Hollywood en Afganistán
Por Mayte Carrasco
Cuenta Khaled Hosseini en Mil soles Espléndidos que los afganos compraban clandestinamente la película de Titanic en los mercados de Kabul para verla a escondidas en sus casas, desafiando a los talibanes que habían prohibido la música, la televisión o el cine. Muchos afganos deben sentirse como aquellos actores cinematográficos, protagonistas de un drama que se rueda en ese barco gigante e inestable que es su país, con un minucioso guión escrito, el proceso electoral 2009. 223 millones de presupuesto para esta superproducción hollywoodiense en la que España ha participado con unos 1200 militares, que ayudan en materia de producción, organización y protagonismo involuntario en caso de bajas.
Encabeza el reparto el presidente Hamid Karzai, a quien los afganos culpan de amparar la corrupción generalizada, aupar en el poder a narcotraficantes y fomentar la impunidad. En las elecciones Karzai se ha aliado con sanguinarios como el uzbeko Dostum o ha aprobado leyes contra las mujeres para ganar votos. ¿Cómo puede ser el candidato más votado? Por ser sinónimo de status quo, reconstrucción y paz « relativa » tras años de guerra. Además, goza pese a todo del respaldo de un EEUU que le necesita para enmendar su fracasada estrategia contra la insurgencia con un Gobierno que, aunque torcido, al menos es conocido.
Tampoco hay grandes alternativas. El único que podía hacerle sombra en el papel protagonista era su ex ministro, el Doctor Abdullah Abdullah, que ni es el Obama afgano ni representa una gran cambio para el país. Salvo en el norte, no existe un entusiasmo fanático por su figura. No se auguran grandes protestas violentas en su nombre, entre otras cosas porque todos están hartos de guerras y en el país planea un halo de cansancio y resignación. Frente al reto de las urnas ha habido apatía, descontento, miedo y mucho fraude.
No hay duda de que las elecciones han sido turbias, con más de 2000 denuncias por irregularidades ignoradas por los observadores de la Unión Europea, que siguieron fielmente el guión previamente escrito y aseguraron, aún sin datos (y sin vergüenza) que las elecciones eran una victoria del pueblo afgano. Faltaban frases como falta de transparencia y existencia de irregularidades, que sí que hemos oído alto y claro, por ejemplo, en Rusia.
Paralelamente a ese estado de felicidad y congratulación, Afganistán continúa en el limbo político y sin presidente, con atentados suicidas y violencia. Los resultados se ofrecen con cuenta gotas y los definitivos se sabrán el 3 de septiembre. Una ralentización buscada tal vez para que cuajen las negociaciones entre un rebelde Karzai, Abbullah y un cabreado Holbrooke (el enviado especial de EEUU) y evitar una segunda vuelta. Dicen bromeando que el futuro del país no se decide en las urnas, sino en la Embajada de EEUU en Kabul.
El acuerdo es crucial, porque Obama y la OTAN necesitan una victoria en Afganistán. La guerra se está perdiendo y como en Titanic, el barco se hunde. El 2009 se ha convertido ya en el año más sangriento para las fuerzas internacionales en Afganistán. La incoherencia de la estrategia militar contra la insurgencia, la galopante corrupción, la descoordinación de la ayuda internacional y la muerte de civiles contribuyen al hundimiento.
España tiene un papel secundario en esta película, pero ¿cuál exactamente? El presidente Zapatero asegura que en Afganistán se hará lo que se haga falta, pero la prioridad es explicar a la opinión pública qué es eso que hace falta. Uno de los argumentos es que estamos allí para combatir a Al Qaeda en Afganistán, responsable del 11-M. Pero su santuario no está en ese país, sino en la frontera con Pakistán, en zonas donde la coalición internacional no tiene acceso.
Tal vez habría que explicar que hay otros icebergs en el horizonte que justifican nuestra presencia militar en este Titanic. Entre otros, el peligro que supone que Afganistán sufra otra guerra civil que desestabilice al vecino Pakistán y le haga caer en manos de los islamistas radicales, además del riesgo de que los afganos acaben bajo la influencia de Irán, India (enemigo de Pakistán) o Rusia. Porque, y ahí está la clave, todos ellos son potencia nuclear o en proyecto de serlo, en el caso de los iraníes. Ese es el gran desafío.