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Hamas-Fatah, acuerdo ¿definitivo?

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(Para Radio Nederland)

El acuerdo ratificado el pasado día 3 por Hamas y Fatah para poner en marcha un gobierno técnico de coalición, que prepare nuevas elecciones para antes de un año, tiene un horizonte y un contexto que explica cómo se ha llegado hasta aquí. Lo que queda por ver, en todo caso, es si lo firmado en El Cairo constituye una base sólida para salir del túnel en el que los palestinos llevan años metidos y, sobre todo, para vislumbrar la paz en Palestina.

En cuanto al horizonte, el elemento esencial a día de hoy es el plan de la Autoridad Palestina (AP)- con su primer ministro, Salam Fayad, como protagonista más destacado- para lograr el apoyo mayoritario de la Asamblea General de la ONU, en su próxima reunión anual de septiembre, a la proclamación de un Estado palestino. La AP está centrada en ese objetivo, tratando de sumar votos de diferentes países (con la mayoría de los latinoamericanos como respaldo más reciente).

En realidad, el Estado palestino ya fue proclamado por Yaser Arafat en 1988. A esa declaración siguió, en diciembre de ese mismo año, el voto favorable de 104 países en el marco de la Asamblea General de la ONU (otros 36 se abstuvieron y tan solo Estados Unidos e Israel votaron en contra). Aquella decisión no tuvo ningún efecto práctico, dado que la admisión de un nuevo miembro en la ONU necesita el previo reconocimiento del Consejo de Seguridad, algo imposible de lograr en la medida en que, como es bien sabido, Washington no duda en utilizar el privilegio que le da su derecho de veto en defensa de su principal aliado en Oriente Próximo. Si eso ya estaba claro entonces, lo mismo cabe decir hoy.

En todo caso, tanto la administración estadounidense como la israelí están tratando de evitar que incluso pueda llegar a producirse esa votación en la Asamblea General. La administración de Barack Obama pretende evitar una situación de previsible mayoría favorable de la Asamblea General al establecimiento del Estado palestino, para no tener que soportar el coste político que supondría quedarse en solitario al lado de Israel. El gobierno de Benjamin Netanyahu, por su parte, ha iniciado ya una estrategia dirigida a invalidar cualquier movimiento de la AP en este sentido. Para ello aduce que esa hipotética declaración supondría una violación del Acuerdo Oslo II, que determinaba en su artículo 31 que «ninguna parte iniciará o dará pasos que cambien el estatus de Cisjordania y Gaza hasta que se apruebe el Estatuto Final». No deja de ser curioso que Tel Aviv no advierta que su permanente ampliación de los asentamientos es una flagrante violación de ese mismo acuerdo (junto a otras resoluciones de la ONU).

En ese mismo contexto adquiere un particular valor el posible voto de los países de la Unión Europea. Una Unión que figura como testigo de Oslo II y que, si decide votar a favor de tal Estado palestino, sería acusada por Israel de validar el incumplimiento de dicho acuerdo. Los Veintisiete se enfrentan, por tanto, a una nueva prueba para determinar el nivel de su voluntad política para ser realmente un actor de envergadura mundial, como proclama la Estrategia Europea de Seguridad (2003).

En esa misma línea, el propio Netanyahu tiene previsto presentar su propio plan de paz en el Congreso estadounidense, aprovechando su próxima visita el 24 de este mismo mes. Pretende no solo presentarse como un hombre de paz- intentando acallar las críticas que lo identifican como el principal responsable de la actual estrategia de castigo colectivo a los palestinos-, sino establecer los términos de referencia de cualquier posible proceso de paz que se lance en el inmediato futuro, anclando a Washington a su lado (de ahí que le recuerde ya el compromiso adquirido en 2004 por Bush en una carta que certificaba el apoyo a la pretensión de Tel Aviv de no tener que volver a las fronteras de 1967).

Un elemento más de esa misma estrategia es el rechazo frontal de la administración israelí al acuerdo establecido ahora entre el Movimiento de Resistencia Islámica y Fatah (junto a otras once fuerzas políticas, entre las que se incluye la Yihad Islámica). Aferrado a su visión de Hamas como un grupo terrorista, busca bloquear cualquier avance en la reconciliación palestina y negar legitimidad a cualquier gabinete que pueda estar respaldado por esta organización.

En el bando palestino el presidente Mahmud Abbas ha anunciado que antes de finalizar el mes de mayo dará a conocer el texto de una Constitución, que posteriormente será sometida a referéndum. Para dar alguna credibilidad a su aspiración de estatalidad ha procurado llegar a este punto como el campeón de la unidad palestina, tratando de recuperar la legitimidad perdida (su mandato venció en enero de 2009) y la imagen de representante de todos los palestinos de los Territorios Ocupados. Necesitaba, por tanto, cerrar la fractura con Hamas, en un movimiento de reacción sensible a la movilización ciudadana que lleva semanas demandando la superación de una fragmentación de casi cuatro años, que mantiene a Gaza y a Cisjordania separadas y que ha provocado una oleada de violencia intrapalestina que ha debilitado aún más a los 3,5 millones de habitantes de los Territorios Ocupados. Por su parte, Hamas, inquieto por la pérdida de apoyo popular y por el debilitamiento de su tradicional patrón sirio, se ve obligado a mostrar su cara más amable, presentándose como un actor político con capacidad para negociar y cumplir sus compromisos con la Autoridad Palestina. A esto se une el hecho de que las nuevas autoridades egipcias parecen haber modificado parcialmente su visión de Hamas; lo que les ha llevado a mediar nuevamente en este proceso de acercamiento.

Aunque nada puede descartarse a priori, a primera vista parecen muy débiles los mimbres con los que se quiere armar un cesto común palestino, suficientemente sólido para superar las previsibles desavenencias internas. Basta pensar, por ejemplo, en la enorme dificultad para conformar un nuevo gobierno en el que Fayad pretenderá conservar su puesto, cuando es Ismail Haniya (de Hamas) quien alcanzó ese puesto en las elecciones de enero de 2006. Por si eso no fuera suficiente, también es previsible considerar que Israel hará todo lo posible para que la unidad palestina no se consolide y para que la comunidad internacional siga apostando por el actual statu quo.

 

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