le permite seguir reprimiendo indiscriminadamente a la población civil y mantener a raya a los grupos opositores armados. En esas condiciones, el proceso parece abocado a la profundización de una guerra civil para la que no es posible adivinar un final ni cercano ni definitivo.

En su último intento por dar la vuelta a la situación, el Ejército Libre de Siria (ELS) ha demandado a la ONU y a la Liga Árabe que reconozcan el fiasco del plan de paz presentado a mediados de abril, incumplido sistemáticamente en sus seis puntos, para poder volver así a atacar sin desmayo a las fuerzas leales a Asad. Pero eso no puede ocultar que, por un lado, también el ELS ha violado el acuerdo en numerosas ocasiones y, por otro, que sigue siendo un actor controvertido y sin la necesaria disciplina interna. Solo así se explica que su segundo haya pretendido imponer un ultimátum al régimen, inmediatamente negado por su supuesto máximo líder.

En resumen, lo ocurrido en Hula -donde las fuerzas del régimen han seguido matando desde la pasada semana- no parece que vaya a suponer algo muy distinto a lo que ya se ha vivido en otros conflictos. Un triste episodio que solo sirve para emitir las condenas de rigor, para prometer nuevamente que «nunca más»… y para, a continuación, seguir mirando hacia otro lado.

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